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El drama de los desplazados republicanos: salieron con lo puesto y regresaron con menos

El sociólogo y doctor en Historia Contemporánea, Juan Carlos Collado, reconstruye y visibiliza las evacuaciones de población durante la Guerra Civil, el mecanismo solidario de la República y la ayuda de distintas organizaciones para auxiliar a los desplazados. Madrid se convirtió en una ciudad hospitalaria para los cientos de miles de huidos ante el avance de las tropas nacionales en 1936

Retirada de combatientes durante la guerra civil española.- FUNDACIÓN F. LARGO CABALLERO
Retirada de combatientes durante la guerra civil española.- FUNDACIÓN F. LARGO CABALLERO

Marta Tomé

"Mi tío tenía cuatro años, pero mi madre tenía 18 meses y llegó medio muerta a Madrid porque fue un viaje de días y días con calor, durmiendo en el campo y terminó muy malita", cuenta el sociólogo e historiador Juan Carlos Collado, hijo y sobrino de estos desplazados de El Casar de Escalona (Toledo).

Siete miembros de la familia Jiménez —padres, tíos e hijos— improvisaron su huida tras más de doce horas de bombardeos y de asesinatos de varios vecinos con la entrada de las tropas nacionales de Castejón, una decisión que también tomó más de un centenar de familias movidas por el instinto de supervivencia.

Aquel 16 de septiembre de 1936 comenzó un trayecto infernal por el miedo, la incertidumbre y esos pocos más de 90 interminables kilómetros a pie, buscando el resguardo de las higueras en el campo, junto a una mula que resistió los calores de septiembre y las largas caminatas sin saber si finalmente alcanzarían Madrid.

"La mayoría abandonó su casa con lo puesto y solo algunos cogieron algo de dinero porque pensaban que podrían regresar en unos días", explica el autor de Los evacuados de la Guerra Civil. Evacuados de la provincia de Toledo, de Almud Ediciones, un libro de reciente aparición que desentraña un capítulo muy doloroso de la Guerra Civil pocas veces visibilizado.

la República cambió el signo, fue precursora y "se volcó en los huidos"

El autor llevaba varios años investigando los flujos migratorios para su tesis, que se repiten en todos los conflictos y comparten muchas similitudes a pesar de la distancia temporal de distintas guerras. Sin embargo, la República cambió el signo, fue precursora y "se volcó en los huidos" creando organismos orientados a desarrollar toda la labor asistencial, elaborando una profusa legislación, muy avanzada en lo social a efectos de prestaciones y ayudas, y "una infraestructura humanitaria destacada para la época".

Este libro se adentra en el análisis "de los flujos migratorios internos" que se desencadenaron en España desde el principio de la guerra y provocaron un éxodo que las fuentes documentales cifran entre dos y cuatro millones de evacuados, aunque el autor cree que las cifras oficiales "están infladas". Collado ha dado forma a un completo análisis con un estudio que parte de las evacuaciones de más de un centenar de pueblos de Toledo, el papel hospitalario de Madrid como ciudad acogedora, el día a día en las zonas de retaguardia y las vivencias de más de una decena de testimonios que dan vida a este estudio.

Amparo, con 13 años, se encontró con la necesidad de huir de un día para otro tras la incursión de las tropas de Castejón en Talavera de la Reina. "Venía la gente de Extremadura huyendo de los moros y traían mucho miedo". "Pronto se corrió la voz de que violaban a las mujeres y robaban en las casas", recordaba María Luisa, con 12 años entonces.

"Pronto se corrió la voz de que violaban a las mujeres y robaban en las casas", recordaba María Luisa

Los primeros días de septiembre fueron convulsos, pero Amparo nunca imaginó que tendría que escapar el 3 de septiembre a primera hora de la mañana, tres horas más tarde de los bombardeos en el aeródromo. "Mi abuela me dijo: 'Amparo, levántate…' Salí al corral, como todos, y se sentían los cañonazos, pim, pam, pim, pam… Mi abuela no paraba de repetir: '¡Ay, dios mío, que ya vienen, que ya vienen!'". La familia cogió el tren de las diez, el segundo de los tres que circularon ese día en dirección a Madrid, a pesar de las reticencias de la abuela, que no quiso dejar abandonada la panadería por si en un par de días volvía la normalidad. Llegaron a Madrid a las cinco de la tarde y vendieron la mula.

La capital hizo de alcázar 

Las cifras de evacuados no están claras y bailan según la documentación consultada, pero el autor calcula que el número osciló entre los 250.000 y los 400.000 evacuados en una ciudad que contaba ya con casi un millón de habitantes y se vio superada por las circunstancias con rapidez durante el otoño del 36 por el conflicto en sí, las victorias sobre el terreno del ejército nacional y el desabastecimiento provocado por el corte de algunas comunicaciones.

En esta situación, el gobierno republicano puso en marcha las campañas de evacuación para que los refugiados se instalaran en la retaguardia, en zonas republicanas aparentemente seguras. Los evacuados fueron saliendo de Madrid, como la familia Jiménez, que tras pasar tiempo en un piso familiar cerca de Atocha se trasladó al Romeral.

El asedio forzó también la salida de madrileños, aunque resulta imposible calcular este éxodo en cifras por las escasas fuentes documentales que existen. Además, hay que contar con la resistencia de muchos refugiados que buscaron el apoyo familiar para quedarse en la capital a pesar de su delicada situación. La solidaridad marcó el inicio de las evacuaciones, consiguió crear organismos y oficinas de atención, distintas disposiciones, un presupuesto específico "destinado a la atención pública" y una red de organizaciones de asistencia nacionales e internacionales, como las suizas, "con una gran experiencia en abastecimiento, evacuaciones, hospitales y medicinas". Una práctica "que se aplicó más tarde en la Segunda Guerra Mundial".

