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Un río del color del cielo

Minerales volcánicos pintan de azul intenso el agua del río Celeste de Costa Rica.

NANCY DE LEMOS

Cuenta la leyenda que tras acabar de pintar el cielo Dios lavó sus pinceles en este río, pero en realidad el río Celeste, en el norte de Costa Rica, no debe su nombre a ninguna generosidad metafórica. Su incomparable azul, del mismo tono que el firmamento, sale directamente de las entrañas del Volcán Tenorio, enclavado en el Parque Nacional del mismo nombre, que es sin duda una de las joyas naturales mejor guardadas de Costa Rica.

La combinación de sílice coloidal, sulfato de cobre, carbonato de calcio y azufre da como resultado un río que arranca expresiones de asombro a los cerca de 20.000 visitantes que recibe cada año.

El paseo por Río Celeste -un paraje situado a unos 200 kilómetros al noroeste de San José- consiste en una caminata de 6,5 kilómetros en medio de la montaña, en la que el visitante puede disfrutar no sólo del azul eléctrico de las aguas, sino de puntos estratégicos para entender la dinámica geológica de la zona.

El Tenorio es un volcán de tres cráteres cuya última erupción se produjo hace 4.000 años, pero que mantiene una gran actividad en sus faldas.

La ebullición es más que evidente en diversos puntos del sendero, no sólo por el olor a azufre y otros minerales, sino también por la aparición espontánea de burbujas con gases volcánicos en las que parecieran ser tranquilas pozas del río.

Dos ríos arrastran diversos minerales que, al unirse, producen una reacción química que tiñe de celeste
el agua.

Borbollones es el nombre de uno de los puntos de observación de este fenómeno, donde las azules aguas parecen a veces hervir desde el fondo, pero en realidad no llegan a una temperatura alta.

A unos metros de ese lugar, los turistas pueden ser testigos de una de las creaciones más caprichosas de la naturaleza: la unión de dos ríos que arrastran minerales específicos y que al unirse producen una reacción química que tiñe de celeste el agua. Es el cruce de los ríos Agrio y Buenavista, en medio de un majestuoso bosque tropical.

Los Teñideros, como se conoce a este sitio, es el lugar donde ocurre la magia para que un trozo de cielo se transforme en agua en medio del bosque.

Pero la caminata ofrece mucho más. Después de una bajada de 700 metros de empinados escalones labrados en la ladera de una colina, se presenta a la vista la famosa catarata de Río Celeste, una caída de agua de 30 metros, rodeada de verde y que acaba en una poza azul de 16 metros de profundidad salpicada de rocas.

Aunque no está permitido nadar en esta poza, la belleza escénica del lugar es más que suficiente motivación para bajar y volver a subir la empinada colina, en la que flota el olor a azufre y otros componentes del suelo volcánico.

Tras al menos dos horas de caminata por la montaña -en la que, con un poco de suerte, se podrán escuchar y ver ardillas, lagartijas, pizotes, arañas tigre, guatusas, dantas, monos araña, aulladores, carablancas y otros animales propios de los bosques lluviosos- se llega a una zona de aguas termales.

Para el viajero cansado la combinación mineral de estas aguas es ideal pues parte del río es fresco y hasta frío, mientras que en la orilla, por salidas directas de las rocas, emana agua caliente.Grandes piedras forman pozas donde disfrutar tranquilamente de las corrientes frías y cálidas al mismo tiempo.

La mayoría de quienes visitan este Parque Nacional de 18.402 hectáreas son extranjeros, especialmente franceses, estadounidenses y canadienses, aunque Río Celeste es un lugar de leyenda para los costarricenses. Los vecinos de la zona parecen no querer alterar el carácter celestial de la zona. Los hoteles cercanos son pequeños y de estilo ecológico, como por respeto al lugar en el que Dios limpiaba sus pinceles.


Instituto Costarricense de Turismo
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