¿Por qué seguimos creyendo que la miel cura el catarro? El mito de los antibióticos naturales, que no lo son tanto
El vasito de leche caliente con miel es un clásico a la hora de atajar un resfriado pero, ¿tiene base científica?

Zaragoza-
El frío ya está aquí y con él los catarros, gripes y otras afecciones de carácter estacional. Afortunadamente, salvo en grupos vulnerables y algunos casos específicos, la mayoría de ellas no son especialmente graves. Lo que no excluye que sean molestas y nada deseables. Con la intención de minimizar o tamizar sus efectos, el ser humano ha generado varios remedios caseros que se han establecido en la memoria colectiva por medio del boca a boca. Es la llamada sabiduría popular, fundamentada en el ensayo y error, pero que no siempre está en lo cierto.
¿Quién no se ha tomado un vaso de leche caliente con miel ante los primeros síntomas de un resfriado? El elemento ámbar está considerado un alimento con propiedades casi milagrosas. De hecho, se sabe que ya era utilizada en el Antiguo Egipto con fines médicos. Actualmente, se considera ideal para casi cualquier afección de carácter respiratorio. Incluso, la OCU la recomienda como el sustitutivo ideal a los jarabes con codeína para los menores de 12 años. Pero, en realidad, ¿qué se sabe de ella? Una pista: no cura el catarro.
Por qué tomamos miel para curar un catarro
Lo primero que hay que aclarar es que la miel no es un placebo y que sí posee propiedades beneficiosas para tratar un catarro común. Especialmente para controlar la tos y sus efectos. Son varios los estudios que prueban que la miel tiene una efecto positivo para disminuir la frecuencia de los estornudos, lo que a su vez repercute positivamente en minimizar el dolor de garganta.
Esto se debe a su efecto demulcelte, que protege la mucosa que cubre la garganta y, por lo tanto, reduce el reflejo que es la tos. Además, ayuda a la producción de saliva, lo que mantiene lubricada la zona y, además, cuenta con propiedades antioxidantes y antiinflamatorias, lo que ayuda a reducir la inflamación local en la garganta y disminuir la sensibilidad de los receptores que desencadenan la tos.
Es decir: tomar miel durante un catarro es positivo y ayuda a lidiar con las dolencias aparejadas a este. Sin embargo, la miel no es la cura.
Por qué la miel no cura un catarro
El resfriado común es una afección viral. Es decir, están provocados por un virus que ataca al organismo, ante lo cual este se defiende generando los síntomas por todos conocidos. O dicho de otra manera, para acabar con el catarro es necesario terminar con el virus que está atacando nuestro cuerpo, algo sobre lo que la miel no posee ningún efecto demostrado científicamente. Ni acelera la recuperación, ni elimina el virus.
De hecho, si algo es la miel es un antibiótico natural. Es decir, posee cierta incidencia sobre las bacterias, pero no sobre los virus. Tampoco posee ningún tipo de propiedad preventiva, aunque la creencia popular suele afirmarlo. Es decir, tomar miel no ayuda a que no nos resfriemos.
Es verdad que existe un paper que afirma que la miel puede ayudar a prevenir el resfriado común. Sin embargo, dicha investigación, que consistía en el estudio de 122 estudiantes de instituto durante ocho semanas, posee limitaciones de diseño importantes que hacen que sus resultados deban ser cogido con pinzas. No solo la muestra era pequeña y muy limitada, sino que no se trata de un ensayo aleatorizado controlado, ni el grupo de control no recibió ningún tipo de placebo. Dicho de otra manera, el número de variables exteriores fuera de control que han podido incidir en el resultado final son numerosas.
La miel como antibiótico natural
Como decíamos, la miel es uno de los considerados antibióticos naturales. Quizá el más conocido. Su alto contenido en azúcares, principalmente glucosa y fructosa, aunque también otros azúcares minoritarios, combinado con un bajo contenido en agua, le convierten en un entorno desfavorable para el crecimiento de las bacterias. Pero además, se ha demostrado que composiciones artificiales con una concentración de azúcares similar a la que posee la miel no son tan efectivas como el producto natural, lo que indica que hay algo más que la hace única.
Si es un antibiótico natural es que, por definición, es capaz de influir en las bacterias. Pero, ¿cómo lo hace exactamente? Existen estudios que demuestran que la miel puede afectar a la morfología de las bacterias. Concretamente, se ha demostrado que la miel de manuka posee efectos antibacterianos medibles: alteró el crecimiento bacteriano y provocó cambios fisiológicos en E. coli.
Esto se traduce, sobre todo, en un uso tópico. Es decir, la miel es especialmente útil en el tratamiento de heridas, quemaduras y úlceras, donde reduce la carga bacteriana, incluyendo cepas resistentes, y favorece la cicatrización. Una aplicación práctica muy alejada de la creencia popular de que sirve para curar resfriados.
Los azúcares libres: el reverso nutricional de la miel
La miel, como vemos, tiene varias propiedades positivas. Sin embargo, varias de ellas están aparejadas a la gran cantidad de azúcares que posee. En 2015, la OMS recomendó que los azúcares libres, como los que posee el elemento ámbar, no deben suponer más del 5% del aporte calórico de nuestra dieta. Por lo que hay que tener mucho cuidado con la cantidad de miel que se consume al día
Especialmente, porque la miel apenas aporta ningún nutriente más a nuestro organismo. Prácticamente carece de vitaminas y minerales, por lo que en esencia su ingesta no dista mucho de la de tomar azúcar blanco. Al menos así lo recoge el nutricionista Julio Basulto en su blog, en el que afirma: "Toma miel si te gusta, por supuesto. Pero no abuses de ella porque aporta calorías vacías y es cariogénica".
Cuáles son los antibióticos naturales
Además de la miel, otros antibióticos naturales populares son: ajo, cúrcuma, aceite de orégano, tomillo, cebolla, jengibre, jalea real, vinagre de manzana, arándano rojo o té verde. Todos ellos tienen efectos sobre las bacterias, aunque no de la forma en la que muchas veces se cree. El mito más común es creer que pueden sustituir a los antibióticos farmacológicos en infecciones graves, cuando en realidad su acción suele ser más suave, limitada o sólo eficaz en laboratorio o sobre la piel, y no dentro del organismo.
Otro mito frecuente es que no generan resistencia, cuando en realidad la mayoría sí podría hacerlo si se usaran de forma masiva, aunque es cierto que, por ejemplo, la miel tiene menor riesgo por sus múltiples mecanismos. Además, se tiende a pensar que por ser naturales son seguros 100%, pero algunos pueden ser irritantes o tóxicos en dosis altas o al interactuar con medicamentos. Por ejemplo, el consumo de altas dosis de extracto de ajo en ratas provocó alteraciones y lesiones hepáticas en un estudio de toxicidad prolongada.

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