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"Enemigos públicos", un Michael Mann a las puertas de la excelencia

EFE

El director de algunas de las piezas más sólidas del último cine de gran estudio, Michael Mann, afronta en "Enemigos públicos" la legendaria figura de John Dillinger y, pese a la colaboración de un reparto con Johnny Depp, Christian Bale y Marion Cotillard, desfallece a pocos metros de la victoria.

Mann, experto en envolver de un halo majestuoso a todo su cine con las armas del gran Hollywood en títulos como "The Insider" (1999) o "Collateral" (2004), ha apostado esta vez por rodar en digital para una película que es en cambio una de sus propuestas más vetustas.

La biografía del carismático criminal de los años 30 John Dillinger, capaz de convertir en delicatessen el robo de un banco, partía con dificultades. ¿Qué decir nuevo de ese Estados Unidos deprimido, infecto pero aun así elegante? ¿No fue mostrada ya la primera gran decepción capitalista en numerosas y célebres ocasiones?

Las buenas fórmulas, no obstante, siguen funcionando y si bien "Enemigos públicos" no parece capaz de resultar memorable, se sitúa como la primera buena película de Hollywood en 2009, con permiso de "Up". Teniendo en cuenta que este año optarán al Oscar a la mejor película hasta diez títulos, no es demasiado osado decir que su plaza entre los finalistas está casi asegurada.

Hoy en día, la gesta "dillingeriana" de un Robin Hood con ametralladora tiene las papeletas para resultar especialmente bien acogida, pero es justo ese no tan logrado magnetismo del personaje, espléndidamente interpretado por Johnny Depp, lo que paraliza a estos "Enemigos públicos" en su consecución de la excelencia.

Las bajas temperaturas emocionales por las que apuesta Mann se sitúan en la frontera entre el retrato intelectual, vocacionalmente distante y matizado del ídolo de masas, y el cine de épica diluida en la perfección formal y la reconstrucción exquisita de su época. No queda clara la postura de su director al respecto.

Por otra parte, aunque "Enemigos públicos" juega con la idea de que son más sólidos los principios de los vándalos que los de aquellos que están del lado de la ley, la película evita idolatrar al delincuente como hiciera "Bonnie and Clyde" y no quiere ni oír hablar de justicia poética.

Su discurso es más sociológico que psicológico, pero por eso desconcierta que la película alcance sus mejores momentos cuando es iluminada por la ductilidad interpretativa de Marion Cotillard, que acerca al Dillinger más humano, más vulnerable y más imperfecto. A la emoción más directa, en definitiva.

El resto del filme está marcado por el impecable sentido de la acción que despliega el director de "Heat" (1995), por diálogos que se mueven entre lo correcto y lo excelente y por un careo no del todo equilibrado con Christian Bale, en el papel del gato un poco manazas que persigue al hábil y criminal ratón.

La irregularidad del conjunto, que no había tenido problemas en mantener el interés del espectador, sí pasa factura en el desenlace: esa legendaria muerte a la salida del cine tras proyectarse, precisamente, "El enemigo público número 1" (1934).

Es entonces cuando queda patente que "Enemigos públicos" no ha dado con ese milagro del gran cine que es llevar a su público hacia un desenlace consabido pero aun así tenso como si fuera imprevisible. Y ahí estaba el pasaporte a la verdadera genialidad.

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