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Ibai LLanos Hablar al 'vesre': de los tangos clásicos argentinos a los 'streamers' españoles

Este peculiar fenómeno lingüístico ha perdurado más de un siglo en el habla cotidiana del país latinoamericano y es habitual encontrarlo en la cultura popular.

Una mujer sale de un mercado en Buenos Aires el pasado 12 de abril.
Una mujer sale de un mercado en Buenos Aires el pasado 12 de abril. Mariana Nedelcu / REUTERS

Broli, cofla, sope, choma.

En apariencia, para el lector no familiarizado con esta forma de metátesis, las cuatro palabras anteriores carecen de significado. Pero, una vez superada la sorpresa del primer vistazo, y si se asume el reto como un acertijo, no resulta complicado hallar el patrón: para entenderlas basta darles la vuelta —libro, flaco, peso, macho—.

Dicho así, el vesre podría pasar por un truco inocente, casi un juego de niños. Incluso la definición recogida en el Diccionario del habla de los argentinos, elaborado por la Academia Argentina de Letras, parece infravalorarlo: "Vesre: recurso estilístico propio del habla popular urbana que consiste en la inversión del orden silábico de una palabra".

Si todo fuera tan sencillo, si bastase cambiar una sílaba por otra, ¿cómo explicar que hay quien dice talompa para referirse al pantalón, celman en lugar de almacén o que llama yoruguas a los uruguayos?

Para desembrollar una pirueta tan peculiar como el vesre, que además desde España nos puede resultar muy ajena, conviene remontarse al fenómeno lingüístico donde se encuadra: el lunfardo.

El lunfardo es producto de la gran inmigración europea —principalmente italiana y española— que experimentó Argentina, y en especial Buenos Aires, a finales del siglo XIX y en los inicios del XX. Tradicionalmente, se ha definido como el habla de los ladrones de la época, una equivocación que todavía hoy se repite y en la que incurrió hasta un joven Borges, al despreciarlo como "un vocabulario gremial". El profesor, ensayista y doctor en Letras Óscar Conde se atreve a refutar al maestro y afirma que el lunfardo nunca fue una jerga reservada a los delincuentes, y tampoco algo surgido en la cárcel, como a menudo se dice, ya que la mayoría de palabras se empleaban para aspectos cotidianos, ajenas a cualquier actividad delictiva.

La confusión parece venir del término en sí, lunfardo, una derivación del gentilicio italiano lombardo, que en su día fue sinónimo de ladrón porque muchos de los llegados desde Lombardía se dedicaron a una actividad tan mal vista como la usura. Pero eso no quiere decir que solo lo utilizaran los delincuentes. Según Óscar Conde, el lunfardo no nació como tecnolecto —jerga propia de una profesión—, sino como un sociolecto, en este caso de la clase social instalada en los arrabales de Buenos Aires, algo que se ejemplifica con la abundancia de palabras de origen italiano, pero también del caló de los gitanos españoles o africanismos llevados a América por los esclavos. Dicho de otra forma: circunscribir el origen del lunfardo a los ladrones es perpetuar una confusión prejuiciosa, esa que convierte en sinónimos pobreza y delincuencia.

En ese contexto surgió y se integró el vesre, que además de modificar palabras lunfardas cambiaba también las demás, las normativas, convirtiéndolas a su vez en lunfardo. En los vocablos de dos sílabas, como se ha visto arriba, la transposición quizás resulte sencilla, y a menudo basta con modificar el lugar del acento, como ocurre con la propia palabra vesre, que procede de revés. Pero la cosa se complica con las muchísimas irregularidades. Ejemplos: a veces solo cambian de lugar las sílabas finales, como en congomi —conmigo—, pero otras palabras quedan inalteradas salvo por convertir la última sílaba en la primera, algo que sucede en jotraba —trabajo—, y también hay casos de transposición sucesiva de sílabas de atrás hacia delante, pero que encima modifican una vocal, como ocurre con vigilante, cuyo equivalente vésrico no es telangivi, sino telangive. Por rizar el rizo, hay palabras como milico que en lugar de colimi se convierten en colimba. Y así hasta completar una terminología de origen y configuración tan dispar que resulta muy complicado listarla. Al final, como sucede con las palabras de cualquier idioma, el uso de los hablantes perpetuó unas y desechó otras, a menudo por una cuestión fonética.

