Opinión
TracaTrump
Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Caben pocas dudas acerca de la potencia intelectual de EE UU, el país que tiene más premios Nobel en cualquier modalidad, el que acumula más patentes, el que cuenta con las mejores universidades y centros de investigación y el que, definitivamente, supone la reserva tecnológica del planeta. No obstante, ese despilfarro neuronal parece suficientemente compensado por un amplio porcentaje de lerdos, que son quienes al final deciden las cosas. Puestos a elegir entre lo malo y lo peor, ellos eligirán lo pésimo. Aunque también es cierto que, como dijo Bukowski, votar a los republicanos o a los demócratas es como escoger entre mierda caliente y mierda fría.
Ejemplo supremo de la berlusconización de la democracia, Donald Trump ha ido pisando líneas rojas una detrás de otra con la certeza de que cada escándalo provocado significaba más votos en la buchaca. Al estilo del Cavaliere, Trump ha fortificado un ideario político anclado en la prehistoria a base de comentarios machistas, homófobos y violentos. En su particular bunga-bunga ideológico cabe de todo: ha insultado a los mexicanos, se ha burlado de los discapacitados y ha coqueteado con el Ku-klux-klan. Al igual que Berlusconi y para sorpresa de los politólogos, estas tácticas no le han restado sino que le han sumado apoyos. Quién iba a decir que, en la segunda década del siglo XXI, mofarse de las minorías, los refugiados, los homosexuales y las mujeres, no sólo iba a salir gratis sino con doble bonus. El neoliberalismo, amigos, era esto.
Los análisis que intentan explicar el auge de lo que podríamos denominar el pensamiento mofeta de Donald Trump se estrellan ante la evidencia. Es como intentar analizar el éxito de Paulo Coelho, del cine de superhéroes o de Julio Iglesias. Hay una gran parte de la población estadounidense que está harta de discursos usados y de líderes prefabricados, y prefiere arriesgarse con un botarate, a ver qué pasa. Como si no hubieran tenido bastante con George W. Bush. Pero lo cierto es que una sociedad subyugada por una cultura de mierda, que ve una tele de mierda, lee libros de mierda, ve cine de mierda y escucha música de mierda, forzosamente tiene que elegir líderes de mierda. Si quitas el latín, la literatura y la filosofía en los estudios, lo que obtienes es a Trump, a Berlusconi, a Zapatero o a Mariano: el analfabetismo cool elevado a la enésima potencia. Es normal que a gente así no le importe decir en voz alta que no saben los efectos que los cuchillos pueden causar sobre las personas; que apenas les pase factura ya resulta menos normal.
No se entiende el repentino jaleo que se ha montado al destaparse unas alarmantes declaraciones de Trump en que demuestra lo que realmente piensa de las mujeres. Lo verdaderamente escandaloso es que, en sus conversaciones privadas, Trump confesara que escucha a Mahler y que lee poesía árabe en la intimidad. Su popularidad caería en picado si alguien lo descubriera leyendo un libro. Así, mientras buena parte del partido republicano se rasga las vestiduras, su esposa Melania Trump escenifica la doble moral del electorado al asegurar que esas palabras "son inaceptables" pero "no representan al hombre que yo conozco". Sin embargo, por repugnantes que puedan sonar, ninguna de las nuevas burradas de Trump añade un solo grado de mezquindad al lote de bazofia en que consiste el personaje. Trump no sólo es lo que parece sino que parece lo que es: el sueño americano en carne y champú. Así ha conseguido su colchón electoral, con la misma técnica de violador orgulloso de serlo: "Me lancé a por ella como a por una perra, pero no la conseguí". La "perra" bien podría ser la presidencia.
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