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"Una gira es como el viaje de fin de curso de unos adolescentes mamones"

El cantante y guitarrista de 'Love of Lesbian' ofrece su visión personal de las giras

SANTI BALMES

No sé qué opinar sobre una gira. Por un lado tienes el tedio absoluto, y cuando digo absoluto es que es así. Uno espera: en aeropuertos, en estaciones, en hoteles a horas intempestivas, en camerinos. Un músico se convierte en un caballero Jedai del 'Espere Ilustrado'.

Unos lo llevan como pueden, y otros, por eso de rellenar el tiempo, acaban fatal, con barba de náufrago y ahogando sus 'esperamientos' en mares de cosas que no son agua. Otros leen. En una furgoneta puedes pasar de una novela de Céline, a, media hora después, pillarte el Cuore para observar un bonito catálogo de celulitis.

Ah, y rajar de quien no esté. De la misma manera, sabes que cuando no estás, tus compañeros te están sacando las entrañas. Pero es saludable. Cultivas la ironía, el sarcasmo, el cinismo y en otras pasamos, directamente, a la crueldad. A tirar con bala. Eso curte y clama venganza. Todo, eso sí, buscando que la audiencia de la furgoneta se ponga de tu lado, fundamental en el despelleje. Luego sales de la furgoneta, y todo te parece liviano.

Las críticas más feroces hacia la banda siempre han salido de la propia banda, aunque, como en toda familia o 'Cosa Nostra', se hace frente común ante críticas ajenas. Supongo que eso te hace fuerte. Es como haber pasado la infancia con los quinquis del barrio. Luego entras en una oficina y piensas 'Pan comido'.

Dejémonos de trascendentalidades. Claro que pretendes transmitir, emocionar, erizar el vello con tus canciones. Pero hablamos de una gira. Y una gira es la guerra. Una guerra agradable, como el viaje de fin de curso de un instituto de mamones. Eso es una banda de música. Una pandilla de mamones de instituto que se juntaron al acabar Bachillerato, lo mejorcito de cada familia, los de la fila de atrás de los autocares.

Unos mamones que pretenden seguir siéndolo hasta llegar a ser una pandilla de ancianos que hacen el mamón en un asilo, destornillando tacatacas o cambiando el suero por yo que sé. Es decir, pasar la vida huyendo de no sabes muy bien qué, siempre en tránsito, mamoneando, mamando. Todo lo que empiece con 'mam'. También se acepta el calificativo de 'mamotreto'. Debe ser que nos da pánico la seriedad continuada que exige una vida apacible y ordenada.

Si hay dos noches seguidas de concierto, en la primera la lías. En la segunda estás tan reventado que te arrepientes de haber salido la primera, como un chucho al que le han soltado la cuerda y ha apretado a correr a campo través, a mear por los árboles y oler pis ajeno (eso último es bastante fácil de hacer en según qué salas). Si son tres noches, estás metido en un problema.

Tienes que controlarte. ¿Cómo se hacía eso? Ah, claro, largándote rápido al hotel. Claro, como si fuera tan fácil. Primero, porque no tienes ni idea de dónde está, y segundo, porque no sabes si te quieres largar. Llevo tiempo pensando en alquilar a un asesor espiritual.

Un tipo que dé la vara en la furgoneta con la Biblia, o libros de Pablo Coelho, que para el caso es lo mismo. Que te diga: 'Vales mucho, hay un diamante dentro de ti, escarba en tu interior, aprovecha el tiempo, no cedas a las mundanas tentaciones. El poder de Cristo te obliga'. Claro, claro. Como me dijo alguien de la banda hace muy poco: 'Yo no inventé las reglas de esto'.

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