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Nick Clegg: el desconocido que levanta pasiones

El líder de los liberal demócratas se ha dado a conocer gracias a los debates

DANIEL DEL PINO

Nick Clegg, 1967, Buckinghamshire

Su madre es holandesa y su padre proviene de una adinerada familia rusa. Su mujer es española y sus tres hijos se llaman Antonio, Alberto y Miguel. Ha trabajado en Estados Unidos, en Budapest y Bruselas. Habla cinco lenguas. Es Nick Clegg. Es el hombre del momento. Y de ser un desconocido ha pasado a hacer de los Liberal Demócratas una alternativa de Gobierno.

La irrupción de Clegg en la carrera electoral no es cosa de un día. Hay que partir de la base de que tanto laboristas como conservadores cargan con una mochila de la que es muy difícil deshacerse: el pasado. Los primeros por haber estado 13 años en el Gobierno, los segundos por seguir representando muy a pesar de su líder , David Cameron, a la élite británica.

Después están la recesión económica o el escándalo de las cuentas de gastos; la invasión de Irak o las acusaciones de torturas a los laboristas; y la mirada a otro lado de los conservadores cuando se trata de recibir dinero de un presidente, Lord Ashcroft, que guarda su fortuna en un paraíso fiscal. Todo ello, hace que los Liberal Demócratas se presenten a estas elecciones con tan poca fama como faltas graves en su expediente.

Y cuando Nick Clegg el desconocido, se planta en el primer debate televisado de la historia, consigue que el primer ministro repita varias veces la ya famosa frase de 'estoy deacuerdo con Nick'; y le saca los colores a David Cameron; y entonces, Clegg pasa a ser el representante de la ‘Cleggmania'.

El líder de los Liberal Demócratas ganó el debate, las encuestas y desató la euforia en un electorado cansado de los 'dos viejos partidos', como él se empeña en llamarlos. Como han demostrado las siguientes semanas, lo suyo no ha sido un estrellato efímero. En el segundo cara a cara, encerrado por sus rivales, volvió a repetir victoria y confirmó el descenso de los laboristas a la tercera plaza en intención de voto.

Son muchas las cosas que le dan a Clegg un aire diferente a Cameron y Brown. Su facilidad de palabra, su telegenia, su aspecto de hombre de la calle y su escaso acento pijo. También su oposición a la guerra de Irak, su programa de reducción de la inversión en armamento nuclear o su postura frente a la inmigración. Incluso su visión europeísta -trabajó cinco años en la Comisión Europea-, un tema tabú para los británicos,  es algo que no ha frenado su ascenso.

Pero su cercanía con la sociedad no le quita de tener un pasado. La familia de su padre está muy relacionada con la aristocracia rusa, estudió en el exclusivo colegio de Westminster, fue a la Universidad de Cambridge y completó su formación en EEUU y Bélgica. La diferencia es que él no lo oculta. En su biografía constan todas estas cosas, mientras que Cameron las borró de la web de los conservadores.

En 1990 trabajó como periodista en Nueva York. Tres años más tarde desembarcó en Bruselas, donde trabajó en la Comisión en proyectos de ayuda al desarrollo. En 1996 se enroló en la aventura de los Liberal Demócratas y en 1999 fue elegido diputado europeo por los East Midlands.

Con una familia recién comenzada -se casó en 2000- duró cinco años en el cargo y decidió volver a casa. Tardó 12 meses en llegar al Parlamento como diputado por Sheffield Hallam. En 2007 ya era el líder de los Liberal Demócratas y entonces empezó a cambiar su historia.

Los analistas esperaban que este ateo confeso y hombre de 'no más de 30 mujeres' tuviera por fin su momento de gloria en el primer debate. Pero nadie habría puesto la mano en el fuego porque, después de su aparición en televisión, hiciera que a los dos partidos mayoritarios no les quede más remedio que reprogramar toda su campaña electoral en torno a lo que él diga o haga.

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