Opinión
El Podemos real y el mitológico

Por Pablo Batalla
Periodista
-Actualizado a
Santander, una de las ciudades más de derechas de España (entre 1979 y 1983 gobernó UCD, en 1983 ya ganó las elecciones Alianza Popular, y hasta hoy), tiene un concejal de Izquierda Unida. Se llama Keruin P. Martínez y está haciendo un trabajo ingente e inteligente, que le está valiendo simpatías inesperadas; votantes conservadores dispuestos a reconocerlo como su edil preferido en el Ayuntamiento. A veces pasa. La única capital de provincia gobernada por IU, Zamora, nunca ha sido precisamente el sóviet del Duero, pero Francisco Guarido supo ganarse a sus convecinos primero con sus denuncias de la corrupción rampante del PP, y después con una gestión honesta y austera, a la altura de las expectativas, sin sacrificar ni un principio, sin ocultar nada, e incluso cantando La Internacional puño en alto en las celebraciones del partido. En Pontevedra arrasa el PP en las generales, pero en las municipales lleva veinticinco años arrasando el BNG. Bueno. Keruin gusta a santanderinos insospechados, y algunos lo votarán. Pero el otro día alguien le dijo que estaría encantado de votarlo…, si no fuera de Podemos. Un partido al que nunca ha pertenecido, ni ha querido pertenecer.
Me lo contó en Santander, en La Vorágine —librería maja donde las haya, una de las mejores de la red española de librerías de izquierdas—. Y al escucharlo, las responsables de La Vorágine también nos contaron que a ellas, el otro día, una señora que había visto en su escaparate un cartel convocando a una manifestación por Palestina, les espetó que eran fascistas. "Fascistas de Podemos", añadió. Pero ellas tampoco pasaron jamás por la vorágine podemista.
Existen dos Podemos: el real y el mitológico. El Podemos auténtico es pequeño y menguante, pero el mítico —que ya era más grande que el otro cuando el otro era grande— continúa siendo un gigante. También ocurre a veces. Recordando los años del antifranquismo, un militante ya fallecido del PCE asturiano, Paco Sarasúa, evocaba cómo en la dictadura "había una cultura de suponer a los comunistas detrás de cualquier cosa que pasaba; de imaginarnos una capacidad de influencia mucho mayor que la real. Yo me reía: "¡Ya quisiéramos tener semejante capacidad de influencia!", pero siempre comentaba que no era mala cosa que nos la atribuyeran, porque eso nos daba poder; nos hacía ser respetados".
El mito puede ser un impulso o un obstáculo; gasolina en el depósito o un palo en las ruedas. En todo caso es algo. Está ahí y acaba siendo la "buena salud" de "los muertos que vos matáis". Puede hasta reactivarse, como le pasó al PSOE de la Transición; un antiguo gigante que se había convertido en una hormiga, que luego se volvió a convertir en un gigante. La varita mágica fue la memoria histórica. El secretario general exiliado Rodolfo Llopis decía que no hacía falta arriesgar la vida o la integridad de los militantes socialistas enviándolos a España a pelear contra el franquismo o a practicar el entrismo en sus instituciones, como hacía el PCE, porque cuando llegara la democracia, bastaría con colgar la bandera socialista y ugetista de un balcón o un quiosco de la Puerta del Sol para que la gente hiciera cola para afiliarse. Y el caso es que fue así. Gente que, durante la dictadura, había militado en el PCE, Comisiones Obreras y demás organizaciones asociadas, porque sí quería pelear contra el franquismo, lo hizo no dejando de pensar que, cuando la democracia se conquistase y el PSOE y la UGT resurgiesen, se irían para allá, al partido de sus padres y sus abuelos, de "san Pablo Iglesias, apóstol de los obreros". Cuando chocaron con Llopis, Felipe González y Alfonso Guerra pelearon con uñas y dientes en los juzgados por conseguir las siglas históricas en lugar de fundar un nuevo partido, porque sabían lo que esas siglas representaban.
Los mitos son ideas, pero son materia también; materialísima gasolina de los coches, barcos y aviones de cualesquiera utopías. Se ganan batallas con realidades y con mitos. Pero la gasolina es una materia que solo es beneficiosa si es utilizada de una forma muy concreta. Con gasolina puede impulsarse un coche a doscientos cincuenta kilómetros por hora si se le echa en el depósito, pero puede destruirlo violentamente si se le rocía por encima y después se le tira encima un cigarrillo encendido.
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.