"Nos fuimos a la casa de un señor que tenía un bar en la plaza y mis padres y mi hermana inválida se marcharon a casa del alcalde"

El escritor y novelista Eduardo Zamacois ofreció como testigo el mejor relato de la llegada de los evacuados de Andalucía, Toledo, Extremadura y de otras muchas zonas. "Sus cuerpos escuálidos, sus ropas destrozadas, sus pies heridos, la palidez de sus semblantes y la angustia de sus ojos extrañamente abiertos daban fe de cuán dolorosa había sido su peregrinación en compañía del miedo, del insomnio, de la lluvia y del hambre".

Amparo y su familia se instalaron durante unos días en casa de una tía paterna en el número 4 de la calle Bretón y después buscaron cobijo por la zona de Sevilla. Los lazos familiares fueron fundamentales para los huidos, pero su llegada masiva a Madrid en los primeros meses obligó a improvisar sótanos de edificios, galerías del metro y acampadas al aire libre. Madrid se vio dividida entre su espíritu solidario y la necesidad de traslado, al menos, de medio millón de personas, como consta en los escritos del Frente Popular, a la retaguardia.

En la primavera de 1937, muchos refugiados acogidos comenzaron a marcharse en autocares y camiones en dirección a Alicante, Valencia, Cartagena fundamentalmente, pero los números no salieron porque en tres meses solo se fueron unas 10.000 personas, a razón de un centenar de evacuados diarios como máximo. La familia de Amparo de la Puerta se marchó a Alicante y allí llevaron una vida lo más normalizada posible, incluso la joven pudo estudiar un tiempo, pero la guerra no cesó y tampoco pudo olvidar el bombardeo que se lanzó sobre la ciudad el 25 de mayo de 1938. Quedaban tres cuartos de hora para mediodía y Amparo guardaba cola en el mercado cuando un feroz ataque desde el aire barrió parte de la ciudad y causó 300 muertos en pocos minutos.

Mientras tanto, Madrid seguía resistiendo. Las organizaciones de ayuda humanitaria como Cruz Roja y Ayuda Suiza fueron muy dinámicas, aunque hubo que implementar férreos controles para asegurar que los evacuados no retornasen. Aun así, volvían con frecuencia.La ciudad sufría y se fue intensificando con el frío, el hambre y los bombardeos. Pablo Nuñez, uno de los evacuados, relató lo ocurrido la tarde en la que se produjo un bombardeo a la salida de una sesión de cine en el que su amigo "perdió una pierna".

Niños refugiados en el Metro de Madrid durante la guerra civil.- FUNDACIÓN F. LARGO CABALLERO
Niños refugiados en el Metro de Madrid durante la guerra civil.- FUNDACIÓN F. LARGO CABALLERO

Permanecer en Madrid no fue fácil, pero tampoco en otros pueblos de la retaguardia. Pilar Cardeña estuvo varios días sin ver a su familia cuando llegó a Orce, en Almería. "Nos llevaron al Ayuntamiento y a mi hermano y a mí nos dieron pan y manteca de cerdo. Nos fuimos a la casa de un señor que tenía un bar en la plaza y mis padres y mi hermana inválida se marcharon a casa del alcalde".

El libro también ofrece un repaso sobre el impacto de la población refugiada en Levante y Catalunya, con especial atención a los niños. Todavía recuerda el testimonio de Luisa siendo una niña en Benetúser, Valencia: "Decían, a ti te cojo, a ti te cojo, a ti te cojo. Y escogían a los que querían. A mí me cogió la hermana del alcalde y a mis hermanas unos carniceros". Pasaron separadas toda la guerra. El libro demuestra "que lo ocurrido en la Guerra Civil sigue ocurriendo en todos los conflictos", también que las evacuaciones se extienden por el espíritu de supervivencia y el miedo generalizado de la población.

Sin embargo, Collado pone el acento en el futuro papel de Europa y espera que no cierre los ojos y actúe, al menos, con la solidaridad que demostró la República. La vuelta de los refugiados a sus hogares no fue fácil. El testimonio de la madrileña Josefina De Silva de su vivencia en un viejo tren de Murcia lo confirma.

"Yo, que acababa de pasar una guerra, de descubrir la suciedad, la miseria y los parásitos, no había visto jamás gentes como aquéllas, caras tan tiznadas y cuerpos tan pestilentes, que llevaban encima más mugre que carne. La guerra que yo había vivido era una guerra de color de rosa, un caprichoso juego de salón, al lado de lo que debió haber sido para quienes, desde los distintos lugares de la región, venían a incorporarse al tren que iba recogiendo los despojos humanos que aún tenían vida".

Amparo tuvo que esperar quince o veinte días tras el final de la guerra para regresar a Talavera de la Reina junto a su familia en uno de esos destartalados trenes de mercancías abarrotado de desplazados. El hacinamiento y las penurias marcaron el trayecto. La llegada se complicó a pesar del salvaconducto. En Talavera comprobaron que les habían incautado la panadería y la casa. A esta situación se añadió la rápida detención del padre tras las denuncias de un vecino por pertenecer a Izquierda Republicana, y tuvo que pasar en la cárcel seis largos años. No recordaba un buen recibimiento porque no dejaban de ser "hijos de un rojo". Esta familia se marchó con lo puesto y volvió tres años más tarde también con lo puesto.

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