Opinión
Kimmel, Colbert, V de Vendetta

Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
En 2005 se estrenó la adaptación de V de Vendetta que escribieron y produjeron las hermanas Wachowski. Alan Moore no quiso saber nada de aquello, como en general no ha querido saber nada (o echado pestes de todos los colores) de las adaptaciones de sus tebeos al cine.
Lo que las hermanas Wachowski ensayaron fue, más que una adaptación caligráfica, una cierta actualización contemporánea. V seguía siendo un terrorista de corte anarquista que quería volar el Parlamento Británico y derrotar a un gobierno fascista, pero la actualización lo convertía también en un símbolo múltiple de una revuelta social mayoritaria y no violenta que se contagiaba de libertad gracias a la aparición progresiva de V en las pantallas de sus televisores. La película fue recibida con frialdad en el mejor de los casos, cuándo no con franca animadversión por parte, sobre todo, de la generación que conocía el tebeo, y con mucha más alegría y entusiasmo por quienes habían conocido a las hermanas en la trilogía de Matrix y no conocían tanto la fuente original.
Una de las diferencias que se introdujeron en la película es la existencia de un programa de entretenimiento nocturno presentado por Stephen Fry. Un late night al estilo de los clásicos de la televisión británica y estadounidense que comenta la actualidad y entretiene a las familias. Un programa que reproduce los guiones que el gobierno aprueba cada día y que es un ejemplo de humor inofensivo. Gordon Deitrich, el personaje de Fry, es gay y vive su homosexualidad en la clandestinidad, pero también es a partir de la misma donde encuentra la fuerza para rebelarse contra el gobierno. Así, una de las piezas claves del “despertar” de la población es un sketch cómico que emiten en el programa – de nuevo, completamente inofensivo – en el que el presidente del gobierno intenta encontrar a V y no es capaz de capturarle, a pesar de aparecer escondido en distintos sitios del plató dónde se emite el programa. Todo tiene un aire inocente y juguetón, casi infantil. Dietrich es capturado y ejecutado por el gobierno.
Cuando apareció la película no pensé demasiado en este segmento, más allá de que me pareció interesante el uso del humor como desestabilizador del régimen. En 2005, si bien no habían estallado aún las redes sociales, ya teníamos blogs, las movilizaciones contra la guerra de Iraq habían popularizado el activismo digital y los nodos de Indymedia crecían por todo el planeta. El lema “no odies a los medios de comunicación, conviértete en uno” empezaba a popularizarse. Sin embargo, la televisión aún era central en nuestra socialización, así que no tenía por qué parecer algo raro. En los diez años siguientes esa fuerza de lo televisivo se iría disolviendo, y en los diez años siguientes iría recuperando buena parte de su importancia junto a unas redes sociales que se han ido volviendo más y más televisivas según el dominio de la imagen se ha ido imponiendo al texto. De una conversación relativamente distribuida se ha pasado a una lógica de emisores (pocos) y receptores (muchísimos) mucho más tradicional.
Recordaba esta escena de V cuándo el pasado jueves me enteré del despido fulminante del presentador de la televisión norteamericana Jimmy Kimmel por, supuestamente, hacer unos chistes sobre la reacción del movimiento MAGA y de Donald Trump al asesinato de Charlie Kirk y sugerir que, quizás, sólo quizás, podrían estar utilizándolo para imponer su agenda. Ese despido fulminante se explica porque la cadena que distribuye el programa de Kimmel necesita del gobierno para autorizar sus fusiones comerciales. Es decir, la política de Trump determina quién sale por la tele y quién no.
Hace unos meses se anunció el despido al final de esta temporada de “The Late Show with Steven Colbert”, en la CBS. Los motivos son similares. Intereses comerciales que se cruzan con intereses políticos y el odio de Trump a la comedia.
No son los únicos casos. Desde el asesinato de Kirk se ha despertado una auténtica paranoia que prácticamente obliga a disgustarse por su asesinato (y a hacerlo públicamente). Guionistas de tebeos que han manifestado que el asesinato les parece atroz y el asesinado también les parecía atroz han sido despedidos. Se ha llegado a decir que los migrantes que no muestren dolor por su muerte podrían perder la residencia, porque cualquier oportunidad es buena para impulsar políticas racistas.
Un gobierno totalitario es, sobre todo, un gobierno de los comportamientos y las emociones. Las hermanas Wachowski identificaron perfectamente hace 20 años cómo el orden social totalitario depende de un orden cognitivo igual de totalitario.
No puede haber libertad de expresión, especialmente para la comedia. ¿Por qué? Bueno, porque la comedia trabaja con la distancia entre el peso de lo grave y la ligereza de lo mundano. En ese cruce desvela el ridículo de los monstruos. Quienes llevan años diciéndonos que la extrema derecha es quien está ahora en posesión del punk no entienden ni el punk ni la comedia.
La extrema derecha puede permitirse todo, menos tomarse poco en serio a sí misma. Por eso odia a los cómicos. Cómo decía el jueves en Bluesky la escuela de comedia “La Llama School”: “Si la comedia no fuera importante no la cancelarían. Haz comedia”.
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