Opinión
Sin migrantes, lo que cuentan los medios no es real

Periodista y escritora
Cuando yo empecé a trabajar en periodismo, en los primeros noventa, resultaba complicado explicar en una redacción la violencia machista, la violencia económica y laboral contra las mujeres, la violencia obstétrica, el trabajo no remunerado que nosotras llevamos a cabo y absolutamente todo lo relacionado con los privilegios de los hombres en cualquier ámbito. Era la época en la que los propios medios ponían en duda la idea misma de las cuotas y se decía que las mujeres "que valen" triunfarán por sí mismas. Recuerdo insufribles tertulias en las que mujeres de postín afirmaban sin sonrojo que ellas no querían que existieran cuotas en cargos directivos, empresas ni partidos, porque las hacía parecer "inferiores".
En aquellas redacciones era difícil explicar esos temas por una sencilla razón: donde no hay mujeres resulta difícil, si no imposible, colar las cuestiones referentes a nosotras. Para empezar, porque en los órganos de poder no hay quien las plantee. Pero, en caso de haberlas, esas primeras mujeres a los mandos —mandos intermedios, evidentemente— se daban con la cabeza contra el muro de los hombres con el culo bien apalancado en su comodísimo lugar de siempre.
El avance de las mujeres fue paralelo en los medios de comunicación y en los partidos políticos, o sea, en los órganos de representación del Estado. Sin el empuje de los medios, dichos cambios no se habrían producido en política, y sin los cambios en política, no estaríamos hoy transformando nuestras normas de convivencia. Todo es exasperantemente lento, sí. Hablo de hace más de tres décadas. Sin embargo, cualquier avance es un logro, por pequeño que sea, porque encierra en su ser un avance mayor, el principio de algo. A partir de ahí, hay que alimentarlo y no cejar. Los medios vieron cómo la presión que ejercían sobre los partidos y las instituciones se volvían a su vez sobre ellos para reclamarles lo mismo: mayor presencia de mujeres. No podríamos cantar victoria, pero sí sentir cierta satisfacción sobre la marcha.
Esto que acabo de explicar, tan simple, debería estar sucediendo, desde hace algún tiempo ya, con la población migrante. Los datos lo dicen todo: en este momento, se calcula que en torno al 20% de la población española es de origen extranjero. O sea, una de cada cinco personas, más de nueve millones de ciudadanas y ciudadanos. Sin embargo, apenas el 2% de nuestros y nuestras representantes lo son.
Deberían ser los medios de comunicación quienes presionen a los partidos políticos para que dicha situación se revierta. Sobre todo, porque ha quedado claro que, sin esa presión, el racismo estructural de España no va a permitir que la población extranjera tenga la representación que merece en las instituciones. Pero aquí hace falta dar un paso anterior, como sucedió en el caso de las mujeres. Los medios de comunicación necesitan incorporar periodistas migrantes, y es urgente. Sin ellas y ellos, la información que ofrecen los medios no es real. Es parcial, sesgada y, en el mejor de los casos, paternalista. No se puede criticar ausencia en las instituciones del Estado y eludir lo que sucede dentro de las redacciones y las empresas de la comunicación. Si aspiramos a contar la realidad, necesitamos contar también con sus voces dentro. No parece muy complicado de entender.
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