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Dos vecinos irreconciliables

La estrategia del terror adoptada por Japón para la ocupación de China causó horribles masacres imposibles de olvidar

ANDREA RODÉS

El puente de Marco Polo ofrece un mirador excelente para contemplar la selva de fábricas y bloques de apartamentos de los alrededores de Pekín, pero no es esto lo que atrae a los turistas chinos. El elegante puente de granito, elogiado por el explorador italiano del siglo XIII, es un símbolo nacional: aquí empezó la segunda guerra Sino-Japonesa, uno de los conflictos bélicos enmarcados en la II Guerra Mundial que aún impone distancias entre los dos países vecinos.

El 7 de julio de 1937, alegando la supuesta desaparición de un soldado en zona enemiga, las tropas imperiales japonesas lanzaron un ataque sobre las fuerzas nacionalistas del Kuomintang (KMT), que entonces controlaba el poder de la República china. En un par de semanas llegaron a Pekín y expandieron su ofensiva por todo el territorio chino desde Manchuria, que habían invadido en

'Mátalo todo, quémalo todo, saquéalo todo'. Es el lema de la llamada política de los 'tres todos' (Sanko Sakusen), iniciada en 1940 por el general Ryuchi Tanaka, con la aprobación de la corte imperial de Tokio, y responsable de la muerte de 2,7 millones de chinos, según cuenta el historiador Herbert P. Bix en su libro Hirohito And The Making Of Modern Japan, premioPulitzer en 2001.

Los chinos creen que Japón debería pedir perdón por las atrocidades

La estrategia del terror adoptada por el Ejército nipón durante la ocupación de China fue uno de los episodios más sangrientos de la II Guerra Mundial, en la que la República china del KMT participó como fuerza aliada. Se estima que al menos 20 millones de chinos, la mayoría civiles, murieron hasta la rendición de Japón en 1945. Las atrocidades del Ejército nipón van desde la masacre de Nanjing, en la que murieron 300.000 personas, hasta, según China, la violación de millones de mujeres o ataques bacteriológicos, prohibidos tras la I Guerra Mundial. Crímenes que han dejado heridas abiertas en las relaciones entre ambos países.

Millones de ciudadanos chinos siguen guardando prejuicios sobre sus vecinos asiáticos, a quienes culpan de no haber pedido perdón públicamente por las atrocidades y de no enseñar en las escuelas los errores cometidos durante la etapa imperialista. 'Odio a los japoneses', comentaba recientemente a Público un guía turístico de la provincia de Shanxi, en el límite occidental donde llegaron los japoneses. Su abuelo, de 84 años, luchó en las guerrillas contra los japoneses después de la derrota de Taiyuan, en la que murieron 130.000

El rencor contra Japón sigue especialmente vivo en las poblaciones que formaron parte de Manchukuo, el Estado títere fundado por los japoneses al invadir la parte china de Manchuria, en 1931. En la antigua capital, Changchun, aún se conservan los edificios públicos construidos por los japoneses, incluido el palacio imperial levantado para el joven Pu Yi, el emperador títere designado por Tokio.

Al proclamarse la República, Pu Yi, último heredero de la dinastía imperial china, se había quedado sin posibilidad de reinar, y no pudo resistirse cuando el Japón le propuso ser emperador de Manchukuo. Años más tarde, el líder comunista Mao Zedong le perdonó la vida y le confinó a ser jardinero en el jardín botánico de Pekín el resto de su vida.

La Unidad 731 podía almacenar y producir toneladas de bacterias

Entre las atrocidades cometidas por los japoneses mientras Pu Yi jugaba a ser emperador figuran los miles de experimentos con armas bacteriológicas llevados a cabo en la Unidad 731, un complejo de fábricas y laboratorios en la ciudad de Harbin.

La Unidad 731, convertida actualmente en un museo, tenía capacidad para almacenar y producir toneladas de químicos y bacterias para ser usadas en ataques bacteriológicos, una clara violación de la Convención de Ginebra de 1925, que prohibía el uso de ese tipo de ataques.

Según el Gobierno chino, más de 200.000 personas murieron en el país por efecto de armas bacteriológicas fabricadas en la Unidad 731. Muchos ataques consistían en lanzar desde avionetas paquetes de arroz y trigo que explotaban en el aire, esparciendo en el campo pulgas infectadas con bacteria de la peste.

Las cifras oficiales hablan de al menos 3.000 personas muertas en la Unidad 731, al ser usadas como cobayas en los experimentos bacteriológicos, que incluían la exposición directa a gas fosfeno gas asfixiante utilizado durante la I Guerra Mundial, descargas eléctricas o mutilaciones para el estudio de las partes del cuerpo humano.

 

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