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El contaminado calvario de los González

Los prejuicios persiguen en el Getafe al técnico, Míchel, y a su hijo Adrián

ALFREDO VARONA

De futbolista, Míchel aprendió que, al final, siempre se hace lo que pide la opinión pública. Él no había cumplido los 30 cuando el presidente Mendoza despidió a Antic siendo líder de la Liga, simplemente porque al estadio no le gustaba cómo jugaba el equipo. Aquello se le quedó grabado y, casi 20 años después, no se separa de este discurso como entrenador: 'Me gustaría que la afición no pitase a nadie', ha dicho, 'pero eso es algo democrático y yo no voy a aconsejar nada'.

Miguel González se refiere a su hijo Adrián, al que el Coliséum ha condenado hasta la saciedad. Aún se recuerda la tarde del Depor, en la que no se le consintió ni un estornudo. El estadio planteó al muchacho una guerra civil. Por eso, este último domingo, ante el Xerez, Míchel lo dejó fuera de la convocatoria. Había sido uno de los responsables del último triunfo del Getafe en Montjuïc, pero dio igual. 'El resto de jugadores iban a estar más tranquilos sin escuchar pitos', juzgó el entrenador el domingo en El Tirachinas. Fue la primera vez que Míchel adoptó esta decisión. No fue accidental. Pero Adrián calló, porque piensa como el maravilloso Peter Ustinov: 'Nuestros padres nos han enseñado a hablar y el mundo a callar'.

Míchel: 'Estamos mejor que los que preguntan con mala intención'

Adrián no se deja vencer por el aroma existencialista. 'El que tenga miedo es que no ha vivido', prefiere. Y, según su padre, es el que mejor lleva esta situación. 'Nosotros estamos mucho mejor que todos los que preguntan y en algún caso con mala intención', insiste Míchel. Pero el debate por ahora es invencible. Cualquier empleado del club trata de evitarlo: 'Adrián es un jugador más, no el hijo del entrenador'. Pero la propaganda necesita el negocio. Aunque el Getafe golee, casi siempre hay alguna tertulia en la que se habla de Adrián.

La tentación es una mina de oro, pero Adrián jamás pide que le dejen en paz. Sigue pensando como Ustinov, 'los padres son los huesos con los que los hijos afilan los dientes', y no siempre para hablar. También para callar. La estadística demuestra que es el séptimo que más minutos ha jugado, con 749, pero no importa.

'Le quité porque el resto iba a estar más tranquilo sin escuchar pitos'

La hinchada no se modera ante la presencia de los números. Tampoco el periodismo. No hay futbolista del Getafe que pase por la sala de prensa y no se le pregunte por Adrián. El deseo desobedece la calma, pero era previsible. De hecho, Adrián lo intuía en verano cuando pidió a Toni Muñoz, el secretario técnico, que le dejase marchar. Pero este no se lo consintió: 'Tú serás importante en este equipo'.

Adrián está jugando lo que no jugó el año pasado con Víctor. Pero eso, en vez de curar el problema, lo ha actualizado. La hinchada siempre prefirió a Casquero, y hace un mes se irradió ante la respuesta de Míchel cuando le preguntaron por su suplencia en el Bernabéu: 'Tampoco jugó Adrián y nadie me pregunta por eso'. Hubo sectores de la afición dolidos por la comparación.

Schuster, ex del Getafe, esde los que compartió esa duda. 'Míchel no está siendo tan exigente con su hijo como la mayoría de los padres', reflexionó al respecto también en El Tirachinas. 'Y le está dando más oportunidades de jugar, dejando fuera a gente importante como Gavilán, Albín o Casquero'. Y añadió lo que nadie dice en voz alta: 'Es posible que ni los mismos compañeros entiendan por qué sale él desde el principio'.

Schuster: 'Tal vez ni los compañeros entiendan por qué juega Adrián'

Schuster es parte interesada. Tiene relación con esos jugadores, pesos pesados, que no entienden y se quejan, que hasta malmeten en oídos poderosos para hacer más incómoda la situación al padre y al hijo. 'Yo he tenido a Adrián en el Madrid y es muy bueno', insiste Schuster, 'pero no sé si al final puede ser titular en Primera'. Y sentencia: 'A mí no me gustaría que mi hijo jugase en mi equipo'.

Hace 15 años, Johan Cruyff también lo comprobó en Barcelona. En septiembre de 1994 dio la alternativa a su hijo Jordi en el Camp Nou. Desde entonces, no dejó de dudarse un solo día de él hasta que, a los dos años, emigró al Manchester. En Barcelona no triunfó, pero tampoco le ayudaron: 'Siempre que jugaba se murmuraba de mí'.

No obstante, hay casos y casos. Bob Bradley también dirige a su hijo en la selección de Estados Unidos y a nadie se le ocurre dudar de que Michael debe jugar siempre. Algo que también le pasó a Césare Maldini cuando entrenó a su hijo, el mítico Paolo, en el Milan y en Italia. Es más, a su costa, el padre enorgullecía la biografía de la familia. 'A mí me gustaba el juego elegante, evitar el patadón hacia la tribuna. Y es verdad que algunas veces fallaba y provocaba ciertos desastres. Pero para custodiar el honor de la familia ya estuvo mi hijo Paolo defendiendo como se debe, sin errores ni concesiones'.

Pero Míchel vive una realidad más terca en Getafe y, aunque su hijo promete que en casa no se habla nada de esto, el entrenador lo lleva peor de lo que dice. Han pasado dos meses desde el primer partido en El Sardinero cuando Adrián hizo correr la pelota con enorme franqueza. Da igual, le estaban esperando. Tarde o temprano aparecían los pitos. El propio Adrián reconoce que nunca había pasado tantos minutos sin marcar un gol. Un dato que hace daño. Las celebraciones también convencen a las ilusiones, decía Ustinov.

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