Opinión
Nord Stream, el silencio también explota

Profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la UCM.
-Actualizado a
Cuando en septiembre de 2022 los gasoductos Nord Stream 1 y 2 explotaron bajo el mar Báltico, Europa optó por el silencio. Ni Rusia, constructora del proyecto, ni Alemania, como principal beneficiaria, ofrecieron una explicación creíble sobre lo sucedido. Dos años después, el debate regresa con más fuerza tras las declaraciones del ministro polaco de Exteriores, Radosław Sikorski, y los nuevos reportajes en Financial Times y The New York Times.
Lo que ha dicho recientemente el ministro de Exteriores polaco no es menor, pues ha insinuado, ni mas ni menos, que quienes atentaron contra el Nord Stream podrían ser “héroes”. En 2022 llegó incluso a agradecer públicamente a EE UU con una “Gracias, América” tras la explosión del Nord Stream, aunque luego eliminó su mensaje. Ahora vuelve a la carga con un discurso que normaliza el sabotaje como herramienta legítima de guerra energética. Su retórica, lejos de suavizar el conflicto, lo dinamita aún más. Sabe que, aunque no se diga, una parte de Europa considera que volar el Nord Stream fue una decisión política legítima para cortar lazos energéticos con Rusia. Es bien sabido que lo que no se dice, se tolera.
Estas declaraciones suceden de manera casi sincronizada con la publicación de dos artículos, uno del Financial Times y otro en The New York Times, con versiones divergentes sobre los hechos. El primero de ellos revela que Moscú ha intentado reactivar el proyecto Nord Stream mediante contactos discretos con inversores estadounidenses próximos a Donald Trump. Es una jugada de ajedrez geopolítico que consistiría en ofrecer a las élites energéticas de EEUU una nueva vía de gas barato hacia Europa mientras se sortean las sanciones impuestas por la guerra en Ucrania. En el centro de la operación estaría Matthias Warnig, viejo conocido del presidente Putin. En el segundo se filtra una versión procedente de los servicios de inteligencia estadounidenses que asignaría la autoría de las explosiones a un “grupo proucraniano” que habría actuado sin el conocimiento directo de Kiev. Un relato que parece diseñado para equilibrar tensiones diplomáticas, evitando acusaciones directas a aliados clave, una versión que, sin embargo, también contradice a la ofrecida por el periodista Seymour Hersh, quien en un artículo de hace meses sostenía que, más bien al contrario, se trató de una operación planificada por EEUU y ejecutada bajo el paraguas de las maniobras navales Baltops.
A toda esta ola de especulaciones sobre la autoría del sabotaje habría que añadir las últimas reflexiones realizadas por Angela Merkel, que en una reciente entrevista lamentó que, en 2021, su propuesta de establecer un formato europeo de diálogo directo con Rusia fuera rechazada por países como Polonia y los Bálticos, donde sugiere que ese veto interno debilitó las posibilidades de contención diplomática, y que tal fractura dentro de la UE allanó el camino hacia la guerra. Lo que plantea Merkel no solo es un reproche retrospectivo, también es una advertencia sobre la falta de unidad europea. Y, en consecuencia, sobre la dificultad para gestionar crisis como la del Nord Stream. Si Europa no fue capaz de hablar con una sola voz antes de la guerra, parece muy poco probable que lo haga ahora, cuando el sabotaje parece apuntar a aliados, enemigos e infraestructuras clave.
Quizás todas estas especulaciones tengan que ver con un intento ruso para explotar las divisiones internas en Europa, si bien lo realmente inquietante en este punto es el silencio alemán al respecto. Ni desmiente, ni investiga, ni lidera una respuesta europea. Se repliega, como si la gestión de sus infraestructuras energéticas y su papel geopolítico ya no fueran suyos. Merkel, en su intervención, reconoce ahora que esa dependencia gasista de Moscú fue “razonable en su momento”, si bien, añadió que esta es una posición indefendible en este momento.
De este modo, lo de Sikorski no es solo una provocación, se trata de una interpelación directa a Alemania. Mientras Berlín calla, Varsovia habla. Mientras Alemania se mueve entre la autocensura y la inacción, Polonia blanquea el acto y lo convierte en símbolo de ruptura con el pasado. Si Alemania no lidera la respuesta, otros lo harán, dando una buena muestra de cuáles son las voces que hoy dirigen la estrategia geopolítica de la UE. ¿Un grupo de buzos activistas? ¿O una operación estatal encubierta con el beneplácito de gobiernos aliados? La respuesta que se dé a estas preguntas marcará, sin ningún género de dudas, el camino que va a recorrer el espacio comunitario a partir de ahora, así como la naturaleza de la UE a partir de este punto y que muestra las, al menos, dos almas en disputa en el corazón de Europa.
Las palabras de Merkel encajan con esta tensión. Ella representa la Europa del compromiso, del diálogo con Moscú, del gas barato como base de estabilidad. Sikorski y los Bálticos, en cambio, encarnan la Europa del realismo geopolítico, de la contención a Rusia por cualquier medio, incluso por fuera de los marcos normativos europeos.
Esa división, que impidió un consenso en 2021, se traduce hoy en una parálisis política que impide afrontar con valentía el escándalo del Nord Stream. Mientras tanto, el relato público lo escriben otros: medios filtrados, ministros provocadores, antiguos espías reconvertidos en lobbistas energéticos...
Y Europa, una vez más, llega tarde. El silencio no es neutral. También explota. Y cuando lo hace, no solo destruye infraestructuras, también socava la credibilidad de todo un continente que presume de valores, pero los esconde cuando más falta hacen. Aunque eso también lo hemos visto en Gaza.
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