China ha puesto la locomotora a enfriar, visto el peligro de que explote después de tres décadas avanzando a toda máquina. Los resultados ya empiezan a notarse: el Buró Nacional de Estadística (BNE) ha anunciado que el PIB del gigante asiático creció un 9,1% en el tercer trimestre, la tasa más baja de los últimos dos años. El objetivo ahora es seguir creciendo, pero de una forma más equilibrada y menos dependiente del exterior.

Para ello, China ha optado por estimular el consumo interno, además de elevar los tipos de interés (cinco veces este año) e incrementar el ratio de reservas bancarias (nueve veces) con el fin de contener tanto la inflación como la orgía crediticia de sus administraciones públicas.

Aunque la desaceleración china es premeditada, eso no significa que los resultados estén bajo control. China se enfrenta a dos peligros: la posibilidad de que Occidente entre en una nueva recesión y azote sus ya afectadas exportaciones, y el colapso de su burbuja inmobiliaria.

Además, el país se quedará a partir del mes que viene sin la amplia red de seguridad que Pekín tejió tras la caída de Lehman Brothers, y habrá que esperar a ver cómo se desenvuelve la segunda economía mundial en un entorno que el propio BNE ha calificado de 'incluso más complicado a nivel interno y externo' que la última crisis financiera.

'No debemos olvidar que en noviembre de 2008, China lanzó un paquete de estímulo [586.000 millones de dólares] a tres años que terminará ahora. La economía ha tenido ese paraguas todo este tiempo', ha asegurado a Público Rosealea Yao, analista jefe de la consultora Dragonomics. 'Se han lanzado muchos créditos para sostener el crecimiento y [el mal uso de ellos] ha disparado la inflación y la burbuja inmobiliaria. Ya a inicios de este año el Gobierno abordó un cambio de modelo basado en un crecimiento menor pero más sostenible. Es un cambio doloroso pero necesario', añade.