Opinión
Perdón
Por Espido Freire
El símbolo es poderoso. Limitados como estamos por ideas, imágenes y recuerdos, no resulta sencillo trabajar o morir por una abstracción, salvo que esta se encarne en un símbolo, un icono que llevar colgado sobre el corazón. Los periódicos del franquismo se escandalizaban cuando veían que las niñas bien yanquis llevaban un dólar de plata, antiguo, en una cadena alrededor del cuello, de la misma manera que las niñas bien españolas llevaban una cruz. Les parecía una señal indiscutible de la irremisible decadencia americana frente a la espiritualidad patria. En unos pocos años, esta argumentación resultará incomprensible. Los símbolos y su sentido envejecen rápidamente cuando la sociedad cambia.
El rechazo a la violencia de género del millar de karatecas que se reunieron el fin de semana pasado en Barcelona para asestar al aire mil tsukis es hermoso, precisamente por su fuerte carga simbólica. Vestidos de blanco, con un cinturón de colores que mostraba su experiencia y conocimiento, grandes y pequeños, hombres y mujeres, unieron fuerza y energía. Lo invisible es poderoso. Aquel ejército que se movía al unísono, concentrado en la perfección del tsuki, luchaba contra un enemigo que se siente pero no se ve. Una guerra de almas.
Nadie debería golpear a otra persona, como no fuera en legítima defensa. Ni a los niños, ni a las mujeres, ni a los hombres. La habilidad física de quien ha practicado un deporte como el kárate es tan claramente superior a una persona sin esa formación, que el hecho de renunciar a esa fuerza y ponerla al servicio de una causa abstracta va más allá de un mero gesto: encarna una manera de enfrentarse a la violencia, al abuso y la injusticia. Muy lejano del código occidental de honor, el que rige la conducta del karateca es igualmente severo a la hora de despreciar a quien levanta la mano contra los que no pueden defenderse. Pero ellos añaden un toque de belleza y de serenidad; saben y sus parábolas lo muestran, que la solidez y el perdón también vencen.