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Pobreza proteica Casi 700.000 hogares no pueden llenar en condiciones su nevera

En amplios sectores de la población empieza a cronificarse una nueva forma de exclusión relacionada con el acceso a determinados alimentos como la carne, cuyo precio no deja de subir pese al desplome de la demanda.

Clientes, en un supermercado. EFE

Pobres en proteína. Son la enésima huella de los coletazos de esa crisis cuyos efectos, intensificados por las desacertadas recetas aplicadas para salir de ella, está cambiando las estructuras económicas y sociales en España: la falta de recursos económicos impide a más de 680.000 hogares (el 3,7%) en los que viven casi 1,8 millones de personas (el 3,6%) incluir cada dos días una pieza de carne, pescado o ave en su dieta, algo que resulta clave para garantizar una nutrición correcta, especialmente en el caso de los niños y los adolescentes.

La Encuesta de Condiciones de Vida publicada este jueves por el INE (Instituto Nacional de Estadística) sitúa a esta consecuencia de las estrecheces económicas que sufren las familias, que ven restringido el acceso a un nutriente clave para el desarrollo y el mantenimiento de huesos y músculos y de los sistemas neurológico e inmunológico, como el indicador de carencias materiales que peor evoluciona desde el inicio de la crisis.

De hecho, es, junto con la pobreza energética, que es la dificultad para mantener la vivienda a una temperatura confortable, ya sea por frío o por calor, el único cuyos registros son peores que en 2009. Tras empezar a cronificarse con dos años consecutivos en niveles que no se daban desde 2006, lleva camino de duplicarse al haber pasado de afectar al 2,1% de los hogares a hacerlo en el 3,7% (3,6% en personas), mientras la vertiente energética crecía del 7,1% al 9,6%. Mayor, sí, pero con una tendencia menos intensa.

Todos los indicadores de carencia material tienen niveles de incidencia superiores, aunque su evolución, pese a la cronificación de la pobreza y el riesgo de exclusión social entre más de la quinta parte de la población, es, por el contrario, positiva en todos los casos.

Así ocurre con la incapacidad para afrontar gastos imprevistos (36,1% de los hogares en 2009, 36% en 2018), la imposibilidad de irse una semana de vacaciones (40,3 a 34,2%), los retrasos en pagos relacionados con la vivienda (8,1% a 7,3%) o el hecho de no poder disponer de un ordenador (7,5% a 5,1%) o de un automóvil (6% a 5,4%).

La carencia se concentra en los hogares con los niveles de renta más bajos, algo para lo que apuntan una explicación los informes de consumo del Ministerio de Agricultura, que señalan cómo en los últimos cuatro años, entre 2014 y 2018, y pese al descenso generalizado de la demanda, el precio medio de la carne se ha encarecido algo más de un 8%, con aumentos superiores al 2% anual salvo en 2016, cuando se quedó en el 0,8%.

Un kilo, que da para entre cinco y siete raciones, sale, de media, a 6,69 euros, algo que, obviamente, no todos los hogares pueden permitirse.

Mayor afección en los hogares con niños

El trabajo del INE ofrece un dato, si cabe, no menos inquietante que esa concentración en las capas sociales de menor renta: la amplia incidencia de esta carencia material en los hogares con niños, entre los que llega a superar el 6% tanto en los monoparentales como en el apartado de ‘otros’, que incluye, por ejemplo, a los de tres o más adultos tras la reagrupación de generaciones provocada por la crisis en miles de familias.

"Una dieta equilibrada incluye un 15% de proteína, un 55% de hidratos de carbono, preferentemente de absorción lenta, y un 30% de grasas cuando el aceite de adición es el de oliva", explica la nutricionista Natalia Barrachina, que recomienda elevar al 18% la aportación protéica en niños y adolescentes para cubrir las necesidades de su crecimiento.

No resulta imprescindible basar esa parte de la dieta, ni tampoco la de los adultos, en la proteína de origen animal, aunque "en las etapas de crecimiento se requieren todos los aminoácidos", explica. Y, en este caso, los alimentos que los contienen de mayor calidad tienen ese tipo de fuente, caso del huevo y, además de la carne y el pescado, el marisco.

La carencia, por lo tanto, dificulta el acceso a unos nutrientes que pueden resultar claves, especialmente por defecto, para el desarrollo físico y mental de los niños y los adolescentes.

Entidades como la OMS (Organización Mundial de la Salud) recomiendan equilibrar al 50% el consumo de la proteína de origen animal y vegetal, pero en ningún caso suprimir ninguna de las dos. Esta última se encuentra especialmente en las legumbres como el garbanzo, la lenteja, la alubia, el guisante o la soja, cuya mezcla con cereales como el arroz, el mijo, la avena, la quinoa o el trigo “genera una proteína de la misma calidad que la carne”.

Una demanda en descenso

Esa dificultad para acceder a los alimentos de origen animal en una parte de la población afectada por el desplome de las rentas se produce en un escenario en el que el desplome generalizado del consumo de esos productos coincide con un desmesurado incremento de su producción, cada vez más industrializada, hasta el punto de triplicar la demanda.

Según la Encuesta de Presupuestos Familiares del INE, y con la excepción del pollo, que crece, el consumo de carne fresca cayó casi un 20% (de 861.447 toneladas anuales a 696.896) entre 2006 y 2017 mientras el de la procesada se mantenía estable en el entorno de las 890.000, la demanda de pescado fresco descendía más de un 25% (de 667.000 a 489.000) y la del congelado se reducía más de un 20%.

“En 2018 continúa la tendencia de reducción constante de la demanda de carne que se inicia en 2012, siendo la carne fresca la principal responsable de esta contracción”, señala el último Informe de Consumo del Panel Alimentario del Ministerio de Agricultura, que anota que en el último año “solo la carne transformada ha logrado un incremento”.

El grueso de esa proteína de origen animal había sido sustituida por legumbres, aunque el consumo de estas también comenzó a caer, hasta acercarse a las 90.000 toneladas menos al año, a partir de 2015.

El descenso de la demanda se produce, en ambos casos, al margen de la evolución de las variables macroeconómicas, ya que la de carne comenzó con la crisis y se ha mantenido con el inicio de la recuperación mientras la de las legumbres coincide con esta última.

Cambios de hábitos

Esa caída de la demanda de carne tiene relación con un cambio de hábitos alimentarios. “Cada vez hay más conciencia y se consume menos proteína animal, sobre todo menos carne roja y menos procesados y preparados”, explica Barrachina, que llama la atención sobre un aspecto fundamental ante este tipo de decisiones: "lo que hay que mirar es si al hacerlo se ha incrementado el consumo de la de origen vegetal".

En cualquier caso, anota, parece obvio que quienes reducen la ingesta de carne y pescado por no poder pagarlo no se encuentran en ese grupo, que a menudo sustituye esos alimentos por otros de precio elevado como el tofu o el seitán.

La nutricionista, por último, alerta de los riesgos de abrazar la dieta vegetariana de un día para otro. "Hacerte vegetariano es un proceso, no puede ser algo radical y por creencias, sino que debe ser algo natural y progresivo", explica, para evitar problemas de salud.

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