Los trabajadores de la hostelería y el comercio registran el mayor número de bajas por salud mental desde 2016
Entre 2016 y 2022, las bajas por ansiedad, estrés y depresión en todos los sectores han crecido un 93,6%, alcanzando en 2022 cifras récord.
Madrid-Actualizado a
El viaje a las profundidades de Bárbara A. empezó cuando vió que el pelo se le caía "a puñados". Hasta entonces había soportado como podía la ansiedad y la hipervigilancia de la cadena de mando del comercio en el que trabajaba en Madrid, pero aquello la hundió.
"Cada vez que sonaba el despertador para ir a trabajar me quería morir", explica a Público. El médico de la mutua le diagnosticó ansiedad y depresión. Tres meses de baja después, tras un tratamiento farmacológico –que terminó siendo crónico– y psicológico, Bárbara A. comenzó a ver la luz al final del tunel y su pelo volvió a crecer.
Esta es la historia de Bárbara, pero podría ser la de cualquier otra trabajadora –o trabajador- del sector servicios en cualquier otra ciudad o en otra tienda. En España cada vez son más los trabajadores que solicitan bajas por trastornos asociados a la salud mental, como depresión, estrés o ansiedad.
Desde 2016 hasta junio de 2023 las bajas –incapacidad temporal por enfermedad común– por esta razón han alcanzado los 2.583.755, según los datos del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) aportados a Público tras una solicitud de Transparencia.
De todos ellos, son los y las camareras, dependientes o comerciales, auxiliares de cocina y otros empleos del "sector servicios de la hostelería y el comercio", los que acumulan la mayoría –un 12,16%– de las bajas por salud mental registradas desde 2016. La tendencia no para de crecer: en 2022 hubo un 93,6% más de bajas por ansiedad, estrés y depresión que en 2016. En el sector servicios en hostelería y comercio se disparó más del triple, un 223,74%.
Dos fuerzas han podido impulsar estos crecimientos. Por un lado, una mayor sensibilización de la población general hacia estos trastornos, acompañada de "una mayor concienciación de los facultativos en lo relativo al diagnóstico de problemas psicológicos y emocionales relacionados con el trabajo", señala Juan Francisco Alonso, Secretario de Organización de Comercio y Grandes Almacenes de UGT.
Por otro, la precarización del trabajo, especialmente acusada en el sector servicios de cara al público, y que incide sobre un contexto ya de por sí hostil, en el que las condiciones materiales de los y las trabajadoras han empeorado desde la crisis de 2008. Ejemplo de ello es el crecimiento del precio del alquiler –un 9,2% en el último año según datos de Idealista–, o la inflación generalizada en Europa a causa de la guerra de Ucrania.
Vivir para trabajar y otras trampas de la precariedad
Esther García [nombre ficticio] tiene 29 años y llevaba desde 2018 combinando sus estudios en Administración y Dirección de Empresas con su trabajo como camarera en un restaurante de Málaga. El delicado equilibrio entre estas dos áreas de su vida se vino abajo con la pandemia. "Cuando [tras el confinamiento] empezaron a abrir los bares, los horarios eran muy limitados y coincidían con las clases de la universidad", explica a Público.
"Entré en caos, porque tampoco tenía vida social: el horario de trabajo también era el mismo que para socializar. Mi vida sólo era trabajar, trabajar y trabajar". Además, según relata, la empresa había impuesto a sus empleados trabajar más horas de las que tenían en el contrato y para cuando los horarios del comercio se fueron flexibilizando, los trabajadores habían generado una deuda de horas con la empresa que tuvieron que compensar. "La primera Navidad cobraba como un mes normal, pero echaba el doble de horas", denuncia.
Esther dejó sus estudios, sentía que no tenía muchas más opciones ya que sin ese sueldo no podía costear su alquiler. Además "la cosa no estaba como para quedarse sin trabajo". El reguero de pólvora que habían dejado los recortes de derechos sociales años atrás prendió con la pandemia e intensificó la ya aguda incertidumbre laboral.
