Opinión
Te lo digo por tu salud

Por Enrique Aparicio
Periodista cultural y escritor
-Actualizado a
"La obesidad es una enfermedad". "La obesidad puede matar". Así de directos y pretendidamente provocadores son los eslóganes de una campaña publicitaria "sin filtros" que desde hace unos días puede verse en marquesinas y redes sociales. El vídeo que la desarrolla es una recreación de un concurso televisivo, donde "la obesidad es no poder jugar con mis hijos" o "la obesidad es sentir vergüenza cuando como delante de los demás" son respuestas correctas. Y todo antes de escuchar "consulta a tu médico" como último consejo.
Pretenden sus creadores que equiparar obesidad y falta de salud sea visto como un desafío a esa entelequia que es lo políticamente correcto, pero las personas gordas llevamos escuchando estos mensajes toda la vida. No hay nada nuevo en sostener que no se puede ser gordo sin estar enfermo, porque incluso a quienes tenemos una talla mayor y unas analíticas perfectas se nos sigue machacando con la posibilidad de que nuestro peso nos condene al padecimiento, cuando no directamente a la muerte.
De manera totalmente descarada, detrás de esta campaña de supuesta concienciación se encuentra Novo Nordisk, la farmacéutica danesa que despacha Ozempic, y cuya invención ha convertido en la empresa con mayor proyección de toda Europa. Así que, si algo de original tiene el anuncio, no es decir entre líneas "tu gordura te va a matar", sino: "tu gordura te va a matar a no ser que compres nuestro medicamento".
La de los tratamientos basados en la alteración hormonal que acaban con la sensación de hambre –si bien se han revelado como un remedio eficaz para la diabetes y se están investigando sus efectos en adicciones y otras patologías psicológicas– es la última ofensiva contra los cuerpos gordos. Cada vez más presentes en los medios de comunicación y en la vida cotidiana, la sensación reinante es que, para muchos usuarios, su uso no busca tanto resultados sanitarios como estéticos.
El activismo gordo, que advierte de las consecuencias negativas en nuestra salud que tiene la presión sobre los cuerpos, lleva décadas intentando abrir la conversación más allá del simplismo que reduce una buena salud a la delgadez. Ni los cuerpos delgados son automáticamente sanos ni los gordos enfermos, como repiten los estudios científicos –al menos los que no costean las farmacéuticas con motivos interesados–; los mismos estudios que han dejado más que claro que adelgazar y mantener el peso obtenido es prácticamente imposible.
Pero claro, un cuerpo que se acepta gordo no genera los mismos beneficios que uno en continua pelea consigo mismo, y más si cae en uno de estos novedosos tratamientos, que tienen un coste de unos 300 euros al mes (porque en España se recetan contra la obesidad pero no están cubiertos para tal fin). Por eso, la compañía de Ozempic pretende que dejemos de hablar de "autoaceptación" y "diversidad" para volver a centrarnos en la salud.
Vale, pues hablemos de salud. El rechazo hacia mi cuerpo gordo, que vino desde fuera pero acabó siendo tan fiero dentro de mí como en la sociedad, casi me mata. He hecho auténticas barbaridades con tal de adelgazar, que me han dejado secuelas con las que deberé lidiar toda la vida. Una obsesión que no solo no ha funcionado, sino que durante mucho tiempo ha reducido mi existencia a una batalla conmigo mismo, en la que todo maltrato era bienvenido porque me decía y me decían que era por mi bien. Pues lo conseguí: alteré mi salud para siempre, pero a peor.
El trastorno de la conducta alimentaria que acabé desarrollando como consecuencia de enemistarme con mi cuerpo y con la comida me ha jodido la vida durante décadas, y a unos niveles que la “enfermedad” de la obesidad no es capaz de alcanzar. Nunca sabré cómo habría sido mi desarrollo vital sin ese peaje, pero lo que tengo claro es que abrazar lo que se vende como un milagro adelgazante (no es el primero, y los anteriores no acabaron precisamente bien) puede salir muy caro.
Sobre todo porque estos fármacos siguen estigmatizando a las personas gordas, a quienes se nos considera responsables de nuestro cuerpo y por lo tanto culpables de sus dolencias. ¿Se hubiera permitido una campaña similar dirigida a otro tipo de circunstancias? Los productos para bajar el colesterol te los vende un actor famoso "un poquito preocupado" pero con amplia sonrisa, en una casa bien decorada y rodeado de amigos; en este caso es una chica con cara compungida, explicando que su gordura convierte su vida es poco menos que una tortura e inculpándose de su desgracia. Si la obesidad es una enfermedad, entonces es la única de la que se culpabiliza a quienes la padecen.
