Opinión
'Superestar' en seis claves

Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
Llevo un tiempo queriendo escribir sobre Superestar, la serie producida por Los Javis y creada por Nacho Vigalondo que da cuenta del fenómeno televisivo y social conocido como tamarismo que irrumpió en España en torno al año 2000. Un fenómeno que llegó, tomó la noche televisiva al asalto y se evaporó misteriosamente.
El mayor mérito de la serie de Vigalondo es colocarse en el lugar de la fascinación singular y honesta hacia los acontecimientos.
Medio limón
Los cimientos de Superestar tienen que rastrearse en la anterior gran apuesta por el biopic, cuyo nutriente fundamental son Crónicas Marcianas, dirigido por Los Javis: La Veneno.
Vigalondo formó parte del equipo que puso en pie la miniserie en torno a la vida de la artista (artista en el sentido situacionista, de convertir la propia vida en una obra de arte) y dirigió un capítulo esencial de la serie. Ese que sigue el rastro de "Juan Antonio Canta".
Juan Antonio Canta fue el compositor de aquel "un limón y medio limón" que todos cantamos de nuevo, borrado de contextos biográficos y otros padecimientos. Sin saber que hablábamos de uno de los miembros de "Pabellón psiquiátrico" y sin saber que se suicidó con apenas 30 años.
Vigalondo y Los Javis exponen en ese capítulo a la televisión como un dispositivo que opera fundamentalmente construyendo dobles de las personas que salen en la pantalla. Dobles efímeros, descontextualizados, borrosos. Más que una máquina de vampirizar, hablamos de una máquina de duplicar. La fama televisiva es esa sombra borrosa y distorsionada sobre la propia biografía. Superestar está llena de duplicidades, de dobles, de espejos deformantes, de encuentros con versiones fantasmales de los personajes protagonistas.
Tamara contra el biopic
El canon de prestigio audiovisual en torno al biopic ha ido despojando al mismo de cualquier capacidad para contar cosas de interés. Un canon que reduce la expresión artística de la vida de alguien (siempre alguien famoso) a la sucesión de acontecimientos biográficos a los que se intenta otorgar un sentido. Ese vector de sentido suele ser, digamos, trascendente. Padeció todas estas cosas, pero finalmente le fue bien. O trascendió. O le sirvieron para convertirse en un gran artista. Son casi siempre ficciones reconfortantes cuando no entran directamente en el campo de la mera explotación de un símbolo. La velocidad de los tiempos del streaming ha ido fagocitando la forma del biopic hasta convertirlo en una pasta de difícil digestión.
Superestar rompe con esa narrativa biográfica y la cambia en dos elementos fundamentales. Por un lado, acompaña la deriva biográfica con una narrativa de los significados. Una suerte de abstracción para clarificar (algo que Vigalondo hacía también en su última película, la excepcional Daniela Forever), que no nos explica solo lo que pasa, sino sobre todo lo que significa para los personajes lo que está pasando. De la misma forma, sustituye la narración ordenada por una narrativa poliédrica, que expone puntos de vista diversos y, a veces, contradictorios.
El segundo elemento clave de la ruptura es que no presenta la fama como un viacrucis hacia ninguna salvación o destrucción. Superestar quiere, sobre todo, que entendamos.
Vigalondo, Costafreda & Co
Sería injusto reducir la serie a una expresión autoral totalmente singular de Nacho Vigalondo y dejar fuera la necesaria construcción colectiva que requiere todo producto audiovisual, pero muy especialmente una serie. Hay un esfuerzo narrativo que merece un crédito compartido. El esfuerzo que pone Vigalondo en que la serie responda a una visión (algo que cada vez está más desaparecido en la ficción audiovisual que producen las plataformas de streaming) se complementa a la perfección con el trabajo apabullante que hace Claudia Costafreda, co-creadora de Cardo, otra serie producida por Los Javis, y que aquí demuestra una versatilidad estilística y narrativa brutal.
Costafreda es capaz de metamorfosearse capítulo a capítulo y adaptarse a todo tipo de formas expresivas. Lo mismo sucede con la colección de actores y actrices que forman parte de la serie, quizás el mejor casting de la televisión reciente.
El coño de Sauron
Superestar escapa con bastante inteligencia de la idea que vendría a colocar a Tamara como una precursora del feminismo en España. Una herramienta socorrida de esas narrativas del padecimiento con sentido ("murió por nuestros pecados, alumbró un mundo nuevo") y se hace más bien la pregunta contraria. ¿Cómo habría recibido una España cargada de feminismo una figura como aquella?
El capítulo dedicado a Paco Porras intenta hacer con el presente español lo mismo que Alan Moore lleva años intentando hacer con su obra. Hablando de From Hell, el guionista y escritor de Northampton se preguntaba si a través del análisis pormenorizado y concienzudo de los hechos podría llegar a alcanzar los significados. Vigalondo identifica en la libertad caótica y fuera de toda norma del tamarismo un desafío al orden de una España atávica y reaccionaria que reaparece siempre que siente que pierde el control.
No en vano, el componente queer de "El mundo de Tamara" había quedado convenientemente fuera de la historia catódica. Hasta ahora.
Todd Haynes con torreznos
Para mí es imposible pensar en Superestar sin pensar en la obra de Todd Haynes y muy especialmente en dos de sus biopics. Por un lado, Velvet Goldmine y, por otro, I’m Not There. En Velvet Goldmine, Haynes cuenta el glam como una historia de ciencia ficción y, de nuevo, duplicidades, para explicar la compleja relación entre David Bowie y Ziggy Stardust. En I’m Not There, hace que siete personajes distintos interpreten a Bob Dylan y, de esta forma, construye un ensayo cultural sobre su vida y su obra basada en su capacidad camaleónica para transformarse de forma permanente.
Superestar enfoca la historia del tamarismo desde un lugar muy similar. En este caso, la lente deformante es el uso de los tropos básicos de la fantasía y la ciencia ficción para contar cada capítulo. Viajes en el tiempo, dobles misteriosos, sectas y cultos ancestrales y, finalmente, una actualización del esperpento cuya caja de resonancia siempre es lo catódico.
Agencia y ternura
Cuenta Carlos Areces en una entrevista que Tamara dijo al ver la serie: "No la he entendido muy bien, pero no me he sentido herida"; creo que es un resumen perfecto de lo que la serie pretende. Ser tierna en vez de cínica. Y lo hace, primero, demostrando que todos y cada uno de los personajes, a pesar de sus dolores y conflictos, están haciendo algo que quieren. Algo que desean. Que son dueños de sus decisiones, por equivocadas que puedan parecernos en algún momento o por atravesados que estén por pulsiones complicadas.
Son sujetos en el centro del relato, no objetos en los márgenes. Por eso merece la pena verla.

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