Opinión
Ripoll: otro regalo de Junts a la extrema derecha

Por Miquel Ramos
Periodista
La extrema derecha seguirá gobernando en Ripoll porque Junts así lo ha querido. El pasado martes, esta formación dio marcha atrás en su acuerdo con el resto de las fuerzas municipales para desalojar a la alcaldesa ultraderechista Silvia Orriols, regalándole una victoria tan simbólica como evitable. Es la segunda vez que, pudiendo evitarlo, Junts cede esta plaza al principal altavoz de la extrema derecha catalana, pues ya permitió que gobernase en minoría pudiendo impedirlo en su día aunando fuerzas con el resto de partidos. Esta vez, con todo ya hablado y encarrilado con las distintas formaciones políticas, la derecha catalana ha decidido no mover ficha, dejar que siga gobernando la extrema derecha y esperar a ver si poniéndose de perfil no le despeina el viento.
No han aprendido nada de lo que lleva tiempo sucediendo en el resto del mundo, del errático papel que han jugado e insisten en jugar las derechas ante esta criatura, a menudo nacida en su seno y que no para de crecer gracias a alpistes como estos, que la permiten no solo sobrevivir sino apuntarse un tanto. Este es, de hecho, el mejor escenario posible soñado por los ultras ante lo que parecía el fin de su gobierno en Ripoll. Y no es solo el aval que significa dejarla gobernar, sino comprar cada vez más sus marcos, su lenguaje, sus temas y su versión de país, cada vez más excluyente.
Cada minuto que pasa la extrema derecha en las instituciones, pudiendo sacarla vía democrática, es una derrota para la democracia y los derechos humanos. No lo entiende así la derecha, que, en vez de confrontarla, la deja hacer, o peor, la copia o la coge del brazo, pensando que quizás así recupere parte de la fuga de votos y cargos hacia el fondo ultra. Y eso que el pacto para desalojar a la extrema derecha contemplaba que fuese la candidata de Junts quien la sucediera en la gobernanza. Este es, sin duda, el nuevo regalo de Junts a la extrema derecha.
La ultraderecha gobierna Ripoll en minoría, sin capacidad de llevar a cabo nada más que ruido y espectáculo, convirtiendo la ciudad en un plató desde el que promocionarse. Su alcaldesa se dedica a jugar al malismo constante, a alardear de sus odios y sus cacicadas en redes y a insultar y a señalar a una parte de sus vecinos que no encajan en su modelo de sociedad por sus creencias o su origen. Se envuelve constantemente en la habitual manta victimista que visten todos los ultras cuando el resto les afea sus escupitajos de veneno sobre los derechos y la dignidad de una parte de la población. Tanto su arrogancia como su incapacidad de gobernar con solvencia, dado el sainete en el que ha convertido su mandato en minoría, repercuten en la vida de los ciudadanos de Ripoll, rehenes de quien entiende el pueblo como un escenario.
No hay ninguna diferencia entre lo que predica AC y lo que predican Vox, Trump u Orbán. Tan solo el idioma empleado. Tan solo el marco nacional. Es la misma plantilla para todos, en Madrid, Ripoll, Berlín, París o Washington. Las mismas consignas. Los mismos odios. Por eso, representantes de la ultraderecha catalana ya han tirado los trastos a varios de los principales partidos homólogos, como la AfD alemana o al multimillonario Elon Musk. Quieren unirse al club, aunque el resto de la espalda al independentismo catalán y tenga a Vox, con su bandera de la unidad de España, como único interlocutor fiable en España. Porque lo del independentismo de AC, tras exprimir las decepciones y las ruinas del procés, ya es puro atrezzo.
Junts argumenta su marcha atrás en la moción de censura que, sacar a Orriols de la alcaldía la haría más fuerte. Que se victimizaría y que la ciudadanía tan solo vería un cambio de sillas en el nuevo gobierno local. Algo que podrían haber argumentado antes de crear todo este foco mediático y estas expectativas, para finalmente echarse atrás, haciendo más grande y más mediática todavía a la lideresa ultra y permitiendo que se blinde todavía más en su bastión. Y es precisamente este ya habitual “sí pero no” de Junts el que no hace más que provocar fugas de votos, decepciones y acrecentar su caricatura.
Fue la dirección de Junts, y no sus concejales de Ripoll, quienes decidieron mantener a la ultraderecha al frente del ayuntamiento. Fue un cálculo en clave nacional el que empujó a la formación del ex President Carles Puigdemont a mantener a los ultras, cuando sus concejales en Ripoll habían estado hasta entonces dispuestos a echarlos. Un día antes de la moción, la alcaldesa escribió públicamente en X a Puigdemont, un mensaje amenazador: Yo caeré en Ripoll, pero tú caerás en Catalunya, decía. Igualmente, figuras mediáticas de la derecha catalana como Pilar Rahola llevan tiempo echando un cable a la formación ultraderechista y haciendo ruido contra el acuerdo para echarla. A esto hay que añadir el empuje de diversos medios derechistas, su capacidad para ser constantemente el foco de atención y el ejército de trolls que, como todas las extremas derechas, tiene también la formación orbitando a su alrededor.
Ripoll no es ningún reino de la extrema derecha, por mucho que gobierne. Su población es diversa, y sus movimientos sociales y culturales siguen activos y en primera línea contra el odio que emana desde el gobierno local. La extrema derecha no es capaz de reivindicar ningún tejido asociativo, porque no lo tiene. Y esa es quizás una de sus mayores debilidades. El pasado mes de octubre, varias entidades lanzaron un manifiesto y convocaron una protesta masiva para reafirmar la oposición de gran parte de la ciudadanía al proyecto caciquil y supremacista de Orriols, que se ha enfrentado a gran parte de este tejido asociativo que le es hostil, ya que en sus proyectos defienden los valores democráticos e inclusivos que el consistorio niega a una parte de la población.
Dada la complicidad de Junts con el mantenimiento del gobierno municipal ultraderechista, recordemos, en minoría, quizás el foco y el refuerzo debería estar más en estos colectivos y en sus gentes antes que en todas las trampas que pone la extrema derecha para ser constantemente el centro de atención y mantenerse en el poder. Ya que la política institucional es incapaz de aislar a los ultras, quien debe ahora llevar la iniciativa es su ciudadanía, aquella comprometida con otro modelo de sociedad, opuesto a la ola trumpista y al odio que unos siembran y otros dejan crecer por cobardía y cálculos electoralistas cómplices. Solo estos movimientos populares, conectados con el territorio y su ciudadanía, serán capaces de implementar la pedagogía a pie de calle que hará finalmente caer a los ultras.
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.