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Sistema electoral: las reglas del juego

La reforma del sistema electoral es una de las asignaturas pendientes de la democracia española y sus objetivos políticos la piedra angular del sistema político. Entender las opciones es fundamental a la hora de tomar una decisión informada.

Sistema electoral: las reglas del juego. /EFE

Un sistema electoral es un conjunto de reglas que permite convertir los votos emitidos por los ciudadanos en una distribución de escaños. Un sistema electoral requiere la especificación de distritos (en España para las elecciones generales son las provincias), una fórmula electoral (para el Congreso de los Diputados la fórmula es d’Hondt), la modalidad del voto (listas cerradas y bloqueadas para el Congreso y abiertas para el Senado), y en ocasiones también una barrera electoral (el 3% de los votos válidos emitidos en la provincia para el Congreso).

Pero lo importante de los sistemas electorales no son tanto estos aspectos técnicos, sino los objetivos políticos con los que se diseñan. En los sistemas parlamentarios -en los que los ciudadanos eligen a representantes que a su vez eligen un gobierno-, los sistemas electorales pueden diseñarse con dos objetivos políticos opuestos.

Un objetivo puede ser facilitar que cada candidatura obtenga una representación lo más parecida posible a la proporción de votos que ha obtenido en la elección

Un objetivo puede ser facilitar que cada candidatura obtenga una representación lo más parecida posible a la proporción de votos que ha obtenido en la elección. En estos casos los sistemas electorales producen repartos de los escaños muy parecidos a la distribución de votos, es decir, muy proporcionales. Para ello se utilizan fundamentalmente distritos electorales de gran magnitud, es decir, que eligen muchos escaños. Se busca que el parlamento sea una “foto representativa” de la diversidad política del electorado.

Según las características del país o de la elección, el resultado de estos sistemas electorales puede ser un parlamento con presencia de muchas fuerzas políticas, sin que ninguna de ellas tenga mayoría suficiente para sostener un gobierno en solitario. Por ello, tras las elecciones a menudo es necesario el acuerdo de dos o más fuerzas políticas para apoyar un gobierno de un partido en minoría o formar una coalición. Ejemplos de sistemas electorales muy proporcionales que producen parlamentos fragmentados y gobiernos de coalición son por ejemplo los de Holanda, Suiza o Israel.

Los gobiernos de coalición pueden tardar meses en formarse (por ejemplo en Holanda) y tienen una duración algo menor que los gobiernos de un partido con mayoría absoluta. En ocasiones la misma coalición de partidos se reproduce legislatura tras legislatura sin posibilidad de alternancia (Italia hasta los años 1990, Suiza). La definición del gobierno queda así en la mano de los representantes y sus negociaciones y requiere de la negociación y el acuerdo. El ejemplo del parlamento andaluz estos días nos recuerda que este ejercicio de responsabilidad no siempre es fácil. En todo caso, los gobiernos de coalición son habituales en las democracias Europeas.

Un objetivo alternativo (y contrario al anterior) consiste en facilitar que del reparto de escaños resulte una mayoría parlamentaria clara

Un objetivo alternativo (y contrario al anterior) consiste en facilitar que del reparto de escaños resulte una mayoría parlamentaria clara. En estos casos los sistemas electorales producen repartos de escaños diferenciados de la distribución de votos, sobre-representando a algunos partidos (normalmente los más votados) y sub-representando a otros (normalmente los menos votados).

Con este fin se utilizan fundamentalmente distritos electorales de magnitud pequeña (menos de 6 escaños). Se busca generar un vínculo directo entre el resultado electoral y la mayoría parlamentaria necesaria para formar gobierno, de manera que a la hora de votar los ciudadanos tengan lo más claro posible cual es el gobierno que están apoyando o castigando con el voto. En muchos de estos casos los partidos ganadores no tienen una mayoría absoluta de votos, pero si de escaños.

Un ejemplo de este tipo de sistemas es el del Reino Unido. La mayoría absoluta del Partido Conservador se sustenta en apenas un 36% de los votos. Esto se consigue a costa de sub-representar a otros partidos como los LibDem o el UKIP, al que el 12% de los votos le proporcionan un único escaño, porque solo en un distrito es el partido más votado. Casi siempre de las elecciones legislativas británicas resulta un partido ganador con la mayoría absoluta de los escaños, gracias a su sistema mayoritario con distritos uninominales.

La existencia de muchos distritos pequeños facilita la formación de mayorías parlamentarias, favoreciendo a los partidos grandes y perjudicando a los partidos pequeños con un apoyo electoral territorialmente disperso

El sistema electoral beneficia a los dos grandes partidos, Laborista y Conservador, que se van alternando en el gobierno como consecuencia directa del resultado electoral (con algunas excepciones como la de la pasada legislatura en la que un parlamento “colgado” sin mayoría absoluta para ningún partido produjo un gobierno de coalición, algo muy impropio del sistema británico). Los sistemas mayoritarios de doble vuelta van también en esta dirección.

Los sistemas mayoritarios como el del Reino Unido, que fueron los primeros en establecerse, son cada vez más infrecuentes, pero tampoco los sistemas perfectamente proporcionales son habituales. Todos los sistemas incluyen un cierto grado de desproporcionalidad. También hay muchos sistemas que combinan diferentes elementos.

El sistema electoral del Congreso de los Diputados se sitúa en este punto medio: aunque formalmente es “proporcional” (así lo dice la constitución) y tiene algunos distritos grandes, en la práctica la existencia de muchos distritos pequeños facilita la formación de mayorías parlamentarias, favoreciendo a los partidos grandes y perjudicando a los partidos pequeños con un apoyo electoral territorialmente disperso.

A la hora de pensar en una reforma electoral, lo más importante es saber hacia cuál de los dos objetivos alternativos queremos inclinarnos.

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