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La renta antigua y el antiguo régimen

 

La llegada de 2015 dejará tras de sí mucho más que un año. Cerca de 200.000 establecimientos comerciales de toda nuestra geografía, muchos de ellos cargados de historia, corren el riesgo de desaparecer a partir del 1 de enero. Ese día se cumple la moratoria que pesaba sobre las rentas antiguas de muchos locales, debiendo ajustarse al precio actual de mercado que, en muchos casos, multiplica los alquileres actuales. Una vuelta de tuerca más para un pequeño comercio con el agua al cuello desde hace mucho tiempo. Y este golpe parece definitivo. Nada hace el PP por impedirlo. Para muchos otros lados mira el PSOE mientras tanto. Porque tanto monta, monta tanto.

Adiós a muchas de las tiendas que conocíamos, especialmente aquellas situadas en los emplazamientos más jugosos para posibles nuevos inquilinos dispuestos a pagar su revalorizado alquiler. Nuestras calles se llenarán primero de locales vacíos, luego de carteles de ‘Se alquila’ y, paulatinamente, de reformas que habilitarán nuevos establecimientos. Pero el cambio no será inocuo. Ya podemos imaginarnos cuáles serán sus sustitutos: los cada vez más omnipresentes locales de las mismas cadenas comerciales que podemos encontrar en casi cualquier ciudad y, a este paso, en casi cualquier rincón del mundo. Establecimientos que cohabitan en los centros urbanos con los bazares de la auto-explotación y los efímeros negocios de los falsos autónomos, y que tanto nos recuerdan a sus hermanos siameses de las grandes superficies en las periferias urbanas.

Un paso más en la reconversión de nuestras ciudades en verdaderas economías de enclave: desconectadas de su interior, conectadas con el exterior. Un exterior transnacional que depreda personas, derechos y recursos. Un modelo de desarrollo económico extremadamente dependiente de factores exógenos, especialmente de los caprichos de las finanzas internacionales. Un modelo de ciudad enganchado al empleo precario y al coche. Otra extensión más, copia de la copia de la copia de un sistema comercial internacional injusto, contaminante y homogeneizador. Otro paso hacia la muerte de las ciudades que hace décadas vaticinó Jane Jacobs. Un nuevo episodio de la pandemia de no lugares que asolan un planeta cada vez más globalizado. O quizás habría que decir “cada vez más uniforme”.

Durante las protestas de Seattle, Génova o Florencia de hace ya más de una década, nos llamaron “anti-globalización”. Nosotros matizamos que éramos anti esta globalización y, por lo tanto, orgullosamente alter-mundialistas, que era la nueva forma de reivindicar nuestro internacionalismo. Apostábamos entonces y tanto o más ahora por una globalización de la justicia, de los derechos, de la solidaridad. Un mundo global en el que quepan muchos mundos. Porque globalidad y particularidad no están peleadas; porque universalidad y diferencia son dos caras de la misma moneda necesaria. Por eso no queremos una globalización que homogenice nuestras ciudades y nuestros barrios, que concentre el poder económico en un puñado de empresas transnacionales que se esconden tras la falsa diversidad de las miles de marcas controladas por unos cuantos oligopolios.

Queremos una economía con raíces locales, tronco democrático y frutos sociales que articule ciudades, pueblos y barrios habitables, justos y humanos.

Pero que nadie me malinterprete: nada de esto implica un cierre de filas incondicional ni una idealización abstracta del pequeño comercio ni de la pequeña y mediana empresa per se. Nuestro objetivo debe ser una economía que ponga a las personas y al bienestar en el centro de su actividad. Una economía basada en la justicia social, comercial y medioambiental. Una economía con raíces locales, tronco democrático y frutos sociales que articule ciudades, pueblos y barrios habitables, justos y humanos. Soberanía, auto-organización y empoderamiento económico de las y los de abajo. Dicho de otra manera: las raíces materiales de la revolución democrática que ya está en marcha.

Todo lo contrario que el modelo hacia el que caminamos por culpa de medidas como la no renovación de la renta antigua. Un paso más de este régimen moribundo en su empeño por poner nuestro destino en bandeja al mejor postor. En este año nuevo que llega no solo morirá una parte del pequeño comercio, sino también una parte de nuestra identidad urbana, del tejido comercial de nuestros barrios, de lo que en buena medida ya era o podría llegar a ser el germen de una economía local y de cercanía. Pierde la diversidad y la ciudadanía. Gana la uniformidad y los grandes capitales. La historia de siempre. Precisamente la que estamos empeñados en cambiar. Que nadie dude que pondremos toda nuestra energía en que la renta antigua de los alquileres no será lo único antiguo que se extinguirá definitivamente en este 2015 que ahora comienza.