Como fenómenos eminentemente orales, en la propagación del vesre y el lunfardo a otras clases sociales bonaerenses y al resto de Argentina jugaron un papel muy importante los tangos. Hasta principios del siglo XX, los tangos eran composiciones musicales reservadas al baile, algo que cambió en 1917 con Mi noche triste, el primero con letra, que fue grabado por Carlos Gardel. Nacía así el denominado tango canción. Desde entonces, los letristas se nutrieron del modo de hablar más popular para sus historias trágicas y arrebatadas —como sucedía al mismo tiempo en España con la copla—, algo que por supuesto comprendía el vesre.

Por citar solo algunos ejemplos, el tango Pinta brava, escrito por Mario Battistella, incluye estos dos versos: "Con la raca —cara— que tenés" y "el dorima —marido—que te echaste". Enrique Cadícamo, en Boleta, utilizó dos veces nami, el vesre de mina, que significa mujer. La Milonga lunfarda, de Edmundo Rivero, es mitad un tango y mitad una clase de vocabulario lunfardo, donde incluso explica que "al vesre es por al revés". También usa tordo, que viene de doctor. Para concluir esta selección, Enrique Santos Discépolo, letrista de algunos de los tangos más célebres —Cambalache, Esta noche me emborracho, Yira, yira— escribió uno que incluía el vesre ya desde su título: ¿Qué sapa señor?, donde también recogió yobaca, el equivalente de caballo.

No puede decirse que el vesre se inventase en Argentina, ya que otros rincones del mundo albergaron mecanismos lingüísticos similares, como el back slang londinense, el verlan y el louchébem en Francia, el tougo japonés o el podaná en Grecia. También en otros países latinoamericanos. En lo que quizás destaque el caso argentino es en su penetración en el habla cotidiana, así como la supervivencia en el tiempo, que alcanza hasta la actualidad. Hoy, muchas de las palabras surgidas hace más de un siglo en la zona pobre de Buenos Aires se han conservado, a veces empleadas por hablantes que desconocen que lo están usando, e incluso aparecen nuevos vocablos.

Con el transcurrir de las décadas, algunos términos han adquirido un significado propio, distanciándose de su equivalente no vésrico hasta el punto de no poder ser considerados sinónimos, ya que reflejan un uso muy concreto de la palabra en cuestión. Ejemplo: cheno no significa noche en el sentido de final del día, sino que refleja el ambiente nocturno. Y nadie dice mogra para expresar otra unidad de medida, el gramo, que no sea de cocaína.

Lo mismo sucede con telo, que viene de hotel. Es un término utilizado en todo el país, aunque no sirve para cualquier alojamiento; su uso se limita a los hoteles por horas, moteles o albergues transitorios donde los clientes acuden para mantener relaciones sexuales. Un detalle: el escritor Pedro Mairal emplea telo en su última novela, la exitosa La uruguaya, y lógicamente no precisa aclarar su significado porque cualquier lector argentino lo conoce.

Otro que recurrió a un término vésrico con significado propio fue Joaquín Sabina. Lo hizo en Dieguitos y Mafaldas, la canción que narra su noviazgo y ruptura con una hincha de Boca llamada Paula Seminara. Sabina trufó la letra con múltiples argentinismos, de los que se empapó mientras residía en aquel país para grabar su disco conjunto con Fito Páez. Una de las estrofas se cierra con este verso: "La jermu que me engaña con la luna". El uso ha convertido a jermu en una novia o una esposa, no en un mero sinónimo de mujer.

