Opinión
Pedro Sánchez y Podemos

Por Anibal Malvar
Periodista
Decía el otro día Alberto Garzón, exjefe y excandidato de Izquierda Unida, que Pedro Sánchez debería reconciliarse con Podemos y hasta darle un ministerio o dos. La verdad es que al bello presidente, cuyos encantos paseamos por las europas, le fue mucho mejor mientras estuvo insomne con Pablo Iglesias en la vicepresidencia que en esta legislatura.
Con Pablo Iglesias y la sobredosis de dormidina, Sánchez parecía un Ché Guevara recién salido del barbero, legislando a siniestro y sin diestro subidas salariales y de pensiones, ertes salvadores, derechos varios, avances en igualdad y otros asuntos muy wokes y muy rojos. Vivimos momentos en los que el socialismo español pareció, incluso, socialista.
Ahora sufre Sánchez su peor racha, con una amalgama de socios con vocaciones políticas distintas que le impiden legislar, y un feo caso de corrupción con billetes black, trileros de Acciona y prostitutas. José Luis Ábalos, Santos Cerdán y Koldo García no solo le han arrebatado a Sánchez buena parte de su presunta honorabilidad. Esto que ahora sucede es mucho peor. Le han robado todo su glamour, que era sin duda uno de sus mayores activos y atractivos electorales.
Hasta casi ahora, PS podía exhibir una biografía digna de súper héroe político, con su inesperada victoria en las primarias, su descabezamiento por negarse a investir al corrupto Mariano Rajoy y su triunfal regreso de entre los muertos tras recorrerse España con su belleza, su labia y un cochecillo obrero. Pero es que en ese cochecillo obrero iban también Koldo y Ábalos, y ya jamás podrá volver a rememorar aquellos kilómetros sin que nos provoquen asco o risa.
Personalmente, lo que más me gustó siempre de Sánchez fueron sus enemigos. No había en Andalucía ni en el vasto mundo Morticia más propicia que aquella Susana Díaz, gritona, vacua, prepotente y muy bien protegida por pretores implacables. Le duró medio telediario. También fue capaz de cabrear y acallar a los socialfalangistas José Bono, Javier Lambán y Emiliano García Page, tres tenores de una ópera muy Tosca. Por no hablar de los sempiternos rencorosos Felipe González y Alfonso Guerra, a los que solo el odio a Pedro Sánchez volvió a unir.
Su alianza con Pablo Iglesias hizo pensar al rojerío votador que el PSOE podría volver a ser socialista y obrero. Y su éxito en la pacificación secesionista de Catalunya solo es cuestionado por aquellos que nunca quisieron la paz.
Tampoco hay que olvidar lo mucho que hicieron para apuntalar la heroicidad de Sánchez esos jueces con togas y a lo loco que aceptaron investigar causas ultras tan delirantes como la de Begoña Gómez, con un desmelenado juez Peinado que lleva años sin aclarar por qué coño la investiga.
El principio del fin del glamour de Sánchez comenzó precisamente cuando tuvo su primer enfrentamiento serio con Podemos, que, sin que nadie se diera cuenta, era su baraka, su comodín ganador en la partida de póquer, su talismán, su hermano dioscuro. El bello tahúr del Manzanares hasta consiguió que Pablo Iglesias tragara con la no derogación de la ley mordaza, esa línea roja que se esnifaron los azules, y que nos deja al pueblo protestón sin defensa ante las arbitrariedades y abusos policiales, que no son pocos.
Fue la ley del solo sí es sí la que comenzó a desglamourizar a nuestro apuesto presidente. Qué manera de cagarla. Aún resuena en los salones de la estulticia aquella declaración en la que se hacía cómplice de las derechas diciendo que sus amigos cuarentones estaban incómodos con la ley pergeñada por Irene Montero. Pues claro que era una ley para incordiar e incomodar a sus amigos cuarentones. Quizá Pedro Sánchez debería haberlo consultado también con sus amigas. O con su casta y perseguida esposa.
Ahora propone Alberto Garzón que Sánchez vuelva a echarse en brazos de Podemos. Ahora que Podemos ya no tiene casi brazos. Acabando con Podemos, no se dio cuenta Sánchez de que tiraba por el desagüe su baraka, su comodín, su órdago y su presunto izquierdismo. Supongo que Ione Belarra está hoy tarareando el Llegas demasiado tarde, princesa.
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