Opinión
El perdón de Mazón

Por Israel Merino
Reportero y columnista en Cultura, Política, Nacional y Opinión.
-Actualizado a
¿Sabéis una cosa? En el Tormento de Benito Pérez Galdós, Amparo Sánchez Emperador, Amparito, debe enfrentar su pasado junto a Pedro Polo si quiere casarse con Agustín Caballero, y la única forma es reconocerlo. No tiene otra opción que serle sincera al que es su prometido y contar aquel error para suplicar perdón, redención y quizá algún día, olvido. El problema es que Amparito, huérfana desde muy cría y una buena tipa que se dejó manipular por el cabrón victimista de Polo, no quiere reconocer su decimonónico delito por un deseo genuino de exención, pues ella preferiría olvidar, sino por miedo a las consecuencias terribles que al no hacerlo deberá torear tras la futurible boda con Caballero: le da pánico que a su hermanita Refugio, una cabrona de método y narcisista que solo piensa en sí misma, se le vaya la lengua y reviente el matrimonio, o que su tía Rosalía, una cochina envidiosa que fantasea en silencio con que su propia prole muera para casarse ella misma con el ricachón de Caballero, descubra el secreto y lo use a su favor para nada bueno. En el fondo, muy en el fondo, Amparito no quiere reconocer ni pedir perdón alguno, sin embargo, las consecuencias de no hacerlo son tan chungas que sabe que lo más conveniente es suplicar disculpas.
Carlos Mazón ha dimitido con un año de retraso y ha pedido perdón; ha dicho, y transcribo literalmente a la tercera persona, que cometió errores y debió cancelar la agenda y pedir la declaración de emergencia. Como si eso fuera una disculpa, ¿sabéis?, como si los familiares de aquellos doscientos veintiocho, todos con nombre, apellidos y pulso, se hubieran vuelto ciegos a causa del dolor y no supieran que a Mazón no se le inundan los ojos por lo que ha hecho, qué va, sino por este calvario político – en breves, ojalá también judicial –. No cuela, Carlos.
Y no cuela porque jamás has querido reconocer nada, mentiroso, y por eso el perdón de las víctimas y sus familiares te es indiferente; durante más de un año te has inventado todo tipo de historias rocambolescas que empezaron con que a las cinco de la tarde estabas en el Palau de la Generalitat, recuerda que fue lo primero que dijiste a aquellos que todavía revolvían el barro con la esperanza congelada en encontrar a alguien con vida, y has acabado reconociendo una comida con una periodista hasta altas horas de la que, por cierto, no quieres aportar factura porque dices que fue una cita privada. Eres un ridículo, Carlos. ¿Este es tu deseo genuino de que el pueblo te perdone?
También te recuerdo, dada tu memoria de pececillo – ¿todavía no caes en lo que hiciste entre las 18:45, cuando te despediste de Vilaplana, y esas 19:45 en las que llegaste al Palau? –, que pretendiste que la comisaria adscrita a la Generalitat Valenciana, de la que tú eras jefe, premiara por algún desconocido motivo a la persona encargada de custodiar las grabaciones del CECOPI donde se veía tu hora de llegada, o que también pretendiste conceder esa misma medalla a tu escolta policial. Menudo genuino arrepentimiento hay en laurear a los que te interesa que estén calladitos, Carlos. Me quito el sombrero.
No has dimitido por decencia, porque tú no la conoces, ni tampoco por la del Partido Popular, que todavía menos, sino porque el pueblo valenciano, encabezado por la carne y sangre de aquellos que murieron mientras tú hacías no sabemos qué, ha salido a la calle a protestar por tu falta de humanidad – ninguna corrida de toros de los noventa va a distraer la atención esta vez –. Te han presionado hasta romperte, Carlos, y te han obligado a dimitir, aunque manteniendo tu cargo de diputado autonómico porque el aforamiento es sagrado, ¿verdad? Tú y yo sabemos que no te crees las disculpas que te han escrito. Nadie se las cree.
¿Quieres perdón, president?, ¿quieres redención? Entrega tu acta de diputado, deja que la jueza de Catarroja te investigue y di la puta verdad. Luego, vuelves a pedir disculpas.
Aunque sea, hazlo por ellos, por favor. Creo que se lo merecen.
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