Opinión
De graduaciones y bodas

Por Pablo Batalla
Periodista
-Actualizado a
Me lo cuentan mis amigos profesores de secundaria: las graduaciones de bachillerato se nos han ido de las manos. Ellos han ido viendo año a año la hinchazón de la burbuja de las de los institutos en que trabajan: los trajes y vestidos caros que se enfundan los chicos; el photocall que piden montar; el catering lujoso que piden contratar y que reemplace a los proletarios platos de aceitunas, tortilla y embutido; el paripé de birretes y diplomas que exigen desplegar; el caro alquiler de carpas y salas de fiestas, etcétera, etcétera. El origen de la cosa es evidente: una de tantas costumbres gringas que hemos importado, anhelosos de parecernos a los personajes de las series y películas que nos enganchan; de ser Monica Geller o Ted Mosby por un día. Mis amigos también me cuentan que estas exigencias de boato graduatorio ni siquiera provienen solo de los chavales, al fin y al cabo, adolescentes disculpablemente insensatos —¿no lo fuimos nosotros?—, sino también de sus padres: ellos también piensan en su Instagram. Y por eso ya hay también graduaciones de primaria, y hasta de guardería, con birretes pequeñitos para las cabecitas de los tresañeros.
De fardar en Instagram va todo en estos días. Las redes sociales también han transformado las bodas, convertidas, como escribe Andrea Jiménez, en "parques temáticos de emociones y distracciones" cada vez más aparatosos, pensando siempre en las fotos. Se prefiere —cuenta una wedding planer— "poner algo bonito que algo que funciona. Por ejemplo, no pagar autobuses porque eso no lo ve nadie en Instagram, pero sí unas luces y fotomatón o algo por el estilo". Cada pareja que se casa quiere que su boda sea memorable en sí misma, contener cosas nunca vistas y nunca likeadas, y eso desencadena una carrera de ocurrencias. Los últimos gritos en esta materia, leemos, son los foodtrucks, las máquinas de humo, los cuidadores de mascotas y los wedding content creators, que se encargan de transmitir el evento en tiempo real, publicado vídeos, reels y posts en las redes sociales. También se empieza a instalar la costumbre de que las bodas no duren solo un día, sino dos o más, con una cena preboda y un brunch al día siguiente. Esto ocurre ya con el 70% de los enlaces. La estadística nos dice asimismo que el número de profesionales contratados por boda también va creciendo: ahora está en 12, en 2023 estaba en diez.
Del dióxido de carbono al precio de la vivienda, la nuestra es, en general, la era de las gráficas verticales y las burbujas infladas. También una era barroca en la que, dentro de las burbujas, acostumbra a no haber nada; a no encontrarse más que el vacío de un trampantojo. Las graduaciones de bachillerato se han ido volviendo más aparatosas a medida que el paso a la Universidad se volvía menos infrecuente, y la obtención de un título, menos importante, menos aseguradora de un buen futuro profesional. Las bodas incrementan su fastuosidad a la vez que se incrementa el número de divorcios y cuando casarse ya no es literalmente casarse, como lo era cuando significaba cambiarse de casa, fundarla, iniciar una vida completamente nueva y sin vuelta atrás, salvo dispensa muy excepcional del Tribunal de la Rota. Los contrayentes ya viven juntos desde hace años cuando se casan, y, por supuesto, ya no llegan vírgenes a la noche de bodas. Su vida es la misma antes del enlace y a su vuelta de la luna de miel en Punta Cana o en Fiyi; las bodas, antes rito de paso, ahora son un rito de continuidad. Por supuesto, tales transformaciones sociológicas solo pueden celebrarse, pero los anarquistas que empezaron a promoverlas hace siglo y medio probablemente nunca pensaron que fueran a generar este mecanismo de compensación; este engrosamiento de la forma para contrapesar el vaciado del fondo. Ellos querían acabar con las dos cosas: con el fondo y la forma. El amor libre que promovían era libre de recias leyes sacramentales, pero también de liturgia y fanfarria celebratoria; un unirse y separarse con ligereza de viajeros sin equipaje, cuando lo dictara la voluntad. El mundo nuevo que llevaban en sus corazones no incluía los wedding planners.
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