Opinión
Les ha sobrado piel
Por David Torres
Escritor
Es una tradición muy democrática y muy española ésa de que para arrancar a un partido del poder hacen falta por lo menos dos legislaturas. La observancia de esa ley no escrita debe de ser la que ha llevado a muchos representantes del PP a deslizarse por un tobogán de corrupción, gúrteles, tarjetas black, tijeretazos, púnicas, tesoreros y pelotazos con la confianza de que un buen colchón electoral les aguarda ahí abajo. En este país la gente necesita al menos dos legislaturas para espabilar: pasó con José Luis, pasó con Jose Mari y pasó con Felipe, que disfrutó incluso de tres para dar más solera a la cerámica china.
A los españoles nos gustan las transiciones democráticas suaves y los levantamientos populares abruptos, desde los comuneros hasta Agustina de Aragón. Como en muchas otras partes, aquí las elecciones no las gana nadie, sino que las pierde el gobierno, por manazas. La útima vez que el PP perdió unas elecciones que ya estaban ganadas previamente fue por culpa del 11-M, ya que, según el PP, un grupo de yihadistas perpetró el mayor atentado de la ETA, con cientos de muertos y miles de heridos, sólo para aupar a José Luis al poder. No fue la mentira la que desvió el voto de los españoles, sino la desinformación, ya que no nos habíamos enterado (ni ellos tampoco) de que la policía y los servicios de inteligencia no estuvieron durante ocho años en manos del gobierno sino de vete a saber tú quién. Eso ocurrió mayormente porque en el ministerio del Interior no velaba un ángel de la guarda.
Sin embargo, una vez más, durante el 16-D, la desinformación hizo de las suyas. Como Andresito -el comunero de la mano abrupta- pertenecía a una peña del Pontevedra de color cárdeno, de inmediato se sugirió que aquel soplamocos a traición tenía el marchamo de una ganadería ideológica. Puesto que, además, era menor de edad, no cabía la menor duda: era simpatizante de Podemos. Un montón de periodistas a sueldo levantaron la cabeza del pesebre para rumiarlo. Les faltó poco para asegurar que el chaval era de la ETA. A pesar de que Mariano, con media cara ya tumefacta, advertía que no convenía darle un significado político al puñetazo, varios de sus acólitos y casi todas sus televisiones amigas empezaron a hilar la trenza de una malvada conspiración comunista. No obstante, como apuntaba ayer brillantemente uno de los comentaristas de este blog: "Un niñato de 17 años representa a la izquierda en España; un partido podrido por la corrupción son casos aislados".
Algunos, sumergidos en un exceso de empatía presidencial, proclamaron que la hostia nos la habían dado a todos, pero lo cierto es que a mí no me ardía la cara. Era normal que la hostia no me llegara porque en su momento tampoco me llegó ningún sobre. Si de algo podemos felicitarnos es que, en poco más de diez años, el maremoto de sangre del 11-M haya venido a desaguar en el hematoma del 16-D. Aun así, la extrema derecha mediática ha conservado intactos todos sus viejos tics retóricos: metonimia, prosopopeya, hipérbole y toda la pesca. Igual que ocurrió con el asesinato de Isabel Carrasco, la lideresa del PP en León, a medida que iban cayendo los datos, el gaficidio de Pontevedra se fue resolviendo en un asunto de familia. A las pocas horas se descubría que el chaval en cuestión, Andresito, era un hooligan sin domesticar que vacilaba por uasap con sus amigos acerca de la hostia que le iba a meter al presidente del país. Que su padre, administrador de la Cámara de Comercio de Pontevedra, estuvo imputado por fraude de subvenciones y falsedad documental, y que sus simpatías políticas tiran más bien hacia la derecha. No sólo eso sino que la teoría del hecho aislado se venía abajo no por culpa de una conspiración izquierdista sino porque había un parentesco lejano entre el agredido y el agresor. Al final el puñetazo lo explica mejor Freud que Marx.
En un despilfarro de simbolismo, la hostia le ha venido a aterrizar a Mariano en una de sus ciudades totémicas por parte del hijo de uno de esos señores bien que, además, resulta que era medio sobrino suyo. Una vez más, como en tantas otras fiestas del PP, todo queda en casa. El presidente sufrió en carne propia el riesgo de salir del plasma a la calle aunque no en la calle que él se esperaba. La escolta estaba demasiado relajada y Floriano se equivocó: esta vez les ha sobrado piel.
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