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Más temor por la salud que por la economía: así viven los españoles la pandemia

Una encuesta de la Universidad de Zaragoza detecta cómo el miedo a contraer el Covid dispara la desconfianza en los demás hasta el punto de que casi la mitad de la población cree que sus relaciones sociales se deteriorarán, mientras la precariedad y la fragilidad social afloran con toda su crudeza en un país que mira al Estado como protector.

Una pacarta en la calle Toledo de Madrid pide apoyo a la sanidad pública también después de la pandemia.-JAIRO VARGAS
Una pacarta en la calle Toledo de Madrid pide apoyo a la sanidad pública también después de la pandemia.-JAIRO VARGAS

eduardo bayona

"El coronavirus ha actuado como una lupa mórbida de la fragilidad social. La precariedad se ha hecho exponencial y ha aparecido una incertidumbre severa", explica Maribel Casas, antropóloga, investigadora Ramón y Cajal y miembro del Grupo de Investigación sobre Sociedad, Creatividad e Incertidumbre de la Universidad de Zaragoza, un pool de sociólogos, economistas y politólogos que lleva semanas explorando "qué nos hace más vulnerables socialmente al virus".

El grupo, que tiene como investigador principal al catedrático de Sociología José Ángel Bergua y del que forman parte otros científicos sociales como Cristina Monge, David Pac o Jaime Minguijón, está trabajando los datos de la segunda oleada de encuestas (hicieron una en abril y otra en mayo), con la que superan los 3.000 cuestionarios y con la que están tomando el pulso de un país al que el coronavirus ha situado ante el reto de "saber vivir con la incertidumbre, con los riesgos y con el no saber", apunta el coordinador.

¿Cómo vemos a los demás?

La pandemia y el ‘gran encierro’ apuntan a un aumento del individualismo en un contexto en el que, cuando menos por ahora, la salud inquieta más que el futuro económico. "En la segunda oleada se percibe algo más de preocupación por la economía, pero no tanta", explica Bergua, que añade que esa tendencia es "creciente".

En este sentido, el último barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) apunta en la misma dirección, ya que los preocupados por la salud (52,9%) doblan a quienes lo están por la economía y el empleo (23,3%).

Casi la mitad de la población (48,6%) cree que sus relaciones con los demás irán a peor y apenas uno de cada siete (15,2%) piensa lo contrario, un estado de opinión directamente relacionado con el foco del desasosiego. Uno de cada cinco ciudadanos ha pasado a desconfiar de quienes le rodean en solo un mes.
"El pánico sanitario que hemos tenido hasta ahora es catastrófico. Provoca poca confianza en el futuro y temor a los demás. Eso es algo lógico, porque pensamos que el virus está en otros y nos lo pueden contagiar, pero también es algo que al mismo tiempo puede destruir cualquier tejido social y cualquier tipo de práctica solidaria", indica Bergua.

¿Qué futuro económico pronosticamos?

La mitad de los españoles considera que su situación económica va a ir a peor, cinco puntos y medio menos de los que lo pensaban en abril, el grueso de los cuales han pasado en un mes al grupo de los que pronostican que no variará.
Ese optimismo, dentro de la previsión de que la afectación de la pandemia a los bolsillos será amplia, se da también entre quienes temen que su situación empeore, en los que decrece el grupo los que prevén un retroceso considerable mientras aumentan los que lo pronostican de menor entidad.

"Todos sabemos lo que va a venir, pero no se manifiesta", señala el investigador principal, que anota que "el miedo al contagio es más intenso que el miedo a la crisis económica". Y eso provoca reacciones sociales distintas: "No es lo mismo una crisis de tipo sanitario, que además es algo desconocido, que una de carácter económico, a la que estamos bastante acostumbrados como país y que genera mecanismos de solidaridad".

¿En quién confiamos?

El coronavirus y el confinamiento han provocado "admiración por la faceta vigilante del Estado, con apoyos muy elevados (por encima del 75%) a las fuerzas de seguridad y al ejército, y que emerja también por la cuidadora: se reclaman mejoras en la sanidad pública y se la diferencia de la privada", explica Bergua, que expone cómo, en un paralelismo de aquel "el hombre es un lobo para el hombre" que Thomas Hobbes acuñó a principios del siglo XVII, en plena pandemia de peste negra, "la crisis sanitaria activa los miedos, el instinto de supervivencia, y eso aumenta tanto la confianza en el Estado como el individualismo, con desconfianza hacia los demás".

El porcentaje de españoles que muestra un nivel de confianza elevado en la sanidad pública se acerca el 90% mientras el que lo tiene hacia la privada apenas supera la tercera parte del total.

En este sentido, no resulta extraño que sea mayor la confianza que la desconfianza en el Gobierno, aunque el margen se va estrechando, y que el rechazo a la oposición ande cerca de cuadruplicar al apoyo en un país cuya clase política ha convertido la bronca en herramienta de trabajo.