Aquel 2020, las bajas por salud mental descendieron levemente respecto al año anterior. Pero en 2021 y 2022, en paralelo a la vuelta a la normalidad y tras el fin del cese de las medidas sociales aprobadas por el Gobierno central como respuesta a la pandemia, las bajas se dispararon. A esto hay que sumarle que en esos años se observaron los efectos del confinamiento. El año pasado alcanzó cifras récord, 467.886 bajas, un 22,25% más que el año anterior. En el sector de la hostelería y del comercio este aumento fue del 38%.
Esther es parte de esa cifra. Tras meses tomando ansiolíticos para acudir al trabajo, en septiembre de 2022 obtuvo una baja por ansiedad y depresión. A pesar del tiempo transcurrido y de su recuperación, asegura que "las condiciones laborales solo empeoraron".
Lo nota, por ejemplo, en la carga de trabajo de la plantilla. "Falta gente, muchas veces no paras de correr desde que entras hasta que te vas". Para Francisco Alonso, de UGT, esta falta de personal obliga "a hacer el mismo o más trabajo a costa de un sobreesfuerzo difícil de canalizar, tanto a nivel físico como emocional".
A las horas extras –no siempre retribuidas- y a la sobrecarga de trabajo, se le suma el descontrol de horarios, que en muchas ocasiones se prevén con una semana de antelación. Todo ello hace de la hostelería un cóctel explosivo que recala en los cuerpos de los empleados en forma de ansiedad, estrés y depresión. "¿Cómo voy a pedir cita con la psicóloga de una semana para otra si no sé cuándo voy a trabajar hasta el domingo anterior?", se pregunta Esther. "Es imposible tener vida".
El gran hermano laboral
Algunos de los clientes a los que atendía Bárbara A. en la tienda en la que trabajaba eran amables. Otros no. "Pero siempre tienes que estar con una sonrisa", evidencia. Esta impostura le generaba bastante estrés. Es lo que Daniel Treviño, secretario de comunicación de la CNT Madrid y camarero, describe como un doble trabajo. El de camarero o comercial y el de actor.
En el espectáculo laboral "cualquiera que sea la condición precaria que te atraviese, no puedes permitirte actuar con naturalidad, porque por encima de todo tienes que dar un buen servicio. Creo que nuestra exposición de cara al público es lo que hace que nuestro trabajo sea especialmente agotador mentalmente". Aplicaciones de reseñas son un ejemplo de la vigilancia sobre el comportamiento del trabajador, en el que "se ha normalizado evaluación el comportamiento de cara al público que tienen los trabajadores. Una cosa es dar un mal servicio y otra dar un servicio impecable".
Fue la hipervigilancia de "150 jefes intermedios quieren mandar aunque no tengan poder directo sobre ti" lo que empezó a generarle cada vez más estrés a Bárbara A. "Tienes la cámara de Gran Hermano vigilándote 24 horas a ver qué haces y qué dejas de hacer, cuando en el fondo haces bien tu trabajo". A pesar de tener unas condiciones laborales óptimas –salario legal y horario laboral decente–, "trabajar así en un espacio cerrado, de pie, sin un área de descanso amigable, con luz natural, hacen que después de la jornada te entran ganas de meterte en la cama y no hablar con nadie".
En el caso de la hostelería, la vigilancia toma forma de vínculo familiar. "El sector está muy atomizado, muchos restaurantes son una empresa en sí misma", describe Treviño. "Esto genera una sensación de familiaridad entre la plantilla que nunca es real, pues es el jefe quien vela por sus propios intereses", explica. "Eso genera una sensación de vigilancia familiar muy incómoda y difícil de sobrellevar, porque te sientes constantemente observado u observada".
Es lo que le ocurrió a Esther al pedir la baja. "No quería salir de mi cama porque tenía miedo de que mis jefes me vieran en la calle y me juzgaran o pensaran que les estaba mintiendo". Necesitó varios meses de terapia para poder salir a la calle sin sentirse culpable.
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