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Hasta la próxima

La guerra entre Rajoy y Aguirre beneficia de rebote a Rodrigo Rato

GONZALO LÓPEZ ALBA

Tiene el periodismo político acuñados dos titulares de molde: 'X toma las riendas' y 'X llama al orden'. Ambos expresan la expectativa incierta para el sujeto de revertir estados de situación negativos.

Siendo X el líder de turno, los dos llevan implícita la imagen de debilidad: en el primer modelo, porque la descoordinación interna obliga al líder a asumir la responsabilidad de la que se deduce que había hecho dejación; y en el segundo, porque el desbarajuste alcanza tal magnitud que es indicativo de la pérdida de autoridad de quien ha de desgañitarse para hacerse escuchar.

Siendo gestos dirigidos básicamente a la opinión pública y a la tripulación que sólo ve de lejos el puente de mando, su efecto suele durar lo que el eco del 'golpe de autoridad' otro clásico, que se reduce de forma directamente proporcional a la anticipación del movimiento, al anular el factor sorpresa. Eso ha ocurrido en el PP esta semana.

El resultado de la reunión del Comité Ejecutivo del PP en la que Mariano Rajoy escenificó el martes este socorrido sortilegio político-mediático se resume, a juicio de buenos conocedores de los entresijos del partido, en tres palabras: 'Hasta la próxima'.

Aunque los marianistas se proclamaban al día siguiente victoriosos, lo único que parece claro es que Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón han vuelto a hacer tablas en su particular partida de ajedrez y ambos han quedado neutralizados en sus aspiraciones de liderazgo nacional. De momento, porque los dos han demostrado ya sobradamente que no se les puede dar por muertos ni cuando se ha cerrado sobre ellos la tapa del ataúd.

Rato logra con Caja Madrid ser su propio jefe y volver al escaparate político. Es evidente que quiere mandar

En medio del aquelarre, cuidando con esmero la apariencia de que sólo pasaba por allí, ha vuelto a situarse en el escaparate político Rodrigo Rato, que sin desgaste alguno acrecienta su capital en el PP como único punto de encuentro entre Rajoy y Aguirre. Después de su espantada del Fondo Monetario Internacional, de la que no se conoce una justificación cabal, su candidatura para presidir Caja Madrid es prueba irrefutable de que el veneno de la política española sigue corriendo por sus venas y de que su estancia en Washington sirvió a la sumo de ansiolítico, nunca de antídoto.

No cabe deducir de esto que el movimiento de Rato responda a un meditado plan para utilizar la cuarta entidad financiera de España como plataforma para volver a situarse en la poole position por si Rajoy pierde por tercera vez la carrera hacia la Moncloa o la escudería azul decide cambiar de piloto antes de 2012. Pero es síntoma evidente de que quien fue portavoz parlamentario y vicepresidente económico de José María Aznar quiere volver a mandar. Ni entonces, ni después en el FMI, ni ahora en sus varios empleos, era su propio jefe. Sí lo será una vez investido presidente de Caja Madrid y no será poco lo que podrá mandar. De su decisión dependerá que algunos medios de comunicación o empresarios dispongan de liquidez para afrontar sus deudas o que el grifo se abra o cierre para unos u otros ayuntamientos de la Comunidad de Madrid.

Zapatero le dio su níhil óbstat en la creencia de que pasó su tiempo para disputarle la Presidencia

A sus 60 años y con su trayectoria, es seguro que el mono de la política no es tan fuerte como para que Rato tenga la menor intención de partirse la cara con Rajoy, Aguirre, Gallardón o quien sea para liderar el PP, aunque el resultado fuera poder resarcirse de la mezquina venganza que se tomó José María Aznar negándole la sucesión por tener talento y autonomía. Pero que no lo busque directamente no es incompatible con que se haya procurado un destino en el que puedan encontrarle si le buscan.

Cree la cúpula del PSOE que a Rato ya se le ha pasado el arroz para aspirar a la Presidencia del Gobierno y eso es lo que, probablemente, justifica el níhil óbstat de José Luis Rodríguez Zapatero, en contraste con el veto puesto a Ignacio González con el argumento de que el vicepresidente de la Comunidad de Madrid sería un político metido a financiero, la matriz que se rompió cuando nació Rodrigo Rato. Si, por poner un ejemplo, Manuel Pizarro es un financiero metido a político, Rato es el paradigma de lo contrario.

La teoría de que el poder se ejerce generacionalmente, ampliamente demostrada, abona la tesis de que el tiempo de Rato pasó y que, gane o pierda Rajoy, será una generación distinta la que asuma el poder en el PP. Pero no habría que descartar que, después de tanto presidente cuarentañero todos los de la democracia, salvo Leopoldo Calvo-Sotelo, los españoles decidan que el sucesor de Zapatero debe ser un senior. El envejecimiento demográfico juega a favor de esta posibilidad. De momento, a Rato le son propicios los hados.

Ya en marzo, Esperanza Aguirreno sin previa consulta con el interesado propuso su nombre a Rajoy para presidir Caja Madrid. Entonces Rajoy respondió con el silencio, del que Aguirre dedujo que Rato no era de su agrado. A resultas de ello, mediado el año encomendó a Ignacio González la negociación de un pacto con la oposición política y los sindicatos. Habiendo logrado un acuerdo sobre el reparto de cargos, el descarte de Rato le situó a él mismo como candidato. Coincidió que se sintió Rajoy apremiado a hacer una demostración de autoridad frente a la rebelde Aguirre. Y hete aquí que ha sido el impredecible desarrollo de las escaramuzas que se suceden en la guerra genovesa y no otra cosa lo que finalmente llevará a Rato a donde quería. Puesto que la guerra continúa, no cabe descartar que la conjunción de acontecimientos no vuelva a favorecer a Rato. El éxito está reservado a los que, con más o menos talento, tienen además la estrella de la suerte.

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