Viaje a la zona cero de los incendios: así se preparan ocho familias de La Vera para un verano de riesgo
La comarca de La Vera, Cáceres, es una zona de alto riesgo de incendios forestales (ZAR). En este paisaje, un grupo de ciudadanos se adelanta a la administración y muestra una iniciativa de calado para proteger el monte.
Alejandro Tena
Villanueva De La Vera (Cáceres)-Actualizado a
El verano pasado, la comarca de La Vera vivió otro incendio más. El fuego, en los últimos años, se ha convertido en un elemento más del ecosistema de este pequeño paraje extremeño, ubicado en el noreste de la región, a las faltas de la Sierra de Gredos y en el linde de Ávila. El verde que decora las montañas durante los meses de frío se convierte en un manto de paja durante el periodo estival y la vegetación pasa a ser combustible.
"El año pasado fue dramático. Desde aquí, por la noche el fuego se veía", cuenta Miriam, una vecina del paraje de Los Jardines de Riolobos que, junto otras siete familias, han decidido actuar por su cuenta y elaborar un plan pionero para "autoproteger" el entorno y reducir el riesgo de incendio. Cada verano, cuenta, los helicópteros sobrevuelan sin descanso el territorio para extinguir los incontables focos que nacen en la comarca y las zonas aledañas. Cualquier día podría ocurrir algo tan grave como lo que sucedió en Galicia en 2017 o en Zamora en 2022.
En la zona, las casas son antiguas viviendas agropecuarias ubicadas en pleno monte. Los tejados, que se cuentan con dos manos, asoman entre un bosque que parece salvaje y que, seco, se presta proclive a arder con potencia y rapidez. El acceso es difícil y está dominado por caminos de tierra inestables y serpenteantes que, en caso de emergencia, pueden dificultar la evacuación de los ciudadanos. Pero esto, poco a poco, está cambiando.
Las ocho familias se han agrupado en la asociación Albura, un pequeño proyecto vecinal pionero para coordinar acciones de limpieza de maleza y desbroce, pero también para presionar a la Administración y conseguir actuaciones determinadas más allá de los límites de sus propiedades. "Todos los veranos los vivimos con la presencia de incendios en los alrededores y, con los del año pasado, algunos vecinos tuvimos que salir evacuados muy rápido. Nos dimos cuenta de que no podíamos vivir así; debíamos tratar de hacer algo para minimizar los riesgos", cuenta Álvaro, otro de los vecinos de la asociación.
La labor de los últimos años no empieza –ni resume– con la limpieza de montes y terrenos, sino que las familias del entorno han elaborado su propio plan de prevención de incendios, lo han presentado ante la Junta de Extremadura y esta lo ha aprobado.
Es la primera vez que un grupo de ciudadanos adelanta a la administración y muestra una iniciativa de calado para proteger el monte. "El compromiso es doble. El texto que hemos elaborado nos compromete a nosotros a tener que trabajar todos los años para mantener el entorno limpio y minimizar los riesgos, pero también comprometemos a la Junta para que actúe en prevención en la zona", comenta Carlos, otro de los vecinos involucrado en la iniciativa.
Piscinas y sombra calculada al milímetro
En las 40 hectáreas de monte incluidas en el plan de prevención todo parece salvaje, pero cada rama y cada brote ha sido cuidado al detalle. José Antonio, residente de Villanueva de La Vera y extrabajador de Protección Civil, ha ayudado a tejer el proyecto. "Aquí todo era sotobosque y las ramas de los árboles llegaban hasta abajo", dice mientras señala un espacio junto a un camino que ahora se ve despejado. Las ramas se han cortado por abajo y algunos arbustos se han eliminado para evitar que el fuego, en caso de iniciarse, se propague con velocidad y alcance las copas.
"La idea es minimizar los riesgos y tener un espacio en el que el fuego avance más despacio y permita a los bomberos forestales actuar", dice una de las vecinas implicadas en el proyecto. El sol que se proyecta en el suelo es un ejemplo de estas labores, pues las podas realizadas se han realizado bajo la premisa de buscar una cobertura de sombra del 70%. Un porcentaje que no es aleatorio y que responde al análisis de los expertos que han asesorado y acompañado a los vecinos. De esta forma, se busca disminuir la frondosidad de los arbustos y minimizar la capacidad energética del ramaje. Las llamas no arderán tan rápido, insisten los precursores de la iniciativa.
