Opinión
Manzanas podridas

Periodista
-Actualizado a
El pobre C. C. Baxter es un pardillo de libro, un pelele, un mequetrefe de marca mayor. Todas las tardes, cuando el resto de sus compañeros de trabajo andan ya de picos pardos, el muy panoli se queda metiendo horas extras en el Departamento de Pólizas Ordinarias, picando su máquina de escribir en el piso decimonoveno del rascacielos que ocupa la Consolidated Life en Nueva York. Todo por 95 cochinos dólares a la semana. La noche de hoy, sin ir más lejos, se ha vuelto a quedar pringando porque le ha prestado su pisito de soltero al señor Kirkeby para que lo use de picadero. Con un poco de suerte, el tipo moverá los hilos hasta que Baxter consiga su merecido ascenso.
Esta premisa salió del caletre de Billy Wilder y I. A. L. Diamond para el guion fílmico de El apartamento, pero la crónica de sucesos había contribuido ya a incendiar sus imaginaciones. En 1951, el productor Walter Wanger le pegó un tiro en la pierna al agente Jennings Lang porque sospechaba que andaba en tratos carnales con su esposa, la actriz Joan Bennett. Hasta ahí todo parecía un mero asunto de cuernos. Después se divulgó que los revolcones tenían lugar en el apartamento de un subordinado de Lang. Wilder y Diamond detectaron ahí una nueva capa narrativa: la corrupción y el intercambio de favores.
"Este Gobierno es el más corrupto que ha tenido España", afirma con frenesí Alberto Núñez Feijóo. "Pedro Sánchez es corrupto, el PSOE es corrupto", replica la derecha mediática con el tonillo reverberador de un coro de tragedia griega. Ni corto ni perezoso, Sánchez responde sosteniendo el espejo que refleja la travesía judicial del PP: la trama Gürtel, la trama Púnica, el caso Nóos, el caso Palma Arena. Un "pues mira que tú" razonado y canónico. "El problema se llama bipartidismo", dice Yolanda Díaz. "El bipartidismo es corrupción", dice Irene Montero. Arnaldo Otegi, por su parte, ha dilatado aún más el foco: "La corrupción es consustancial al régimen del 78".
Antonio García-Trevijano, que no gravitaba precisamente en la órbita independentista, planteó durante años una enmienda a la totalidad en términos aún más estrictos. Aunque sus propuestas tenían un punto extravagante, su diagnóstico mencionaba un universo real de podredumbre sistémica, maridaje del poder político con la clase dominante y contratos a dedo a mayor gloria de las grandes corporaciones. "La corrupción en España es un factor de Gobierno", decía en Intereconomía. Pero García-Trevijano no escatimaba en acusaciones: "La sociedad está podrida y permite que haya corrupción política".
Lo llamaremos "corrupción sobreentendida". El pobre C.C. Baxter, el pringado, el panoli, acude al despacho del señor Sheldrake con la esperanza de un inmediato ascenso pero el señor Sheldrake juega con él a las adivinanzas. En realidad, el jefe quiere las llaves del apartamento. Y muy pronto habrá promociones en la compañía. Los cargos medios que aprovechan el picadero de Baxter son pocos, es cierto, apenas cuatro manzanas podridas en un gran barril. ¿Qué importa si sumamos un nuevo picaflor? "Cuatro manzanas, cinco manzanas, es poca diferencia en el porcentaje", concluye Baxter jurando fidelidad y discreción a su superior.
Hay algo de banal y rutinario en el corrupto, un dejarse llevar, una conciencia laxa de estar haciendo lo que siempre se ha hecho sin mayor escándalo ni consecuencia. Al contrario, mirando los destinos del pobre Baxter, la honradez se antoja un improbable acto de heroísmo o una inútil cabezonería. El político honesto corre el riesgo de perder su posición si se niega a aceptar las viejas reglas del juego con todos sus equilibrios. Lo mirarán como a alguien dudoso e indigno de crédito. Al fin y al cabo, el soborno a tocateja es una garantía de lealtad mutua, de silencio tácito y longeva camaradería.
Por eso nos provoca tanta ternura escuchar la beligerancia de Aznar, los aspavientos de M. Rajoy o las epístolas arrebatadas de Vera y Barrionuevo contra Sánchez. Los portavoces de la renovación, con su rostro de titanio, vienen dando lecciones desde un pasado en que la corrupción era el pan nuestro de cada día. Como si el bipartidismo de hoy, igual que el turnismo de la Restauración borbónica, no fuera otra cosa que un método para el reparto a turnos del pastel. Y claro. La plana mayor del PP, los ministrables de Vox y los resentidos del PSOE ya están a la cola con el cazo. Circulen, que es para hoy.
Hemos vuelto, sin querer, a una idea que hizo fortuna tras la crisis de 2008 y las protestas del 15M; la corrupción no es una falla del sistema, sino el sistema mismo. Más allá, incluso, del tozudo bipartidismo. Hay una corrupción que alcanza a la judicatura, sus lawfares de charanga y pandereta, sus imputaciones a la carta y su intervencionismo político. Hay empresas corruptoras que compran contratos, gobiernos, países. Hay élites bancarias que especulan y pagan con tarjetas black y engrasan todo un laberinto de puertas giratorias. Hay telepredicadores y traficantes de noticias falsas que se venden por un plato de lentejas.
¿En qué deberíamos creer si hasta los investigadores de la corrupción suscitan dudas con sus operaciones opacas y sus oportunas filtraciones? El otro día, la UCO acusaba a Cerdán de haber comprado el 45% de las acciones de Servinabar de cara a un contrato millonario con el Gobierno navarro. Hoy sabemos que esa información estaba basada en un legajo sin valor notarial entregado a la prensa antes que al instructor del caso. Ya que estamos, podríamos preguntarnos cómo es posible que un coronel condenado por torturas como Manuel Sánchez Corbí llegara a ser jefe de la UCO y por qué fichó después por Acciona, la empresa investigada por la UCO.
Para ver esta película necesitamos gafas de cerca y gafas de lejos. Andamos a vueltas con las gafas de cerca y nos preocupamos por la continuidad de Sánchez y por la posibilidad de que el PP y Vox tomen el Gobierno. Pero debemos mirar más allá de nuestras narices y plantearnos qué vamos a hacer con la corrupción estructural, herencia histórica de una Transición fundada sobre la impunidad de los peces gordos. Basta echar un vistazo al rey Juan Carlos, el más inviolable de todos los reyes, que tuvo que salir por patas entre indicios de cohecho, blanqueo y delitos fiscales. Cuatro manzanas, cinco manzanas, un muladar en descomposición que siempre apestó a comilona de gusanos.

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