Pero ninguna utilización del vesre fue más famosa ni mediática que la que pronunció, cómo no, Diego Maradona. Contexto: el 28 de julio de 2010, la Asociación del Fútbol Argentino anunció que lo destituía de su cargo de seleccionador, a lo que él respondió con una rueda de prensa donde leyó una declaración escrita. Allí explicó que el presidente de la AFA le había solicitado la convocatoria para un amistoso contra Irlanda mientras se preparaba para echarlo. Maradona se refirió así a esa petición: "La lista que me pidió Grondona, que yo se la di, era un tocuen, era tocuen". Acto seguido, al ser consciente de que muchos desconocerían su significado, aclaró lo que para él era obvio, acompañando la explicación con un movimiento de mano y de cabeza: "Tocuen es cuento".

Maradona también solía emplear el vesre al hablar de los futbolistas del país vecino, los yoruguas, como quedó reflejado en su libro México 86: así ganamos la copa. Pero nada tuvo tanto eco como el tocuen, que de inmediato integró su larga lista de frases célebres y que además recordaba su origen humilde —pobre—. Aquel día, los usuarios argentinos de Twitter convirtieron el término en tendencia a través de un hashtag donde empleaban la palabra para explicar o inventar toda clase de embustes.

Y es que el vesre no solo resulta idóneo para las redes sociales por su carácter burlón o mordaz; también porque uno de sus principales usos es el insulto, una disciplina que, ya se sabe, los argentinos cultivan como pocos. Sin alejarnos del fútbol, en plena furia tuitera por la eliminación de Argentina del Mundial 2018 se repitió una palabra que aludía a la alopecia de Jorge Sampaoli, por entonces seleccionador nacional; no fue calvo, ni siquiera pelado, más común por esos lares, sino su equivalente vésrico: dolape. Basta introducir ese término en el buscador de Twitter para confirmar su vigencia.

La costumbre de hablar al vesre no solo sigue viva en Argentina. Recientemente también ha entrado, aunque de forma muy tímida, en la juventud española. Parece extraño, pero tiene una explicación lógica: internet. La comunidad hispanohablante cada vez tiene mayor fuerza y se retroalimenta más gracias a herramientas como Twitch. Así, para evitar ciertas palabras que estas plataformas suelen censurar, se ha extendido el remedio de la transposición silábica, como ocurre en nepe por pene y nopor en lugar de porno. Dichos vocablos han sido incorporados al habla de youtubers y streamers, y como consecuencia parte de su audiencia los ha adoptado. Por eso no resulta extraño encontrarse a chavales españoles utilizando, tanto en el lenguaje escrito como en el hablado, los términos nepe y nopor.

Evidentemente, aunque no deje de ser llamativo el uso puntual del vesre, el trasvase lingüístico que posibilita internet va mucho más allá. Por citar solo a dos de los creadores de contenido más famosos, Ibai Llanos ha estrechado vínculos con varios colegas argentinos, mientras que Raúl Álvarez —Auronplay— ha hecho lo propio con mexicanos, y ambos se comunican a diario con sus innumerables seguidores latinoamericanos, lo que propicia que la audiencia nacional haya acostumbrado su oído al español del otro lado del Atlántico.

Como sucede con muchos que se enfrentan a una lengua nueva, de entrada lo más llamativo para ellos fueron las palabras malsonantes o de contenido sexual, pero poco a poco Ibai, Auron y otros han incorporado a sus transmisiones multitud de expresiones y términos cotidianos en otros rincones que los chavales españoles no solo comprenden a la perfección, sino que ahora utilizan como propios. España, a pesar de estar en clara minoría —apenas reúne un 10 % de los hispanohablantes del mundo—, siempre ha mirado con desdén a la manera de hablar de Latinoamérica, pero ahora llega una generación que ha empezado a derribar esa barrera con naturalidad. Y en ese logro, más allá de academias y organismos oficiales, están desempeñando un papel relevante un grupo de streamers, esto es, unos chavales que hablan, juegan y entretienen al personal desde su casa.

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