Opinión
Plurisexys
Por Anibal Malvar
Periodista
Dos de los artefactos lingüísticos más peligrosos y difíciles de manejar son los acrónimos y las siglas. Son bombas fonéticas que pueden estallar y arruinar un partido político, un colectivo o un organismo institucional. Pesoe queda precioso y cuando lo pronuncias ya te entran ganas de no criticar demasiado al partido, por mucho que dos de sus iniciales hayan sido tantas veces traicionadas. Pepé también tiene su encanto, pues esconde una polisemia cargada de sugerencias casi imperceptibles, que es como han de ser las sugerencias.
Por una parte, alude al catolicismo del partido por su evidente coincidencia con el Padre Putativo de la Biblia, aquel pobre San José que, no lo olvidemos, también murió virgen, salvo que se fuera de picos pardos extramaritales y extrabíblicos, que no me pega. Nadie celebra la triste virginidad de San Pepe, y en eso observo una grave discriminación de la mujer sobre el hombre de la que Vox debería tomar nota.
Pero Pepé esconde también un mensaje políticamente sibilino. Pepe es el nombre masculino más común entre los hispanohablantes. Un nombre de pueblo, de obrero (San José Obrero, no lo olvidéis, rojas heresiarcas). Y la historia y las votaciones parlamentarias nos demuestran que el Partido Popular es una organización creada precisamente para joder y esclavizar al pobre, al obrero, a la clase media, a los Pepes de este mundo. Por eso se llama casi como ellos: es su tocayo con tilde. Y así les engaña el voto. Por no hablar de que los miembros de un partido tan ferozmente clasista se hagan llamar populares. Qué bien mienten las derechas hasta en el nombrarse. Ahí sí hemos de reconocerles indubitable talento.
Pero dejemos las siglas y acrónimos políticos, que hay cada vez más gente que dice que la política le aburre. He de respetarlo, aunque me parezca una estupidez. Decir que te aburre la política es como afirmar que te aburre respirar. Y es que respiración y política son igualitas. Con las dos te juegas la vida a cada instante. "Haced política porque, si no la hacéis, alguien la hará por vosotros y probablemente contra vosotros", escribió Antonio Machado bajo su tumba exiliada de Colliure.
A mí me fastidió profundamente que ya no se pueda llamar menas a los Menores Migrantes no Acompañados. Me parecía un acrónimo precioso. No solo evocaba la fonética de menor. También su evidente feminidad sufijera me contaba que había niñas, nenas, tan parecido a menas, tan olvidadas.
Pero las palabras son seres débiles si no las defendemos. Y las bocas sucias de los odiadores pueden marchitarlas con su sucio aliento, como el viento del desierto asesina flores. Y ahora mena es un término despectivo, casi sinónimo de delincuente extranjero precoz. Esto sí que es batalla cultural, no lo de Broncano y Pablo Motos. Nos quitan las palabras. En boca de Santiago Abascal o de Miguel Tellado, mena dejó de significar niño y niña perdidos, huyendo de una infancia que ya les hemos arrebatado con nuestras políticas neocoloniales. Y que no sería nada difícil devolverles. Con el 0,1% de los 800.000 millones inútiles que se va a gastar Europa en armamento para bombardear a no sabemos quien, podríamos enviar a todos esos niños y niñas errantes a la universidad y vestidos de Armani, por poner un solo y populista ejemplo.
Las peores siglas que yo he sufrido como escritor son las de la libertad sexual. Qué difícil, para un poeta, tener que rimar elegetebeikuplus con oscuras golondrinas o con pinos que desenredan la cabellera invisible del viento. Los libertarios sexuales han elegido para los amorosos disidentes de la heterosexualidad un nombre de androide, deshumanizado. Podían haber mirado Blade Runner y haberse llamado Sexus-6, o siete, o los sexos y las afectividades numéricas que queramos. Son todas tan bellas.
A mí me gustan plurisexy o libresexy como semillero semántico con evidentes posibilidades de mejora. Porque contienen no solo una aceptación de uno mismo como persona digna de ser amada y deseada, tenga la tendencia que le ponga cachondo o el físico que desee. Da a entender que sexy puede ser cualquiera, fuera de las convenciones estéticas y copulatorias. Y, aunque suene un poco anglófono, a mí me parece mucho más sugerente para invitar a follar que esas siglas de robot que nos han impuesto. Pero, como las musas no me han adornado con el don de la palabra, seguiré escarbando ideas.
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