Opinión
Hablemos de amor y no de Vox

Directora de la Fundación PorCausa
Lo han vuelto hacer. La semana pasada, la ultraderecha de nuestro país ha vuelto a ocupar todas las portadas de nuestros periódicos diciendo sandeces. No han aportado datos, no han incluido información de calidad, no han presentado una propuesta revolucionaria. Sólo han dicho barbaridades y con eso han cambiando el espacio de debate público. Ahora las representantes más extremas, racistas, xenófobas y misóginas, las más nazis, son objeto de deseo para las periodistas de medios progresistas. Quizás desde la ingenuidad, algunas periodistas creen que divulgando las barbaridades están luchando contra ellas. Y esto en el mejor de los casos. También hay toda una parte de la profesión que vive a costa de replicar las sandeces. Sus posiciones de resistencia son las que las proyectan a espacios de mayor gloria. Esa codependencia es lo que ha permitido a la ultraderecha subir como la espuma.
La polarización de los debates solo beneficia a una parte, a la más sucia y rastrera. La violencia verbal sólo puede dar paso a la violencia física. Lo que está pasando en Torre Pacheco empezó a mediados de la semana pasada en los platós de televisión y en las redes sociales.
El periodismo se está muriendo porque no existe margen para la paciencia y la construcción del relato. Un marco no se instaura en dos días, salvo que te saltes todas las reglas de la verdad y lo ético. El breaking news, la última hora, no crea un marco, solo genera momentos de tensión pública. Hay que acumular muchos momentos de esos para conseguir asentar un pensamiento que luego necesitará otro tanto de tiempo para consolidarse y naturalizarse. De hecho, la ultraderecha lleva ya muchos años a pico y pala con esto. Y ahí sí se nota que han tenido los recursos necesarios para actuar con la paciencia que requiere la gota malaya. Mientras tanto, los esfuerzos constructivos para generar propuestas que lleven a un mundo más justo, libre y fraterno sufren para salir adelante. El periodismo reflexivo y propositivo es una especie de utopía o un privilegio que solo unos pocos profesionales pueden hacer realidad. La excusa que se suele dar para justificar este hecho es que los lectores quieren mierda. Parece ser que así lo dicen los clics. Y como pasa con la gallina y el huevo, nunca sabremos si fue primero la mierda en la portada o el clic.
Pero todo esto lo saben perfectamente los expertos de comunicación del Gabinete de Presidencia y muchos de los directores de los medios progresistas que han decidido darle bola a la propuesta ridícula de la ultraderecha. Resulta muy conveniente en los momentos actuales desplazar la atención hacia Vox. Es una buena estrategia llenar el debate de barbaridades y presentarse como la alternativa a ese horror potencial. Se abre todo un bello espacio para desarrollar una imagen salvadora que se separe de la corrupción y una moción de confianza, mientras el PP tiene que retratarse irremediablemente. Y el bien común desaparece enterrado en varias capas de mierda. Cuando mañana Vox llegue al poder y anuncie que solo va a deportar a un millón en lugar de a ocho millones respiraremos tranquilas y diremos: "menos mal".
De hecho ya ahora parece que las agresiones de Murcia se pueden justificar, analizar e incluso tolerar. Como si esto no fuera el potencial principio de una cadena de agresiones infinitas a los magrebíes, a las personas latinas, a las mujeres y las mujeres trans, al colectivo LGTBIQ+, y así escalando incluyendo sucesivamente a todas personas que creemos en la democracia.
Analizando al ser humano desde una perspectiva antropológica y neurológica, todo apunta a que ese camino del odio y la polarización es antinatural. Consumir mierda no nos hace bien. Por mucho que intenten convencernos de lo contrario, las personas estamos diseñadas para vivir con amor y en comunidad. Entonces, ¿por qué no somos capaces de salir de este espacio informativo tan tóxico? Hay muchas noticias maravillosas que podrían haber acompañado la información tan extremadamente poco relevante que difundieron los ultraderechistas. Por ejemplo, podríamos haber hablado de la presidenta de México, que estos últimos días ha protagonizado acciones maravillosas con un enfoque extremadamente constructivo: destacaría el envío de ayuda a Texas tras las inundaciones, acompañado de un mensaje de fraternidad y apoyo que ha replicado el embajador de Estados Unidos en México: "No sólo como vecinos, sino como familia, especialmente en momentos de necesidad". Esto ha servido de gancho a celebrities como la actriz Viola Davis o la cantante Billie Eilish para difundir un mensaje antirracista y aplaudir el liderazgo femenino y basado en el amor de la presidenta Claudia Sheinbaum. Su discurso sobre las migraciones es inteligente, basado en datos como el capital de las remesas o la baja irregularidad de los trabajadores, y todo aderezado de soberanía nacional, justicia y democracia. Es decir que sí, hay líderes increíbles en el mundo de los que no se habla tanto como se debería.
¿Y qué me dices del gobernador de California? En abril de este año ese estado se ha convertido en la cuarta economía más grande del mundo, superando a Japón. Su gobernador Gavin Newsom ha dejado muy claro que esto es así gracias a la fuerza migrante de la región. También ha construido un discurso comunitario de oposición a Trump basado en la resistencia pacífica. Pero no hay que irse tan lejos. Hace unos días el Washington Post publicaba un reportaje en el que relacionaba la buena situación económica de España con su gestión de la migración y del discurso público. Y en paralelo la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, del partido ultraderechista Fratelli d’Italia, anunciaba un proceso de visas para más de medio millón de personas de fuera de la UE porque son incapaces de hacer frente a la falta de mano de obra. La que se gastó medio millón de euros en marear a un grupo de 16 migrantes en un intento fallido de deportarlos a Albania para hacer el paripé, no ha tenido más remedio que aceptar que sus políticas migratorias son un absoluto desastre y se están cargando Italia.
Podríamos haber hablado de muchas cosas estos días, algunas de ellas extremadamente inspiradoras. Pero todo lo inspirador resulta muy poco conveniente para el sistema. Que tengamos ilusión y esperanza no ayuda al control y el mantenimiento del statu quo. Vox está porque le dejan estar. No se trata solo de impedir que se beneficie del sistema democrático que desprecia y utiliza para crecer y potencialmente hacerse con el poder. También se trata de aplicar un cordón sanitario que lo aísle y le impida cooptar todas las portadas con sus asquerosidades. Pero claro, ¿qué sería de muchos tertulianos de izquierdas sin ellos? Me preguntaba el otro día José Luis Sanz, que fue director de El Faro, un medio salvadoreño, si yo creía que se podía hacer un periodismo diferente. Era una pregunta trampa porque él sabe que sí, puesto que lo ha hecho en El Faro. Y yo sé que sí porque lo hacemos en la Fundación porCausa. Se puede cambiar la agenda pública. Del mismo modo que se pueden ganar las elecciones con amor. Todo se puede hacer. Pero lleva tiempo y es antisistema. Y esto último es lo más importante que debemos recordar: el sistema no es bueno, no funciona y hay que cambiarlo. Sin lamentos, sin pausa, con convicción y hablando de amor. Y ya estaría.
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