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Las fotos del ruido

46 fotógrafos de varios continentes protagonizan en París una de las bienales más atrevidas del género

ANDRÉS PÉREZ

Quizá a usted le siga interesando lo que de verdad está pasando en el mundo. La Tierra tiembla más fuerte que Fukushima y, además, tiembla cerca, con las revoluciones del sur del Mediterráneo. París recibirá todo el rugir del mundo en septiembre, a las orillas del Sena, con PhotoQuai, la bienal de fotografía no occidental, que selecciona los trabajos de varios continentes habitualmente desterrados del centro de atención.

PhotoQuai es una joven institución creada hace seis años por el Museo del Quai Branly. Ese centro, una nueva y curiosa institución cultural gigantesca y superdotada de París, tiene una misión estratégica para la República Francesa: reunir todas lascolecciones de piezas que la vieja potencia colonial fue recopilando sobre “las artes y las costumbres de los salvajes indígenas” y revisarla con arte contemporáneo.

La iniciativa quiere transformar París en la primera capital del mundo occidental que, culturalmente,reconocerá que las “artes no euro peas”, tienen tanto valor como los grandes artistas de la historia del arte occidental. Basta con observar la selección de 46 fotógrafos –poco o nada reconocidos entre los catálogos de las galerías de París, Londres, Madrid o Nueva York–, para comprender que algo se está moviendo profundamente en las fronteras ignoradas del arte fotográfico. François Huguier, fotógrafa de reputación mundial, francesa de Laos, que de niña vivió en la jungla, raptada por la guerrilla del Viet Minh, por lo que participó involuntariamente en abrir la pista Ho Chi Mihn, ha sido la encargada de coordinar los equipos que, en cinco continentes, fueron a buscar esa nueva fotografía.

El resultado, a través de la potentísima ironía del marroquí Hassan Hajjaj, del indonesio Jim Allen Abel, del malaisio Pang Khee Tek, a través de la precisión del instante mágico del tanzano Sameer Kermalli o del congolés Christian Tundula, cabe en dos frases de Françoise Huguier.  “Estos fotógrafos, ya sean artistas plásticos o no, fotoperiodistas o no, son guardianes, vigilantes, voyeurs, cuya existencia es importantísima, su palabra es capital”. Así, el recorrido fotográfico que será instalado a pie de la torre Eiffel y en el jardín del Museo del Quai Branly, será el eco de “lo que llamamos el ruido del mundo”.

Las obras de estos fotógrafos serán expuestas a lo grande, como gigantes, en paneles de más de tres metros a la vista de todos, en la Ciudad Luz en el espacio público y sin entrada que pagar. “Es simplemente un recorrido fotográfico, un paseo, que permite pasar de un universo a otro, sin organización por países”, señala Huguier.

“Por ejemplo, en uno de los puntos de las orillas las fotos gigantescas en blanco y negro del congolés Christian Tundula, que representa sólo a chicas con la ropa de calle de Kinshasa bailando en trance, se enfrenta a las fotos de estudio en color del coreano Chan Hyo Bae, cuyo delirio es el de autorretratarse vestido de dama noble inglesa de la época victoriana”, señala. “Se trata de un diálogo a distancia entre universos totalmente diferentes, entre inspiraciones radicalmente opuestas”, añade.

Cabe advertir que el “ruido del mundo” es una auténtica bofetada y no un diseño confortable. Tras ver en los locales de Françoise Huguier buena parte de las fotografías protagonistas, los trabajos de los artistas de Zanzíbar o Daar-Es Salam, de Pennang o de Kuala Lumpur o de Borneo son simple y llanamente rabiosamente contemporáneos. Destacan por su autenticidad, por la inquietud que han alcanzado en su tratamiento fotográfico, incluso, por sus planteamientos polémicos. Son trabajos realmente duros de roer, mucho más que los artificiosos debates del arte consagrado.

