Opinión
No solo el pueblo salva al pueblo

Por Pablo Batalla
Periodista
El domingo pasado, conducía de Asturias a León por la autopista del Huerna cuando, a la altura del embalse de Barrios de Luna, una súbita visión me sobresaltó. Un hidroavión, una enorme aeronave, volando a pocos metros por encima de mi coche, iniciando el despegue desde las aguas del gran pantano. Pintado de rojigualda y con la leyenda "Reino de España". Adónde se dirigía, lo dedujimos con rapidez. Pocos kilómetros más allá, vimos el incendio que asolaba uno de los montes que circundan el valle y, poco después, las laderas calcinadas de los que rodean el pueblo de Garaño; el negro ceniciento de la biomasa consumida llegando hasta el mismo borde de las casas.
León, el Noroeste en general, sigue ardiendo y es terrible. Los pueblos organizan cuadrillas de voluntarios, y algunos de esos voluntarios perecen mientras tratan de alejar las llamas de sus hogares. A algunas aldeas recónditas, acomodadas a algún pliegue de la caprichosísima y densamente boscosa orografía de este rincón de la península ibérica, del incendio que las asolaba tardó en darse cuenta nadie más que sus habitantes y los recursos del Estado tardaron horas en llegar, durante las cuales los lugareños fueron el único rival del fuego. En León, algunos empezaron a maliciar que todo el esfuerzo de las instituciones estaba concentrado en salvar Las Médulas —Patrimonio de la Humanidad y recurso turístico—, y que les daba igual la combustión de otros parajes. Y comenzó a surgir en las redes sociales un lema que se escucha cada vez más en esta época de desastres cada vez más recurrentes: "Solo el pueblo salva al pueblo".
El eslogan tiene la forma, las palabras tribales y la sonoridad ideales para gustar a la gente de izquierdas; toca las teclas exactas que nos conmueven. Nos hace evocar al pueblo unido, jamás vencido de Quilapayún; a la cita machadiana sobre cómo en España lo mejor es el pueblo, que salva el país cuando lo abandonan los señoritos; al cuadro El cuarto estado, etcétera. Es fácil que triunfe, sobre todo entre los adeptos a aquellas tradiciones de izquierda —vinculadas al mundo libertario y a los movimientos sociales— en cuya médula habita la desconfianza hacia el Estado. Una desconfianza que, por supuesto, el Estado nos ha dado muchas veces en la historia motivos para tener. Pero el Estado también son hidroaviones. Y el pueblo, por sí solo, puede hacer muchas cosas, pero no construir ni pilotar hidroaviones, sin los cuales los incendios serían infinitamente más virulentos. El Estado son hidroaviones y son los embalses en los que cargan el agua, los centros de formación que instruyen a bomberos y aviadores, los recursos que permiten mapear y analizar minuciosamente los incendios, las universidades y centros de investigación en los que se discurre cómo apagarlos y cómo prevenirlos, las ayudas a los ciudadanos afectados, etcétera. Podría no serlo, claro. Hay Estados sin hidroaviones o bomberos profesionales. Pero este Estado al menos lo es, y lo es porque lo conquistó el pueblo movilizado en pos de una democracia protectora. La izquierda movimentista no es incompatible con la estatista del Estado bueno, como apunta en X, en gallego, el siempre lúcido Carlos Calvo Varela: "Com o de ‘só o povo salva o povo’ passa o que com o de ‘democracia burguesa’. Todo o que temos de democracia foi conseguido contra a burguesia; todo o que temos de Estado democrático foi conquista do povo. Haveria que ser mui ineptos para renunciar a essas vitórias".
"Solo el pueblo salva al pueblo" empieza a ser una declinación poética de la interjección, más bruta, del "que se vayan todos", del "todos los políticos son iguales", de un rechazo de la política que no puede conducir a ningún sitio bueno. Quien está, ahora, en mejor disposición para cabalgarlo —para politizar la antipolítica, porque la antipolítica es política también— es Vox: un partido del neoliberalismo autoritario, de los que no quiere un Estado protector de los vulnerables, sino lo más parecido a aquel que abandonó a su suerte a las víctimas del Katrina. En Estados Unidos, solo un 9% de los bomberos son profesionales: el resto son voluntarios y presos, y existen también negocios de bomberos privados, que los ricos contratan para apagar el fuego en sus mansiones, mientras arden desatendidas las viviendas humildes. En eso querría convertir a España esta gente que nos convoca al grito de "solo el pueblo salva al pueblo". Y no puede ocurrírsenos acudir.
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