Empieza a ser evidente que la popularización de Ozempic y similares está incrementando y extendiendo el acoso a los cuerpos gordos, porque acosar no es solo insultar y menospreciar –algo que nos sigue ocurriendo–, sino también invalidar un cuerpo a través de una pretendida preocupación por nuestra salud que, para colmo, nunca ha funcionado. ¿Cree Novo Nordisk que son de verdad los primeros en señalarnos como enfermos, así, "sin filtros"? Padres, madres, hermanos, primos, amigos, conocidos y desconocidos llevan toda la vida pidiéndonos adelgazar con lágrimas en los ojos. Pidiéndonos adelgazar por nuestra salud.
Algo que también hacen en muchas ocasiones los profesionales sanitarios. Toda persona gorda tiene más o menos historias en este sentido: acudes al médico por un dolor recurrente, falta de energía, problemas de estómago o mil cosas más, y lo primero que te dice es que tienes que adelgazar. Si busco en casa de mis padres, todavía encontraré esa dieta fotocopiada que recibimos año tras año y que jamás le funcionó a nadie. Y cuando volvíamos pesando lo mismo, los que lo habíamos hecho todo mal éramos nosotros, los supuestos enfermos, y no el profesional que debía guiarnos.
Ni ha funcionado generarnos culpa y odio hacia nuestros cuerpos, ni han funcionado las dietas ni han funcionado los medicamentos, los balones gástricos y operaciones en el pasado. No tenemos estudios sobre qué efectos, buscados o sorprendentes, tendrán los tratamientos actuales a lo largo de los años; pero mucha gente está dispuesta a arriesgarse porque nos han convencido de que ser gordo es siempre peor que cualquier otra opción. Ojalá funcionen y no pongan en un peligro mayor la salud de quienes los están tomando ya, especialmente su salud mental. Porque si a una persona desesperada le falla el último milagro, ni me imagino qué sentirá después.
Y es que una de las pocas certezas que tenemos es que bajar de peso y mantenerlo es algo que muy poca gente consigue. Pero si lo aceptáramos esto socialmente, cantidad de empresas dejarían de facturar muchos miles de millones al año. La inquietud de esas compañías por nuestra "salud" solo aparece cuando pueden mercadear con un supuesto remedio, porque si realmente les preocupara el incontestable aumento de la obesidad en buena parte del mundo irían a la raíz de este fenómeno.
Los seres humanos no estamos aumentando colectivamente de talla porque una parte se haya vuelto vaga y hayamos perdido a la vez nuestra fuerza de voluntad. Una industria alimentaria que nos atiborra de productos alimenticios ultraprocesados y fabricados a gran escala (a los que realmente no podemos llamar comida ni podemos decir que estén cocinados) y un cambio en el modelo de vida hacia la sobreexplotación y la precariedad tienen mucho más poder a la hora de determinar nuestro cuerpo que los hábitos individuales de cada uno.
Un ejemplo: de pequeño, cuando mi madre accedía a comprarme un bollo en la panadería del pueblo para merendar, ella me ofrecía alguno de los que hacían allí con ingredientes de toda la vida. Pero yo me enfadaba y exigía un bollicao o un phoskito: porque los había visto anunciados por la tele, porque traían un cromo o una pegatina, porque el envoltorio tenía dibujos, porque molaban. Además de regalitos y colores chillones, esos pasteles incluían un variado de productos químicos, algunos de los cuales alteran funciones del cerebro como las que nos hacen sentir la saciedad.
Mientras el sobrepeso y la obesidad sigan siendo contemplados como "enfermedades" individuales que se deben atajan medicando de por vida a un sector de la población y haciendo caja con ello, que a nadie se le llene la boca hablando de salud y creyendo que nos ayuda. Es como si en los años sesenta se inyectara a todos los fumadores una sustancia que les alterara el funcionamiento del cuerpo mientras no se atajaba la presencia ubicua del tabaco, ni se imponía ninguna política colectiva y pública contra el tabaquismo.
Si de verdad queremos evitar posibles infartos, prevenir futuras diabetes y proteger articulaciones, debe acabar este señalamiento infinito a los cuerpos gordos, a los que se pone en la diana como poco menos que errores de la naturaleza que deben ser erradicados cuanto antes y al precio que sea. Solo una reflexión social profunda y una intervención política decidida que cuestione la manera de comer y de vivir a la que nos vemos abocados puede tener alguna capacidad sobre esta cuestión, más allá de la solución peligrosa y cortoplacista que representan estos tratamientos.
Mientras tanto, muchas compañeras y compañeros gordos fiarán su suerte y, sí, también su salud, a unos fármacos de los que solo el tiempo dirá qué consecuencias tienen a lo largo de los años. Si deseo de todo corazón que sean útiles y funcionen, es por esos cuerpos cansados del señalamiento y no por una compañía que, con tal de aumentar todavía más sus beneficios, pone otra vez el punto de mira sobre personas a las que acosan, bajo el perjurio de querer mejorar su salud.
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