Soledad Castillero, antropóloga: "Claro que es legítimo cecear en un medio o dando una conferencia en la universidad"
La investigadora de la Universidad de Granada ha recibido el premio memorial Blas Infante por su trabajo 'Las sin Tierra, rompiendo el mito de la musa andaluza'. En esta entrevista cómo la mirada foránea ha atravesado Andalucía y cómo hoy se rompe con naturalidad esa ficción, ese reduccionismo sobre la mujer andaluza y sobre la Comunidad.
La investigadora del Departamento de Antropología Social de la Universidad de Granada, Soledad Castillero Quesada, ha publicado Las sin Tierra, rompiendo el mito de la musa andaluza (Editorial Almuzara), un trabajo que ganó el premio Memorial Blas Infante, en el que analiza a través de varias obras señeras (La Chiquita Piconera, de Romero de Torres y La Venus Andaluza de Georges Apperley, por ejemplo) cómo la mirada foránea y el papel del Estado han conformado una imagen estereotipada, una ficción reduccionista sobre la mujer andaluza y por extensión sobre Andalucía o libro.
En esta entrevista con Público, explica por qué es importante romper con ese mito y reivindica el derecho a expresarse como cada una es: "Claro que es legítimo cecear en un medio de comunicación o dando una conferencia en una universidad, sea cual sea tu público, y sea cual sea el país o el territorio en el que te encuentres. Claro que una mujer (puede) ser morena, escuchar Lole y Manuel, pintarse las uñas y llevar aros grandes y ser catedrática, por supuesto que sí", afirma.
¿Cómo llega a este tema? Está la vertiente política y la de investigación antropológica.
El trabajo de campo está cargado de un significado político. También (está) ese aspecto más íntimo de mujer andaluza de pueblo, ceceante, (saber) cómo me ha atravesado a mí ese mito, tener que blanquear siempre mis actitudes, mi acento, mi forma de ser y de estar en el mundo. En ciertos espacios se ha dibujado una interpretación foránea comúnmente masculina que nada tiene que ver con lo que hay en el propio centro de lo andaluz y de la mujer andaluza. Se ha dibujado una imagen de la mujer andaluza que es la que vemos en los museos, en géneros cinematográficos como la españolada, pero ¿Quiénes eran esas mujeres?
A raíz del trabajo teórico también de muchas compañeras que se han encargado de rescatar memorias históricas de mujeres y de mi propia convivencia con mujeres del mundo rural activas y que organizan sus propias luchas, sus propias militancias poniendo el sostén de la vida en el centro, pues me parecía que era necesario salvar esa deuda compartida y recuperar toda aquella historia que fricciona ese mito de la mujer andaluza, que a la vez está totalmente ligado al mito que se tiene sobre la propia Andalucía.
¿Tiene que ver el mito de la mujer andaluza con el mito de lo que es Andalucía?
Claro. A la mujer andaluza se la ha dibujado dentro de un territorio altamente folclorizado, un territorio de consumo, un territorio al que se viene a pasar un tiempo, un territorio que solo tiene validez un corto periodo de tiempo, un territorio del que que tiene unas fuente de riqueza muy polarizadas entre un turismo de masas y una agricultura intensiva para la exportación. Y con la mujer andaluza pasa igual. Ese mito que se ha representado tiene que ver con una mujer más flexible, más consumible, menos formal que el resto de mujeres.
Esto se ve muy bien cuando analizamos una obra de teatro, una película o incluso las letras de las canciones que se le han dedicado a las mujeres andaluzas. Solamente se resaltan sus elementos físicos estéticos. Con Andalucía pasa igual. Cuando pensamos en Andalucía pensamos en un territorio que es muy bello, que es muy fácil de acceder, en el que tenemos más derechos que sobre otros territorios, pero reducimos solamente a ese espacio de consumo la propia idiosincrasia del territorio y de las mujeres. Cuando la mujer toma vida, no tiene cabida.
¿Un mito es una mentira?
No es tanto una mentira. Un mito es una idea que tiene mucha fuerza política porque las sociedades funcionan a través de mitos. Una idea compartida por la comunidad que se compone de unos elementos arquetípicos muy concretos, que suelen generar una serie de ideas infundadas, de estereotipos que pueden acabar en prejuicios. Normalmente es muy reduccionista, no abarca la comprensión total de lo que significa. En este caso (del que hablamos) la mujer andaluza y el propio territorio andaluz.
¿Esa mirada foránea de la que empieza en el siglo XIX con los viajeros?
Lo romántico ha tenido mucho que ver en este imaginario que pervive hasta nuestros días. Si nos fijamos en las tiendas de souvenirs, seguimos encontrando las mismas postales. Ese fetiche que se hace de la pobreza, esa sensualización de la pobreza a través de mujeres vestidas de faralaes, pero sucias o bajando de los barrancos del Sacromonte descalzas o amamantando en la calle. Y se ve como algo exótico, pero nadie se pregunta quiénes eran esas mujeres, las mujeres de la zambra, que fueron representadas por pintores como George Apperley, que es considerado uno de los últimos románticos, que se afincó en Granada y dedicó su obra a las mujeres de la Zambra.
