madrid
El negacionismo climático lleva décadas resistiendo las embestidas de la ciencia. Desde los despachos, en defensa de los intereses de las grandes compañías de combustibles fósiles, se rechazaron a mediados del siglo XX numerosos informes que pronosticaban cómo el planeta se iba a convertir poco a poco en un lugar inhóspito. Gordon McDonald, Roger Revelle, Charles Keeling, J. G. Charney o Jim Hansen son sólo algunos de los expertos que en las décadas de los sesenta y setenta trabajaron para tratar de hacer llegar a la opinión pública esa idea, hoy popular, de que el globo terráqueo se está calentando debido a las emisiones de gases de efecto invernadero de origen atropogénico.
Desde entonces, las evidencias de aquellos informes se han hecho cada vez más reales y, aún así, no se han conseguido reacciones ambiciosas. Cumbre internacional tras cumbre internacional, se han sucedido los fracasos para alcanzar acuerdos multilaterales y nacionales que permitan atajar de raíz el problema de la crisis climática. España, un país que parecía ajeno a la encrucijada medioambiental, parece que empieza a echar a andar. En las últimas semanas ha anunciado la primera Ley de Cambio Climático, una norma necesaria para alinear los compromisos del Estado con los acuerdos que se alcanzaron en París allá por 2015. A pesar de que el consenso social sobre la emergencia climática es evidente, los primeros palos en la rueda los ha puesto la ultraderecha de Vox, que esta semana planteaba una enmienda a la totalidad de la ley en el Congreso de los Diputados y exhibía un negacionismo peculiar.
"Liberticida" y "dogmática". Así calificaba el partido de Abascal esta ley en un ejercicio que, para Juan López de Uralde, presidente de la Comisión para la Transición Ecológica del Congreso de los Diputados, no es más que "puro postureo". El negacionismo de Vox es evidente y sigue la estela de los postulados clásicos de la derecha, que durante décadas ha optado por el rechazo de la evidencia científica. "Existe una vinculación muy clara entre estos postulados y los intereses de la industria petrolera. Esto es algo que se ve en cada COP, con países como Arabia Saudí o EEUU, que tienden a poner más trabas por sus intereses en los combustibles fósiles. Sin embargo, el caso de Vox es muy diferente; es un posicionamiento político simple que sobre todo busca que se hable de ellos", argumenta el político ecologista.
El propio discurso negacionista que el partido de Abascal mostró en el Congreso es un fiel reflejo de las paradojas discursivas de estos postulados. Mireia Borrás, la diputada de ultraderecha que subió a la tribuna de oradores para manifestar su descontento con la ley presentada por el Ministerio de Teresa Ribera, llegó a asegurar que "nadie niega el cambio climático" y, pocos segundos después, desdecirse para argumentar que hay algunos científicos que apuntan que "no hay evidencias" de que el ser humano esté acelerando el calentamiento del planeta. La contradicción se debe quizá a la dificultad que supone cargar contra uno de los mayores consensos sociales y científicos del momento, en tanto que el 90% de los españoles muestran una gran preocupación por la encrucijada climática, según los datos del Eurobarómetro.
"La extrema derecha española usa el negacionismo porque es un terreno discursivo muy potente, en tanto que se presentan como defensa de un supuesto sentido común que viene a hacer frente a las excentricidades de la izquierda progresista. Es un discurso muy fácil, pero que genera una cadena de equivalencias, como ya ha ocurrido con la negación del machismo o de la homofobia", explica Emilio Santiago, doctor en antropología y parte del Grupo de Investigación Transdisciplinar sobre Transiciones Ecológicas de la Universidad Autónoma de Madrid.
El rechazo de las advertencias de la ciencia puede tener que ver con las salidas que se plantean ante el reto climático, ya que éstas pasan por una reestructuración radical de la sociedad y la economía, algo que va en contra de los postulados ultraliberales de la ultraderecha contemporánea. "En el fondo, para ellos, el negacionismo tiene cierta lógica porque no se puede hacer frente al cambio climático con cambios concretos, sino estructurales", argumenta Santiago.
Pese a la preocupación social por la situación de emergencia climática, Vox trata de ensanchar sus apoyos sociales con este discurso y lo hace apelando a una falsa victimización de las clases trabajadoras. Tanto es así que, en su ideario, la nueva Ley de Cambio Climático culpa a ganaderos y agricultores de la situación y busca "transformar radicalmente la economía y la vida de los españoles". Estas premisas, que tratan de frenar las transformaciones necesarias para reducir las emisiones de CO2, no hacen otra cosa que "reproducir las posturas de Trump o Bolsonaro", quienes están ralentizando los debates sobre la descarbonización de la economía en la esfera internacional, manifiesta López de Uralde. Sin embargo, la realidad de los gobiernos norteamericanos y brasileños tienen que ver con las propias reticencias geopolíticas de sendos territorios a dejar atrás el predominio de los combustibles fósiles. Esto chocaría de lleno con el ideario de Vox, dado que Europa es un continente donde los propios lobbies energéticos empiezan a abrazar el cambio hacia las renovables por la escasez de recursos fósiles que impera en el continente.
La postura del partido de Abascal –tildada de "irresponsable" por prácticamente toda la Cámara– supone un riesgo y trata de socavar los consensos sociales conseguidos. Pese a la preocupación general que impera en la sociedad española, Uralde hace hincapié en "no minusvalorar" estos discursos, ya que, gracias al peso emocional y estético que tienen, pueden permear a las masas con facilidad. No en vano, se abren en la actualidad nuevos riesgos vinculados a la extrema derecha y los planteamientos sobre el cambio climático, tal y como ya se está viendo en Francia. Allí, el Frente Nacional de Le Pen ha abrazado la causa ecologista para embadurnarla de una simbología identitaria y nacionalista.
"En ese sentido, tenemos algo de suerte en España, porque es muy fácil generar un discurso de odio en torno a las cuestiones ecológicas. El clásico no hay para todos es algo a lo que estas formaciones suelen apelar en un escenario de incertidumbre. Vox no está en esas coordenadas, pero no es descartable que en unos años cambien como ha ocurrido con Le Pen", agrega Santiago.
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