Opinión
¿Y morir tampoco?

Por Marta Nebot
Periodista
Esta semana mi hechito —apelativo cariñoso para pareja de hecho—, ELADO como está —apelativo cariñoso para enfermo de enfermedad maldita de nombre corto—, se ha vuelto a tirar a la piscina. Siempre ha sido un aventurero, un viajero, un valiente sin miedo a la vida; con más temor a vivir muerto que a morir, porque, al fin y al cabo, es condición de vida.
Me explico más: mi querido tiene ELA diagnosticado desde hace más de tres años, va en silla de ruedas eléctrica y la movilidad de sus brazos es reducida. En esta situación, hace pocos días, decidió volver a aventurarse solo a un largo viaje en transporte público a la otra punta de la capital. Volvió a entregarse a la paz y bondad social. Sin ella, no podría ir a ningún sitio. Está, como todos y algo más, a merced de la sociedad, de los buenos y de los malos. Menos mal que los segundos son muchísimos menos. Menos mal que la realidad no ha parado de darle la razón a Locke sobre Hobbes desde que discreparon hace tres siglos. El ser humano es por naturaleza más colaborativo que competitivo, más social y racional que egoísta y guerrero. Menos mal que, además, tenemos el país que tenemos: uno de los más seguros del mundo por más que se empeñen en mentirlo.
Martín, que así se llama mi concubino, quiere vivir y estoy segura de que va a querer hacerlo mucho tiempo. Su enfermedad no le impide pensar y escribir; lo que fue, es y será el motor de su existencia. No se me ocurre peor tortura que obligarle a vivir si deja de quererlo, que imponerle morir a destiempo, arrebatándole la última decisión de su vida, tutelándole como si ya no fuera dueño de sí mismo.
Noelia no quiere vivir. Su situación es mucho más difícil y parece que ha sido así toda su vida. Nació en una familia muy desestructurada. Las adicciones y la salud mental de sus padres la llevaron a pasar gran parte de su infancia y su adolescencia en centros de menores, algunos ultracatólicos según fuentes cercanas. En 2022, fue víctima de una agresión sexual grupal. Pocos meses después se tiró desde el quinto piso de un edificio. Quedó parapléjica y con dolores crónicos graves, constantes, imposibilitantes, que no van a mejorar. Vive sedada 24 horas al día e ingresada en un hospital desde que no consiguió lo que quería.
Todos sus médicos han certificado que es consciente de lo que quiere y ha solicitado reiteradamente desde abril de 2024 y que, dadas sus circunstancias, su eutanasia es legal y tiene sentido. En resumen: la han avalado. La Comisión de Garantía y Evaluación de Cataluña (CGAC), el órgano independiente —cada comunidad autónoma tiene uno propio— formado por juristas, médicos y expertos en bioética, que garantiza la correcta aplicación de la ley de eutanasia, aprobó la suya por unanimidad. Reconocieron el derecho de Noelia a no seguir viviendo.
Sin embargo, la justicia española la está sentenciando a vivir por cojones.
El Tribunal Superior de Justicia de Catalunya ha fallado esta semana que Noelia tiene la razón y el derecho y su eutanasia está en orden. Sin embargo su padre puede impedirla durante años recurriendo al Tribunal Supremo con un recurso de casación que —por ahora— es inevitable.
Esta sentencia es pionera. Es la primera vez que un caso así llega a instancias superiores, desde la aprobación de la ley de eutanasia en 2021.
El Supremo tiene en sus manos aceptar o no el recurso que solo puede justificarse por infracción de ley o por error en la apreciación de las pruebas.
Si admitiera el recurso, que ya han anunciado los Abogados Cristianos que llevan el caso, este tribunal —de facto—, por más que terminara dándole la razón a Noelia, la sentenciaría a la prisión de su cuerpo por tiempo indeterminado, permitiría que su padre la obligue a seguir viviendo. De hecho ya lo está haciendo y continuará hasta que este tribunal diga algo.
La organización ultra se frota las manos en público hablando del resto de casos que van a llevar a la justicia a partir de esto, imaginando futuras torturas, paladeando nuevas victorias sobre leyes aprobadas, sobre la libertad religiosa de los ateos.
Las asociaciones por la muerte digna claman por una reforma legal urgente que agilice estos recursos.
Noelia, en el juicio que ganó, enfrentándose a su progenitor, para poder acabar con su sufrimiento, contó que estando ingresada en el hospital se despertaba rodeada de religiosas que le ponían crucifijos y estampitas de santos en contra de su voluntad. Más torturas permitidas. Más torturas impunes. ¿Dónde quedan la libertad y la justicia?
Los ultras no respetan la voluntad ajena. Su dogma consiste en cagarse en la libertad de los demás.
El Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, el que acaba de darle la razón a Noelia, también alega "el interés innegable por parte de los familiares". Vuelve sobre viejos debates patrimoniales. ¿De quién son los hijos?
Noelia, en pleno siglo XXI, debería ser solo suya. Tiene 25 años, es joven y dueña de sí misma. Su decisión tiene el aval de todos los médicos que la atendieron, de la jueza que la juzgó primero, de los 19 miembros de la comisión que decide quién tiene derecho a morir cuando necesita ayuda para hacerlo.
¿Una vez más la justicia española se declarará en rebeldía contra una ley que no le gusta? Los progresistas podemos tener la mayoría en el Congreso de los Diputados, podemos aprobar leyes que a la derecha le disgustan. ¿Pero luego necesitamos mártires que pasen por los vía crucis judiciales hasta que la legalidad termine por imponerse a los jueces rebeldones?
¿Podríamos decir que hay una justicia terrorista: la que ha conseguido que los ciudadanos estén aterrados porque nunca saben dónde y cuándo un tribunal explotará la bomba que hará estallar la ley en mil pedazos?
Noelia pagará el pato para que otros puedan morir tranquilos en el futuro.
Los últimos datos publicados son de 2023. Se solicitaron 766 eutanasias. Se concedieron 334: la ley es más que garantista. La mitad de los solicitantes murieron antes de que se resolviera su caso. La ley permite su aprobación en 35 días. La media es de 67. Por la vía de la postergación también se está incumpliendo este derecho trascendente. Morir bien es una de las cosas más importantes de nuestra vida.
Y no, no hay una avalancha de eutanasias, de familias "deshaciéndose de sus viejos", como la derecha vaticinó en el debate de aprobación de este derecho histórico.
Con lo que nos costó conseguir que los fachas dejaran de matarnos, ahora resulta que encontraron un arma nueva: no dejar que nos matemos si queremos. ¿Tendremos que seguir peleándolo? Una vez más estamos en manos del Tribunal Supremo —y les pido disculpas, pero cada vez que ellos dicen "supremo" yo tiemblo—.
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