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La historia de Gina, la mujer peruana que perdió a su hijo y su casa en un temporal: "Soy víctima de la crisis climática"
Gina Saravia perdió a su hijo en el temporal de El Niño de 2017. Su drama es la cara más amarga de los fenómenos meteorológicos extremos, cada vez más virulentos por el calentamiento del planeta.
Alejandro Tena
Madrid-Actualizado a
A Gina Saravia se le saltan las lágrimas nada más abrir la boca. "Mi vida ha cambiado 180 grados", dice. A esta vecina de Quinta La Gloria, en La Libertad, Perú, le escuece el pasado. En 2017 un temporal costero arrasó todo su región; las riadas de agua colapsaron avenidas, arrastraron coches y dejaron todo paisaje anegado. A su paso, 250.000 personas perdieron sus viviendas y 143 ciudadanos murieron o desaparecieron. Gina es una de esas miles de víctimas que, años después de aquella catástrofe, no puede olvidar. Las corrientes se llevaron a su hijo, destrozaron su hogar y redujeron a la nada sus tierras de cultivo.
"Yo me considero una víctima del cambio climático", espeta mientras contiene las lágrimas. El Niño –que es el fenómeno meteorológico que arrasó su pueblo– es un temporal habitual que, debido al calentamiento acelerado del planeta, se está volviendo cada vez más potente y exacerbado, tal y como reconocen los informes de la Organización Mundial de Meteorología (OMM). "Nosotros no sabíamos mucho de estos temas, somos gente de campo, sin medios. Pero cuando te explican, entiendes", comenta Saravia, que quiere que su historia "ayude" a entender que cada vez serán más comunes estos dramas.
"Me quedé en la calle con el resto de mis hijos. Sin nada"
La mujer narra su drama sin titubear. Solo para de hablar unos segundos cuando ya no puede mantener dentro las lágrimas y luego prosigue con su historia, una más de las miles que, no sólo en Perú, se ven azotadas por la virulencia de la crisis climática. "Yo salí de casa y vi que había muchas casas caídas y arrastradas por el agua. Entonces decidí regresar para poder pedir ayuda a las autoridades de mi zona. Me cambié y fui con mi hijo, que estaba refugiado en la parte alta nuestra vivienda", detalla.
"Los dos salimos por donde siempre salíamos, por la carretera. Caminamos unos pasos y él iba a mi costado, pero de pronto desapareció. Yo no lo encontraba y entonces vi que el agua había reabierto un viejo pozo, y mi hijo cayó dentro. Vi luchar a mi hijo unos minutos, pero no había nadie. No había nadie en la calle, estaba yo sola. Cuando conseguí que mi esposo y sus hermanos vinieran, lo intentamos sacar, pero ya no tenía vida", llora desde el otro lado del teléfono,
"Se llamaba Jesús Emanuel González" recuerda. "Me quedé en la calle con el resto de mis hijos. Sin nada", advierte, aunque resta valor a las pérdidas materiales que, según dice, "se puede recuperar trabajando". A la muerte de su hijo se le sumó, en ese mismo día, la destrucción de su hogar fruto de las inundaciones y la devastación de sus tierras de cultivo, que quedaron inutilizables para siempre. "Aquí, en esta zona de Perú, lo que plantamos es maíz amarillo duro. De ello es delo que vivíamos", lamenta. "Ahora son tierras inservibles. Estamos comenzando a sembrar y lo poco que conseguimos producir lo vendemos".
"Las personas que vinieron a ayudar son el único recuerdo bonito"
El drama aflige más cuando no hay respuestas; cuando gritas ayuda y nadie responde. "El Gobierno nos dio la espalda. Ni siquiera habilitaron una carpa. Yo estaba con mi dolor, como mucha gente que perdió familiares y casas, y nadie se encargó de venir a hablar con nosotros", comenta enfadada.
A Saravia y el resto de afectados por el temporal les dio algo de aire Ayuda en Acción. "Las víctimas como Gina tenían que vivir en carpas o directamente irse a albergues sin servicios básicos de agua, luz o saneamiento", explican a Público desde la ONG, que construyó módulos de viviendas con cubículos de madera para que las familias pudieran tener un techo donde vivir y poder salir adelante. "Son unos módulos prefabricados de madera. Todos los damnificados tenemos uno. Yo vivo aquí ahora con mis cuatro hijos y mi esposo", cuenta la mujer peruana, que deja claro que, en mitad de su drama, "esas personas que vinieron a ayudar son el único recuerdo bonito" que tiene.
Gina espera salir adelante, dice, pero sin dejar a nadie atrás. Por eso saca fuerzas para movilizar a la comunidad, para sostener a los que no han podido levantarse del golpe duro de las inundaciones de 2017. Junto a otros voluntarios, la mujer trabaja para recoger alimentos y dar de comer en un comedor popular a unas 70 familias que se encuentran en condiciones de extrema vulnerabilidad. "Siempre he tenido un anhelo por ayudar a los demás", concluye.
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