Estas mujeres eran trabajadoras. Eran trabajadoras del arte, eran artistas. Eran las primeras creadoras de toda esa ebullición flamenca, esa ebullición artística. Pero lo que nos llega son esas imágenes de sexualización y esos nombres además, porque las palabras crean mundo, esos nombres, que se les atribuyen. Apperley, su obra está vertebrada por estas mujeres que reciben nombres como la granujilla, la modistilla, la gitanilla, la Venus andaluza. Es decir, a esta mujer se la eleva a la categoría de Venus, que no casualmente es la diosa de la sexualidad. Pero no sabemos quiénes son. Yo he podido rescatar que (una de ellas) era Enriqueta Contreras porque fue su esposa, pero fue su esposa… Se casó con 15 años con una persona que le doblaba la edad. No sabemos qué situaciones permeaban a estas mujeres y cómo afectaban a la sociedad que posasen de esta manera. Como le pasó a María Teresa López que es la protagonista del afamadísimo cuadro de Romero de Torres, la Chiquita Piconera.
Y esta mirada foránea ¿Se ha interiorizado?
Ha tenido mucho peso, porque ha sido la mirada, no solo desde lo foráneo, sino que (ahí está) el peso del Estado, de las imágenes, de los símbolos, de representaciones concretas. Por un lado, de representación de la imagen nacional, como ocurrió precisamente con el cuadro de la Chiquita Piconera que digamos es el culmen de la belleza cordobesa: el Estado se apropia de esa imagen. En la época se imprimió en billetes en la Casa de la Moneda, en todo tipo de productos aparecía esta imagen.
O el género de la españolada que durante la transición tuvo muchísima producción. Representaba en Andalucía a mujeres andaluzas que no eran actrices andaluzas, que tenían que forzar el acento y que todos los oficios eran prostituta o todo tenía que ver con su sexualidad, que era su único poder, el único poder que ella tenían y a la vez la causa de todos sus males, la causa de todos los problemas: esa femme fatale andaluza.
Ese mito de Carmen, que ha sido la ópera más representada del mundo, pero que lo que representa es una mujer andaluza, gitana, cigarrera, trabajadora. Con la organización y el apoyo mutuo y la transformación radical de los derechos laborales que tuvieron las Cigarreras, lo único que se ha exportado es ese mito de Carmen, esa mujer morena y exuberante.
Claro que las mujeres andaluzas y el pueblo andaluz asume esos tópicos porque no son unos tópicos cualquiera. Desde el Estado y desde esa mirada foránea están tan construidos, tan elaborados, ha sido tanta la producción en esta línea que por supuesto que nos vertebra. Y esto (nos) ha limitado muchas veces y (nos) sigue limitando a la hora de expresarnos, de posicionarnos en ciertos espacios.
De entrada existe una intrandaluzofobia entre nosotras y nosotros mismos: aquello que nos rodea pues tiene que ser desechado porque no representa ese desarrollo, ese mito de la modernidad, de la educación, de la inteligencia, de lo correcto, porque todos los productos culturales o gran parte de los productos culturales que nos rodean, representan totalmente lo contrario. Representan una imagen muy ficticia, muy reduccionista.
¿Es por tanto importante romper este mito? ¿Tu trabajo es una especie de dar la mano, de ofrecimiento para caminar hacia una visión más libre de la mujer andaluza y de Andalucía, hacia una pluralidad de miradas?
Claro. Romper un mito es muy complicado. Al mito lo que hay que hacer, porque es muy difícil desecharlo, es darle el lugar que se merece en la arqueología del conocimiento. Hablamos de reapropiarnos, pero no podemos reapropiarnos de algo que es nuestro, lo que tenemos que hacer es cargarlo de significado. Y decir. Oye, no. Lo que estábamos representando como nosotras no estaba completo porque nosotras no estábamos.
Creo que hay mucho interés en estos tiempos, hay campañas muy buenas que se están haciendo. A través del periodismo, del sindicalismo, del mundo del arte, del activismo, de las luchas de clases, de la lucha jornalera se está poniendo en valor, no solo por lo que se cuenta, sino por quiénes lo cuentan. Tomar conciencia de toda esa mochila cargada de clichés con la que venimos cargando, con la que venimos acarreando, validar hasta qué punto es como nos lo han contado o realmente como nosotras lo vivimos: ¿Por qué no puede tener una validez? Claro que sí. Claro que es legítimo cecear en un medio de comunicación o dando una conferencia en una universidad, sea cual sea tu público, y sea cual sea el país o el territorio en el que te encuentres.