René, un residente de origen alemán, ha dado un paso más y ha construido una alberca de más de 10.000 litros junto a uno de los caminos de su finca. De la piedra que guarda el agua, sale una pequeña abertura, una suerte de boca de incendios artesana a la que podrán enchufar sus mangueras los operativos de extinción. "Todo lo que inviertas en autoprotección es necesario", dice al ser preguntado por el dinero que ha destinado a esta infraestructura.
La presión ha surgido efecto y los vecinos han conseguido que la Junta limpie algunas zonas abandonadas. Las máquinas han ampliado el ancho de los caminos de tierra que vertebran esta parte del monte para que los camiones de bomberos puedan entrar y salir, además de establecer zonas seguras y apeaderos que impidan que, en caso de evacuación, los coches de las familias queden bloqueados.
"El verano pasado nos dimos cuenta que, si el fuego viene desde abajo de la montaña, si sube hacia arriba, no tendríamos escapatoria posible", indica Miriam. "Buscamos a través de mapas y vimos que había un montón de caminos que habían desaparecido y que, por no usarse, habían sido comidos por la maleza. Hemos conseguido que la Junta actué y abra algunas de estas zona", narra.
De paisaje rural al abandono: la mecha de los incendios
Lo que ocurre en el paisaje forestal de la comarca de La Vera es lo que ocurre en muchas otras zonas del mapa. Un terreno que, no hace mucho, era un motor económico que afincaba a miles de familias. Cuando uno se adentra en el monte puede ver los vestigios agrestes, bancales de piedra que ahora son comidos por la maleza.
"Existe un consenso amplio sobre la necesidad de adaptar el territorio", argumenta Lourdes Hernández, portavoz de WWF. "Las condiciones extremas y el cambio climático han debilitado las masas forestales, que ahora son mucho más inflamables. A eso sumamos que el territorio se ha ido abandonando, se ha dado la espalda a la economía del sector primario y esto ha generado que los bosques crezcan sin ningún tipo de gestión. Lo que vemos es que la Administración no hace nada, por más hidroaviones que destinemos ya no vamos a ser capaces de reducir la agresividad de estos incendios", argumenta.
El fuego se ha vuelto así más virulento. El entorno le brinda más pólvora y las llamas consiguen una carga imposible de reducir con mangueras. Según WWF, la energía máxima para que los bomberos puedan controlar y extinguir un incendio es de 10.000 Kilovatios por kilómetro cuadrado. El foco de la Sierra de la Culebra de 2022, la última gran referencia en España, adquirió una carga de 90.000 kilovatios por metro cuadrado.
Los operativos de extinción son tan importantes como la gestión del bosque durante los meses menos cálidos del año. Desde la organización conservacionista reclaman "priorizar" la gestión y establecer actuaciones, dentro de los 26 millones de hectáreas forestales del país, en las zonas que, como la comarca de La Vera, se encuentran más expuestas a la propagación de las llamas.
Cada vez menos incendios, pero cada vez más dañinos
El último informe de WWF, presentado esta semana en la comarca de La Vera, evidencia cómo ha cambiado la tendencia de los incendios en los últimos años. España, gracias al desarrollo de mecanismos de prevención y a la concienciación ciudadana ha conseguido reducir el número de siniestros y rebajar un 21% la superficie quemada en la última década.
Sin embargo, los fuegos, pese a ser menos, son más letales. Los datos muestran que los grandes incendios, aquellos que calcinan 500 hectáreas o más, se han elevado un 21% respecto a la década pasada. Aunque, por número, este tipo de focos suponen el 0,22% del total, su impacto afecta al 40% del total de la superficie afectada por las ascuas.
Esta situación guarda relación con el abandono del paisaje forestal, pero también con las condiciones meteorológicas extremas que se vinculan a la crisis climática. El calor extremo eleva las posibilidades de que el fuego adquiera más intensidad y forme pirocúmulos, ondas explosivas de carga muy elevada que hace imposible cualquier actuación de los equipos de extinción.
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