Opinión
Más ONU o más sátrapas

Por Marta Nebot
Periodista
Hemos perdido el sentido de la Historia. La hacemos todo el tiempo: historia propia, historia patria e historia mundial. En democracia -sabiéndolo o sin saberlo, participando o absteniéndonos- las hacemos todas.
En estos momentos la sociedad civil europea y de otras partes del mundo está haciéndola a sabiendas, está por fin presionando, nada más y nada menos, que por humanidad.
Y una vez más, la política está siguiendo la lección que están dando las movilizaciones en las calles. Los ciudadanos empujan hacia la dignidad. Y el efecto —todavía insuficiente— es, sin embargo, real y emocionante.
En la Asamblea General de Naciones Unidas celebrada en Nueva York esta semana ocurrió algo histórico que demuestra que la opinión pública puede llevarnos a dónde nos dicen que no se puede llegar.
Fue conmovedor ver cómo la mayoría de los representantes de los países del mundo abandonaron la asamblea abucheando a Netanyahu en cuanto entró para dar su discurso. Mientras lo hacía en una sala medio vacía solo se escucharon los gritos de un padre de un secuestrado que le siguió hasta allí para gritarle en un lugar más sonado. Muchos familiares de los secuestrados israelíes han acampado a las puertas de su casa gritándole día y noche lo mismo. Pidiéndole que pare por piedad.
Netanyahu, que puso altavoces por toda la frontera con Gaza para que los gazatíes escucharan sus amenazas de no parar hasta "acabar el trabajo", para humillar a los humillados, se vio humillado por la comunidad internacional.
Fue un gesto de esperanza. Fue —esperemos— solo el principio.
La sociedad civil sigue peleando por la humanidad, por buscar las maneras de seguir siendo humanos, por no aceptar que no hay nada que hacer contra los tiranos.
Ahora está impulsando la Resolución 377 de Naciones Unidas, aprobada el 3 de noviembre de 1950, bajo el nombre Unión por la Paz (Uniting for Peace).
Esta norma dice que, si el Consejo de Seguridad no cumple con su deber de "mantener la paz y la seguridad internacionales", la Asamblea General podrá convocar un período extraordinario de sesiones de emergencia.
Basta con que uno de los cinco miembros del Consejo permanente de Seguridad lo apruebe (China, Francia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos).
Las sesiones extraordinarias, como todas las demás, solo pueden aprobar propuestas no vinculantes que el Consejo de Seguridad puede vetar con el voto en contra de uno de sus miembros permanentes.
Y sí, esto nos lleva a preguntar: ¿y entonces para qué sirve la Resolución 377? ¿Para qué pelear para que se la invoque si solo puede terminar en recomendaciones?
La respuesta es tan contundente como la pregunta: para demostrar que la ONU sí sirve. Para corroborar que la voluntad política es la que interpreta y aplica las normas. Para avanzar en multilateralismo, en justicia y en paz.
¿No sería hermoso y profundamente útil que la Asamblea General de Naciones Unidas aprobara una resolución extraordinaria y urgente exigiendo corredores humanitarios en Gaza y un alto al fuego al menos hasta que se acabe con la hambruna? ¿No sería digno proponer el envío de cascos azules para garantizarlo?
Puede ser que el Consejo de Seguridad no lo aprobara, por el voto en contra de Estados Unidos. Puede ser que las calles norteamericanas por fin despertaran. Puede ser que entonces el Consejo de Seguridad modificara su postura, como ya la ha modificado Trump, que ahora habla de un acuerdo de paz que incluya a fuerzas de seguridad palestinas y de otros países árabes y musulmanes que no mantienen relaciones con Israel. Puede ser que aceptara al menos hacerse responsable de no matar de hambre a un pueblo teniendo camiones con víveres esperando en la frontera. Cabe la posibilidad de que la imagen, la dignidad y la utilidad de la institución mejorara. Podría ser que así empezara a ser verdad que Trump miente cuando dice que la ONU no sirve para nada. Allí mismo dijo que está llena de "palabras vacías", "que no resuelve guerras". Lo dice el presidente del país que más ha vetado las resoluciones del Consejo de Seguridad en toda su historia.
La resolución 377 —como todas— es interpretable. Habrá quien interprete que con el exterminio de los palestinos no se pone en peligro la paz y la seguridad internacionales, solo la de los palestinos.
Como siempre, que se interprete eso o lo contrario —que este genocidio pone en peligro la convivencia entre las grandes religiones y puede justificar y alimentar el recrudecimiento del terrorismo islámico por todo el globo, por ejemplo— puede cambiarlo todo o dejarlo como está.
En España sabemos bien de interpretaciones de grandes leyes a la carta. La inviolabilidad del rey plasmada en la Constitución parecía ininterpretable para justificar delitos fuera del cargo. Seguro que los padres de la Constitución no creyeron que el rey iba a resultar ser más bribón que su barco. Y sin embargo...
Los padres y madres de la Carta de Naciones Unidas allá por los años 50, en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial seguro que no pensaron que un gobierno de Israel haría con los palestinos lo que hicieron los nazis con los judíos. Seguro que no imaginaron a un presidente de Estados Unidos presumiendo de estar planificando convertir Gaza en La Riviera de Oriente Medio, divulgando vídeos llenándola de hoteles de lujo, casinos, coches caros y estatuas gigantes con su cara, mientras esa tierra es arrasada y regada a diario con sangre inocente. Unos 300.000 litros, 5 de media por cada muerto —ya que es más de números que de personas—. Para ser escrupulosamente precisos, serán algunos litros menos porque de los más de 65.000 muertos civiles contabilizados en la franja casi 20.000 eran niños.
Las leyes están para usarlas, para agrandarlas, para engrandecerlas. Las instituciones lo mismo. La Historia no para. O Naciones Unidas sirve para más de lo que ha servido hasta ahora o los Netanyahu, los Putin y los Trump del mundo seguirán ganando terreno y partidas, seguirán extendiendo la idea de que la humanidad no avanza.
La batalla es entre más justicia o más oligarcas. Entre avanzar o ir para atrás. Entre más humanos o más bestias.
Se dice mucho que la economía es como una bicicleta que no podemos dejar de pedalear porque se cae si para. Hay quienes lo ponemos en duda.
La Historia sí que es, sin lugar a dudas, imparable. Si no la pedaleamos nosotros la pedalean otros y nos llevan a otra parte.
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