Claro que una mujer (puede) ser morena, escuchar Lole y Manuel, pintarse las uñas y llevar aros grandes y ser catedrática, por supuesto que sí. Esa idea de lo físico, lo validante y los aspectos aptitudinales, esa negación de nuestro linaje y de nuestro legado histórico que sistemáticamente el pueblo andaluz y, sobre todo, las mujeres andaluzas, hemos tenido que ir dejando atrás se está salvaguardando muy bien a través de todas las producciones que está haciendo mucha gente desde los feminismos andaluces y muchas autoras clave que están dando, están poniendo muchos puntos sobre muchas íes.
Desde hace unos años a esta parte se está haciendo un trabajo estupendo y que está teniendo mucho impacto no solo en Andalucía. No es que esto sea vanguardia o lo estemos inventando. No estamos inventando nada. Esto lleva mucho años problematizándose por muchas mujeres y por muchos frentes desde muchos ámbitos. La revista Andalucía que rescato en el libro: a principios del siglo XX, las mujeres jornaleras ya expresaban que estaban hartas de sentirse estereotipadas y crearon un cuestionario para repartirlo en aquella época porque entendían que vivían en condiciones de extrema pobreza, de extrema precariedad, en condiciones infrahumanas y que realmente eso era lo que a ella les preocupaba y no esa representación que se venía haciendo. Es decir, que esto, es una transmisión del legado, una continuación de los aprendizajes pero no es una vanguardia como tal.
¿Este empoderamiento de la mujer andaluza tiene que ver con el empoderamiento de Andalucía también como un poder en el Estado y con la afirmación de que Andalucía no es solo una tierra de camareros y de mineros, de la que llevarse la riqueza?
Va de la mano. Para que haya una transformación social radical tiene que ser así. No puede ser de otra manera. Esa idea del camarero no es casual. Andalucía polariza su economía en dos industrias muy concretas para la exportación: un turismo de masas, en el que los capitales realmente no se quedan en el territorio porque son empresas internacionales, y una industria intensiva para la exportación, donde los productores solamente tienen acceso a marcar los derechos socialaborales de los trabajadores, pero no tienen acceso ni a regular el precio, ni a las semillas: la innovación se hace en Estados Unidos y los viveros están en el norte. Exportamos el alimento. Y aquí lo único que hacemos es esa apropiación de la energía, de los recursos y de los recursos humanos. Claro que esa imagen está ligada a la propia idiosincracia de la economía andaluza, que también necesita de una reforma radical desde abajo.
Ha trabajado con las jornaleras, migrantes, que van y vienen ¿Qué conclusiones extraes de ese mundo?
Hablamos de mujeres que llevan 20 años viviendo en Andalucía durante más de seis meses al año y colaborando al PIB y fomentando una industria con el certificado de calidad, en una denominación de origen en este caso como el fruto rojo de Huelva. Y son mujeres que están pasando a la historia como totalmente desconocidas. Siguen siendo las moras, las temporeras, las magrebíes, pero no sabemos cómo se llaman por esa política de cautiverio que tienen al vivir en las fincas y al tener un un contrato en origen cuya cláusula principal es el retorno. Entonces también hay un mito sobre ellas que recae en la idea de que son las otras. Y no.
Lo que les ocurra a esas mujeres es un problema de Andalucía porque están en este territorio, se tiene que tomar como parte del propio territorio. No es un problema de ellas, no un problema de sus países de origen. Ese modus operandi se crea en destino, no en el origen.
Lo que ocurre con toda esa serie de asentamientos en los centros urbanos, que se ha naturalizado de una forma muy abismal: esa idea de que sea normal que ahí vivan personas con ciertos rasgos y de ciertos países también explica mucho sobre Andalucía en sí. Andalucía es sur, sur de Europa, pero también hace de norte con muchos países de su propio sur. Esa frontera tiene una serie de problemáticas sin resolver bajo ese mito de que son los otros y de que todo está en orden porque son negros, porque son moras…
Yo rescato en el libro algunos extractos de entrevistas que tuve la oportunidad de hacer con mujeres y hombres organizados en sus puestos de trabajo que vienen de distintas latitudes y que llevan muchos años aportando, siendo parte de este territorio y que sin embargo para la sociedad en general siguen pensándose como una otredad mitificada, porque no sabemos nada de sus realidades.
Este es un trabajo en paralelo que hay que hacer para poder hablar con propiedad de lo que es Andalucía hoy. Andaluza no es solamente quien nace en el territorio, es quien lo habita, quien lo hace un lugar mejor, quién aporta a su prosperidad y a su economía, quien se deja en su día a día su bienestar. Existe una frontera interna muy delimitada que justifica muchos abusos de Derechos Humanos por entender que eso no nos corresponde. El problema es nuestro. Es una realidad prioritaria.
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