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"Nuestro hijo ha desaparecido; creemos que ha intentado huir"

El éxodo masivo de alemanes del este a través de países terceros en verano y otoño de 1989 precipitó el fin de la RDA

THILO SCHÄFER

En diciembre de 1988 tuve la primera noción de que algo raro estaba pasando en la República Democrática Alemana. En un hotel en las afueras de Praga, capital de la Checoslovaquia comunista, un grupo de cuatro adolescentes alemanes del oeste en viaje turístico-festivo escuchamos en una emisora de la Alemania oriental a Erich Honecker, jefe de Estado de la RDA, hablar sobre los preparativos del 40 aniversario del país que se iba a celebrar el año siguiente. Al terminar el espeso discurso, sonó L.A. is my Lady de Frank Sinatra. Entre el asombro y las risas casi se nos atragantó la Pilsener. Subrayar el relato de los logros del socialismo real con la oda a una de las ciudades iconos del capitalismo parecía una fina ironía por parte del programador de aquella radio.

Tres días más tarde, en Nochevieja, conocimos a un grupo de cuatro alemanes del este. No entendían por qué habíamos elegido el mismo destino turístico que ellos para pasar el fin de año. 'Pero si vosotros podéis viajar a París o Londres o Nueva York', decían incrédulos. Soñaban con conocer los Campos Elíseos, Hollywood o la vida nocturna londinense. Por ahora, Praga era la mejor alternativa a la RDA, donde se respiraba un ambiente bastante más represivo. Frank Grünwald y sus tres amigos de Leipzig no se imaginaban que faltaba menos de un año para la caída del Muro de Berlín y el fin del encierro de 16 millones de personas.

En la Nochevieja de 1988, Frank sólo podía soñar con conocer París o LA

Cuando el vetusto reloj astronómico en el centro de Praga tocaba las doce, los ocho alemanes formamos un círculo con varios checos para celebrar el año nuevo. Ellos empezaron a tararear el himno europeo: no la Oda a la Alegría de Beethoven, sino la sintonía de Eurovisión. Muchos hogares de la RDA podían recibir la televisión occidental y las imágenes sugerían un mundo de luces y abundancia que fomentaba los deseos de irse a la otra parte. A final de la noche, nos pasamos nuestras direcciones postales. Teníamos curiosidad por ver Leipzig y conocer la vida real en la otra Alemania que nuestros medios pintaban en colores oscuros. Sin embargo, para los nuevos amigos del este una visita a Düsseldorf, por entonces, seguía siendo un sueño.

Nueve meses después me llegó una carta sellada en Leipzig. 'Estimado Señor Schäfer. Disculpe que me dirija a usted sin conocerle. Nuestro hijo Frank hadesaparecido y estamos muy preocupados. Hemos encontrado su dirección entre sus papeles. Sospechamos que ha intentado huir al oeste y quizás se dirigirá a usted. Por favor, díganle que se ponga en contacto con nosotros, que estamos desesperados'.

El padre de Frank, al igual que todos los alemanes, había visto las imágenes de centenares de ciudadanos de la RDA que escaparon al socialismo real por un agujero en la frontera entre Hungría y Austria en verano. El telón de acero estaba cada vez más poroso. La última víctima mortal del llamado 'muro de defensa antifascista' se había producido el 6 de febrero del mismo año, cuando los guardias fronterizos de la RDA mataron a un joven.

Los refugiados «han pisoteado nuestros valores», dijo Erich Honecker

La apertura del régimen en Hungría ofrecía a decenas de miles de alemanes orientales una vía de escape segura. Los soldados húngaros simplemente miraban para el otro lado cuando familias enteras de alemanes se escabullían entre los huecos de la valla de alambre que separaba los dos bloques. Mientras, miles de alemanes orientales se refugiaron en la Embajada de la RFA en Praga para exigir su salida al oeste, que consiguieron a los pocos días de la caída del Muro.

Los líderes de la RDA respondieron al éxodo masivo con un aumento considerable de los permisos para salir del país. Calcularon que de esta forma se librarían de los descontentos y los críticos, gente 'que ha pisoteado nuestros valores y se ha autoexcluido de nuestra sociedad', según dijo Honecker. Pero una vez más, el Comité Central estaba equivocado. La inmensa mayoría de los que se iban lo hacían en búsqueda de una vida mejor. Aquellos que luchaban por reformar la RDA desde dentro se quedaron.

'Por favor, díganle a Frank que las cosas están cambiando rápido aquí', seguía la carta del señor Grünwald. 'Las protestas en la calle meten mucha presión al Gobierno y se dice que pronto podrían permitirnos viajar'.

La fuga masiva de ciudadanos y las manifestaciones cada vez más multitudinarias en la RDA, finalmente, dejaron al Gobierno sin otra opción que abrir todas las fronteras sin condiciones en aquella noche histórica del 9 de noviembre de 1989.

Un mes después de esos eventos recibí otra carta. El señor Grünwald contaba que Frank les había llamado hacía unas semanas. Vivía en un pueblo del sur de la RFA donde había encontrado trabajo. Pronto visitaría a su familia en Leipzig.

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