¿Por qué esa sensación? Françoise Huguier asiente, y la explica por algo que, para un español, podríamos definir como el clásico: “Contra Franco vivíamos mejor”, en versión artística. “Todas las fotografías que hemos traído son de gente que está total y plenamente al corriente tanto de lo que se está cocinando en sus respectivos países, como de lo que pasa en el mundo. Son militantes. Son auténticos centinelas de sus sociedades y de nuestro mundo. Aunque moleste, tienen un mensaje”, explica. Y compara: “En nuestros países –en Francia–, tenemos un formalismo excelente en la fotografía y un fondo totalmente vacuo. Y me parece que la foto española es también así. Simplemente, la fotografía occidental no sabe a dónde va”.

Eso, en cuestiones de fondo, pero ¿y en la forma? “Mire el trabajo de Hassan Mejjali y su sátira ante las cuestiones del velo islámico. Y cómo trata el uso y abuso que ciertos jóvenes hacen de las marcas de ropa deportiva. Tiene una mirada socarrona, tan socarrona, que en las reuniones de comisión PhotoQuai 2011 se llegó a decir que podría ser un problema exponerlo en el Sena”, analiza Huguier, y sonríe. “Mi respuesta fue: es marroquí, él ha hecho su trabajo, vamos adelante. Porque el problema que plantea me interesa. Es curioso, pero hay más libertad en ellos que en la foto occidental, y mire que tienen problemas duros con sus gobiernos”, añade.


El mejor ejemplo de esa paradoja es Pang Khee Teik. Artista y militante homosexual, se enfrenta a la legislación represiva de Malasia. Le intrigó una decisión de la comisión de censura que desde hace unos meses autorizó a poner protagonistas homosexuales en las películas y las series de Malaisia. Pero sólo si al final se arrepiente o va a la cárcel o muere. Pang Khee Teik agarró con toda su ironía la dichosa ley y produjo una serie de deliciosos clichés, en los que, sin ninguna distancia, situaba a una serie de personajes homosexuales clamando por su arrepentimiento.

Sólo después de elogiar ese trabajo de mirada conceptual, pero con mensaje, Françoise Huguier acepta entrar en las cuestiones de forma pura. Y también ahí hay una especificidad de los autores del sur. “A ellos no les molesta acercarse a la cultura popular o a la cultura televisiva, con sinceridad”, sin por ello forzar el trazo del kitsch o del pop como se hace en Occidente, comenta Huguier.

Los fotógrafos indios, malasios o indonesios no tienen ningún remilgo en hacer cosas que pueden parecerse extrañamente a Dallas, Dinastía o Falcon Crest. “Mire esta imagen”, dice Françoise Huguier sujetando enérgicamente una foto del indio Shailabh Rawat. Efectivamente, parece una escena de Falcon Crest, pero protagonizada por un Elvis Presley indio con exceso de gomina, y una Cicciolina amante de pieles de pantera sintéticas, retratados en estudio de televisión, claramente de segunda mano.

“No conozco ni un sólo fotógrafo de arte occidental que se atreva a tal relación con el arte porque le dirían: qué vulgar”, explica Huguier. “Bastantes países del sur de Asia, y del extremo oriente asiático tienen buen cine y en masa, difundida por la tele, muy presente hasta en las aldeas. Por eso allá tienen esa relación desacomplejada con la cultura popular. Aquí, a un artista que se atreviera a eso, en las galerías le dirían: “¡Ah, qué asco!”.

Quien logre, pues, quitarse la venda del norte, sabrá ver en el trabajo del tanzano Mwanzo Milinga sobre los hospicios de niños albinos una metáfora sobre el extranjero y lo extraño. Y, además, si es galerista o crítico o iniciado, verá también uno de los esfuerzos más serios de las últimas décadas. Quien no se quite la venda, le ocurrirá todo lo contrario. Lo que relata Françoise Huguier, cuando enseña el trabajo de otro tanzano, Sameer Kermalli, basado exclusivamente en una observación buñuelesca y muy formal de las hormigas que se instalan en su casa, en función de los derrames de su vaso de zumo de granada. “Esto no es la fotografía de un africano”, dijo un galerista. “¿Por qué dices eso, porque no se ve un negro?”, contestó Huguier.

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