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Dramones, superar los 30 sin cortarse las venas

Paula George viene avalada por Jonathan Lethem, uno de los más interesantes responsables del relevo generacional norteamericano

A. J. RODRÍGUEZ

Viene avalada por Jonathan Lethem, uno de los más interesantes responsables del relevo generacional norteamericano; y una prosa de 'escuela de escritura', que diría el Nobel V. S. Naipaul, basada en el uso de párrafos cortos y diálogos ágiles, a menudo con intenciones aforísticas.

Editada en español por El Aleph 42 años después de su primera publicación, lo correcto sería interpretar el debut de Paula Fox, Pobre George de título tiernísimo y acertado, como otro dramón más sobre la mid-class alienada de EE UU en los años sesenta, casi en la estela de lo que Sloan Wilson hizo una década antes con su Hombre del traje gris. Un espíritu que evidentemente puede exportarse a todas las clases medias y soporíferas del mundo. No obstante, no será éste nuestro análisis, en la medida que mucho más cachonda y estival, e iconoclasta resulta la idea de redactar un listado de Tormentos Existenciales de la Modernidad a partir del texto de Fox.

Empecemos por el matrimonio. Karen Horney, psicoanalista de la vieja escuela, anotó que el exceso de confianza y la confirmación de la conquista del objeto de deseo hace que la relación de pareja derive situación próxima al incesto. O como suele decirse: la confianza da asco. Y de ahí a los maletendidos cíclicos que protagonizan George y Emma, los cuales parten de una situación de extrañamiento mutuo ('Ojalá ya no tuvieran que hacer más el amor', piensa el pobre George), seguida de la recuperación de la juventud perdida ('Te quiero', dice el melancólico George mientras conduce, para luego poner el ribete sensiblón: 'Cógeme la mano', etc). A ello debemos agregar guiños a ciertas coacciones sociales, cuando, por ejemplo, George empieza a sentirse 'feo y gordo'.

Como que la emergencia de una protuberancia abdominal implica perder enteros en el mercado del sexo y eso es algo que George percibe a sus 34 años. Y de repente, la instantánea hercúlea de la novela: 'Estoy harto de trabajar para vivir. Quiero hacer algo más que eso'. Aterrizamos en el lado más sabroso de Pobre George.

Resulta que nuestro protagonista trabaja como profesor en un instituto y tiene que hacer frente al característico desencanto de la profesión (piénsese en el filme La clase, de Laurent Cantet); entonces aparece Ernest, un muchacho descarriado al que George descubre porque, caramba, resulta que ha entrado en su casa sin permiso. ¿Qué decide nuestro aspirante a filántropo? Pues que mejor que seguir pastoreando a las 99 ovejas mansas será ir a la busca de quien abandona el rebaño. Muy bíblico, sí, aunque el dilema ético en modo alguno ofrece una resolución fácil: ¿Debería George tratar de resolver sus problemas en el hogar, o demuestra una mayor moral al salir de su fortaleza doméstica para ayudar a los más desfavorecidos?

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