Mientras las bombas siguen cayendo sobre Gaza, los festivales como ViñaRock o el FIB siguen agotando sus entradas. Parques temáticos, como PortAventura, continúan llenando sus atracciones. Pero ¿qué tiene que ver el genocidio en Palestina con el ocio y el entretenimiento?

Detrás de muchos de estos espacios se esconden fondos de inversiones con vínculos directos con el aparato militar israelí. Es decir, fondos que financian, de forma directa o indirecta, la guerra. En España operan a través de empresas que gestionan desde festivales de música y clínicas privadas hasta centros de formación profesional e infraestructuras estratégicas como redes de telecomunicaciones. Parte de sus beneficios acaba reinvertido en otros fondos que participan en compañías de la industria militar de Israel.

La investigación de El Salto puso el foco a principios de mayo en el gigante estadounidense KKR. Pero no está solo. Existen otros, como Providence Equity Partner, el ya conocido BlackRock u OurCrowd, que operan con el mismo patrón: diversifican sus inversiones en sectores estratégicos y culturales, mientras sostienen o se benefician de la ocupación israelí.

¿Se puede hablar de financiación del genocidio cuando acudimos a alguno de estos festivales? ¿Puede el consumo cultural despreocupado convertirnos en cómplices involuntarios?