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Los mayores disparan las citas con fisioterapeutas en busca de contacto físico y emocional tras un año aislados
Echan en falta el abrazo de sus nietos y los besos de sus hijos. Muchas personas mayores de 65 años han sufrido un duro golpe desde que la pandemia los separó de sus seres queridos.
Lucía Franco / David Vázquez
Madrid-
No lo pudo evitar. Cuando Tomás Gómez, un madrileño de 85 años, notó las manos de su masajista posarse sobre su piel, se echó a llorar. Era la primera vez en casi un año que alguien le tocaba. Su historia es parecida a la de muchas otras personas mayores. En abril del año pasado contrajo el coronavirus. En un principio, relata, superó la enfermedad casi sin manifestar síntomas. Aislado de su familia y de sus amistades, con el paso de los meses, poco a poco fue dándose cuenta de que en su cuerpo algo no iba bien: los músculos no le respondían como hacía un año y con frecuencia caía en el desánimo y el desaliento.
Preocupados, sus hijos y sus nietos, a quienes todavía no ha visto desde que estalló la pandemia, le regalaron una visita al fisioterapeuta. No pudieron acertar más: "Este año me ha hundido física y moralmente porque echo mucho de menos poder abrazar a mis nietos. No caí en la cuenta de lo importante que es el contacto físico hasta que fui a darme ese masaje", relata mientras pasea por la madrileña plaza de Colón. No se trata, ni mucho menos, de una reflexión aislada. A Carmen Rodríguez, vecina de 65 años del barrio de Salamanca, le sucede algo parecido: "Extraño mucho el contacto físico y estoy sola, así que voy al fisio más veces de las que debería", reconoce mientras ojea los escaparates de las tiendas de la calle Ortega y Gasset.
Tomás Gómez: "Este año me ha hundido física y moralmente porque echo mucho de menos poder abrazar a mis nietos"
Los expertos definen casos como los de Gómez y Rodríguez bajo el concepto de persona mayor en situación de soledad no deseada o soledad subjetiva. Contrariamente a lo que se suele creer, para que una persona de más de 65 años caiga en esta denominación no es necesaria ninguna gran tragedia familiar ni una historia especialmente traumática. Basta, por ejemplo, con tener a los familiares más cercanos en la otra punta de la ciudad o, como ha sucedido en el último año, con que cualquier contingencia les obligue a permanecer aislados en sus casas durante un tiempo prolongado. La pandemia ha resultado demoledora en este punto. Una encuesta realizada entre los meses de junio y julio de 2020 entre más de 200 personas mayores reveló que entre el 41% el sentimiento de soledad había aumentado, algo que un 43% de ellas asoció a la disminución, limitación o ausencia de contactos. En España, según datos del INE de abril de 2019, última fecha disponible, más de dos millones de personas mayores de 65 años viven solas.
Y para sacarlos de esta soledad, para que los mayores de 65 años se vuelvan a sentir tocados y escuchados, masajistas y fisioterapeutas se están convirtiendo en inesperados protagonistas de las vidas de muchos, más de un año después de llegar la pandemia, cuando casi la mitad de los españoles entre 70 y 90 años han recibido ya al menos la primera dosis de la vacuna. Por ello, muchos, con miedo todavía de volver a contactar con su familia pero con valor ya para salir a la calle, se están animando a contratar unos servicios que restauran parte de su cuerpo y, para sorpresa de muchos, también parte de su ánimo.
"La mayoría de mis pacientes vienen con dolencias físicas concretas, pero los que se nota que vienen porque tienen necesidad de hablar con alguien tienen siempre entre 65 y 75 años", explica Paloma Nuño Ruiz, fisioterapeuta de 26 años que trabaja en FisioCentroMadrid. Tiene una opinión parecida María Jiménez desde su centro de masajes de la calle Delicias, cerca de la estación de Atocha, en Madrid: "Recibo todos los días a personas mayores que no tienen con quién hablar y vienen aquí a desahogarse. Desde que abrimos el pasado 17 de mayo, muchísima gente viene solo para eso. Nunca nos había pasado", explica esta profesional. El pasado martes, por ejemplo, su centro tuvo que retrasar la cita de una paciente porque tuvieron que consolar a una mujer que se derrumbó hablando de cómo perdió a su madre en los peores meses de la pandemia: "No hemos estudiado Psicología, pero hacemos lo que podemos", explica Jiménez.
Jiménez afirma que recibe a diario personas mayores que "no tienen con quien hablar" y van a "desahogarse"
El esfuerzo de adaptación de estos profesionales no se circunscribe al ámbito de las clínicas privadas. Andrea Barbero, fisioterapeuta de 29 años con más de siete años de experiencia en residencias, se topa con casos así todos los días. Ella, al igual que muchos profesionales de su gremio, asume que recuperar a sus pacientes anímicamente es casi tan importante como aliviar sus contracturas o deshacer sus nudos musculares.
Para ello, traza distintas estrategias: a quien le gusta el café, le lleva una taza por las mañanas que viene acompañada de una pequeña charla, y a quien le gusta bailar, por ejemplo, le pone música de su época antes de la sesión de fisioterapia para activar unas piernas que en el último año han acumulado menos metros recorridos de los deseables. "Noto mucho que están deseando socializar. Ahora piden comer juntos, y antes a lo mejor les daba un poco igual. En el último año, hemos dado los paseos por los jardines con ellos porque con las familias no se podía, y muchos nos esperaban casi en la puerta", relata Barbero. "Por supuesto que después de un año aislados y casi sin moverse, la terapia física es muy importante, sin embargo ellos ahora prefieren hablar y contarte su vida y sus problemas. Yo no soy psicóloga, pero ellos agradecen simplemente sentirse escuchados".
"¡No sin mis masajes!"
"En este último año de pandemia se ha dado un gran deterioro físico y cognitivo en las personas mayores. Las mantuvimos durante un año encerradas en casa pensando que no habría consecuencias y la sobreprotección ha ido en su contra. Ahora, que retomen sus rutinas y sus planes es una cuestión de dignidad", explica José Ángel Palacios, portavoz de la asociación Grandes Amigos, que en los últimos meses ha dedicado buena parte de sus esfuerzos precisamente a promover iniciativas para que las personas mayores de 65 años vuelvan a socializar con su entorno. "Muchas veces es más útil para combatir la soledad contar con la ayuda del vecino de enfrente que esperar a que los hijos lleguen desde otra ciudad", explica Palacios.
Si hay alguien consciente de la necesidad de retomar el contacto ese es Jesús María Higarza, un bilbaíno de 72 años que todavía no está vacunado y que anhela más que nada en el mundo la libertad de poder pasear sin límites: "Voy mucho al fisioterapeuta porque camino mucho y tengo muchas contracturas", empieza diciendo Higarza. Finalmente, la verdad se abre paso en su discurso: "También es verdad que con la masajista puedo hablar. En la calle puedo ver a gente, pero no es lo mismo que con la masajista", explica Higarza. La profesional que le trata, Ángela Cobos, de 46 años, cifra en un 80% el número de pacientes de más de 65 años que ha perdido en el último año a causa del miedo a contagiarse en la clínica. En las últimas semanas, sin embargo, algo está cambiando: "Muchos están perdiendo el miedo a salir y están viniendo porque lo necesitan, porque no los ha tocado nadie en un año y ahora esto es justo lo que piden", dice Cobos. Higarza no puede estar más de acuerdo y proclama enérgico: "Yo ya no quiero una vida sin masajes".
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