¿Qué nivel de apoyo tienen las medidas del Gobierno?

Tres de cada cinco españoles las ven adecuadas y, en el resto, los partidarios de endurecerlas casi duplican a los que las considerar excesivas, si bien es cierto que la diferencia entre esos dos grupos se ha reducido de 25 puntos a diez en solo un mes.

Entonces, ¿a qué se debe el fenómeno de las caceroladas contra el ejecutivo? "Hay muy poca la gente descontenta con las medidas y hay más que las endurecería", indica Bergua, que apunta que, en el caso de los primeros, "el término minoría resulta falso porque son muy activos". "Eso es la libertad mal entendida, son conductas minoritarias y que no resultan representativas", anota Casas.

¿Hay otros depositarios de confianza?

Resulta llamativo cómo, en línea con la tendencia de la sociedad en las últimas décadas, "la religión ya no es tabla de salvación" con solo un 16,5% de personas que confían en ella, mientras que "la gente muestra fe en la tecnología y la ciencia cuando han demostrado carencias. El papel estelar que se da a la ciencia responde a la necesidad de agarrarse a algo. También se muestra confianza en la naturaleza, lo que responde a una idealización". Ambas superan el 60% de confianza.

¿Hacia dónde nos conduce ese cuadro?

Eso es, hoy mismo, imposible de predecir. "La encuesta muestra un foto estática, y en estos momentos puede cambiar todo en cualquier sentido", advierte Bergua, quien, no obstante, apunta que "vamos a un escenario de desconfianza en las instituciones".

¿Y qué podría ocurrir en otoño si llegaran a coincidir el rebrote de la pandemia que no descartan los epidemiólogos y el endurecimiento de la crisis que temen los analistas y los agentes sociales? Esa pregunta tampoco tiene una respuesta científica a fecha de hoy.

"Confiamos en los amigos, en lo más cercano, y en el Estado, que es lo más lejano. Y en medio no hay nada. Eso es un caldo de cultivo para los totalitarismos, que hay quien llama populismos", explica el investigador. No obstante, en la segunda oleada, en la de mayo, "aumenta la confianza en las oenegés y los movimientos sociales, y eso se debe a que va emergiendo la preocupación por lo económico", aunque esta todavía no alcanza el 50%, a casi 40 puntos de los círculos personales y a más de 25 de las estructuras coercitivas y asistenciales del Estado. "Lo que falta -añade- es la activación del arquetipo social de la fratria, que permite ser creativo" como individuo y como sociedad.
A esos rasgos se les añade otro de calado en lo político, como es el hecho de que la fuerte presencia mediática de protestas de componente ultraderechista coincidan con una etapa en la que la izquierda ha desaparecido de la calle.

"¿Cómo van a manifestarse si están en el poder?", plantea. Ocurre algo similar con los sindicatos y las organizaciones profesionales, que están alcanzando acuerdos de entidad, como los procesos extraordinarios de los ERTE y el cese de actividad. "Eso entraña en riesgo de que gente de la izquierda abrace propuestas totalitarias que ofrecen seguridad", apunta.

¿Se están abriendo ventanas de oportunidad en una situación como esta?

Casas no tiene ninguna duda de que sí. "De repente se ha visto que el código abierto es posible", señala, al tiempo que "ha quedado claro que la reivindicación de la sanidad pública no era una cosa de cuatro progres locos" y "se ha demostrado que la precariedad y la fragilidad social lo eran, que existían, que no se trataba de conceptos teóricos".

Y ahora, durante la pandemia, anota, "estamos hablando en serio de esos temas, que no son asuntos discursivos sino realidades" a las que hay que buscar respuestas y soluciones. En este sentido, añade, "el coronavirus ha provocado un contagio de incertidumbre social y ha generado desconfianza, pero también ha abierto oportunidades para hacer las cosas de otra forma".

¿Qué es eso de la "cuidadanía"?

El shock provocado por la pandemia y por el gran encierro, y la mayor gravedad de sus efectos en grupos vulnerables como ha ocurrido con los usuarios de geriátricos en España, la población penitenciaria en EEUU o los habitantes de barrios más empobrecidos en ambos, hacen que la gente, más que analizar la realidad en términos de izquierda/derecha, se centre en observar "qué político o institución me cuida y cuál no, quién pone los medios para el cuidado individual y social y quién no lo hace".

"La pandemia nos ha dado la bienvenida a la época de la incertidumbre y nos ha puesto ante la fragilidad del ser humano", indica la antropóloga, algo que ha disparado la preocupación de los ciudadanos por la faceta cuidadora del Estado (de ahí el término ciudadanía) y a fijar como un ámbito de interés "si las políticas se centran en infraestructuras y medidas que cuiden a todos por igual" o qué están haciendo las instituciones "para garantizar la seguridad, y al mismo tiempo la flexibilidad, si viene otra pandemia".

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