Opinión
El peligro de quiénes somos

Por Barbijaputa -
Periodista
Una de las estrategias más eficaces del patriarcado es despojarnos de la memoria histórica feminista. No es casualidad que las niñas y mujeres del mundo crezcamos pensando que las libertades que tenemos hoy siempre estuvieron ahí. Este borrado sistemático no es accidental, sino una estrategia consciente para mantenernos aisladas, sin referentes claros y, por tanto, sin conciencia crítica colectiva.
Pregúntale a cualquier adolescente (y no tan adolescente) si conoce algo sobre Concepción Arenal, Flora Tristán, Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft, Harriet Taylor-Mill, Isabel Oyarzábal, Clara Campoamor, Victoria Kent, Nawal El Saadawi, Marcela Lagarde o Kate Millett. Probablemente responderá con un silencio incómodo. Pero, eso sí, todas saben quiénes fueron Cristóbal Colón, Napoleón o Alejandro Magno, con detalles sobre sus hazañas bélicas incluidas. La educación pública y privada ha sido cómplice de esta ignorancia selectiva, por supuesto. Los libros de texto que cuentan cualquier tipo de historia —ya sea del arte, contemporánea, etc.— están llenos de nombres masculinos.
¿Dónde están las revolucionarias, las feministas, las resistentes? ¿Por qué la sociedad en todos sus ámbitos no solo evita mencionarlas, sino que sistemáticamente las entierra? Están creciendo niñas y madurando mujeres que reniegan del feminismo porque no saben que todas las libertades de las que disponen son logros de esta lucha, de otras mujeres. Hay políticas y altas dirigentes en todo el mundo que sienten auténtico desprecio por las feministas, que generan violencia contra nosotras y detestan días como el 8M. Mujeres que se sienten diferentes a las demás, que creen que llegaron porque fueron más fuertes y más valientes. Mujeres que, evidentemente, no querrías nunca tener como jefas.
Nuestra memoria colectiva feminista es peligrosa para el sistema. Imagina que todas las niñas aprendieran desde pequeñas cómo ha sido y cómo todavía es la vida por nacer con el segundo sexo, por ser la otredad. Imagina que tuvieran conciencia desde pequeñas de que el trato paternalista, humillante y violento que reciben y recibirán es por su sexo. Que conocieran al dedillo la genealogía feminista y la lucha de las mujeres. Imagina que después de Educación Física y antes de Religión, las niñas y niños del mundo hubiéramos aprendido Feminismo. Nada menos que tres siglos de lucha y teoría feminista que sería de justicia, y absolutamente necesario, que se enseñaran por el propio progreso social, pero que ni siquiera están en los planes de nadie. Aunque sepamos que recordar a quienes nos precedieron nos hace entender quiénes somos, cómo hemos llegado hasta aquí y cuánto nos queda por avanzar, no, no está en los planes de nadie.
Mientras que los niños y hombres aprenden en la escuela las hazañas, inventos, aventuras e historia de los que estuvieron antes que ellos, las mujeres tenemos que estudiar por nuestra cuenta nuestra propia historia. Si es que llegamos al feminismo, si es que tenemos tiempo, si es que llegamos a entender la importancia que tiene. No es fácil formarse, porque el mundo te grita que igualdad, sí, pero radicalismos, no... siendo radicalismo llevar una pancarta el 8M, tener una camiseta con un mensaje feminista o plantarte cuando recibes violencia verbal en el trabajo. Cómo no vamos a sentirnos solas si no sabemos que lo que nos pasa tiene nombre. Cómo no vamos a seguir engordando las listas de feminicidios si no sabemos diferenciar la violencia machista de una discusión de pareja. Cómo no vamos a normalizar las violaciones de nuestras parejas si en cualquier establecimiento, a cualquier hora, se nos obliga a ser oyentes pasivas de canciones donde se narra violencia sexual, y esos «artistas» luego ganan premios y suenan en Los 40.
La realidad es que en pleno siglo XXI no sabemos quiénes pelearon para hacernos hoy la vida un poco más fácil, pero nos han hecho aprender por la fuerza letras que hablan de nosotras como si fuéramos muñecas hinchables sin capacidad de sentir.
Tenemos que saber, y repetir, que hay un hilo histórico que nos conecta con otras mujeres que fueron aisladas, incomprendidas, violentadas y, a veces, asesinadas. Historias y pensamientos que necesitamos conocer aunque sistemáticamente se nos escamotean de la historia, de nuestra historia.
Este borrado no ocurre solo en las aulas. Se da en los medios, en los discursos políticos, en las conversaciones cotidianas. Como si las problemáticas que han tratado las mujeres que nos allanaron el terreno, como la explotación sexual, la violencia machista o la desigualdad en cualquier ámbito, fueran cosas de un pasado remoto, y no luchas que estamos librando hoy mismo, y de las cuales estamos sufriendo incluso importantes retrocesos.
Una memoria feminista robusta y compartida es la base de una conciencia crítica imparable, y el sistema lo sabe. Aprendamos de nuestras antecesoras; es un auténtico mundo por descubrir, por disfrutar, merecemos esa ventana abierta por la que mirar. Compartamos con otras nuestra genealogía… tenemos dónde elegir para empezar, porque hay siglos de teoría e incontables países y contextos diferentes, y por si fuera poco, en este mismo instante hay pensadoras feministas generando pensamiento y divulgando feminismo.
Si no defendemos nosotras mismas nuestra memoria y nuestra genealogía, no es ya que nadie vaya a hacerlo, sino que será enterrada como ya lo fueron tantas mujeres y tanto conocimiento que hemos perdido para siempre. Hay muchas que ya no podemos recuperar; peleemos para que ninguna más caiga en el olvido.
Para Celia Amorós. Seríamos otras personas sin tu legado.
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