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Senderismo global made in Galicia

Veo muchos peregrinos de muchos sitios, de muchas formas: familia, amigos, mayores, parejas

ANA REQUENA AGUILAR

Camino hacia Santiago de Compostela mirando al cielo de reojo, tiene pinta de llover. Después del calor del sur, agradezco este fresco que pide manga larga. Además, me parece que esta ciudad es mucho más bonita así, con su niebla y su gris y sus chubasqueros. A punto de entrar en la ciudad conozco a Coco, un viejuno muy majo que dice llamarse así y ser navarro. Esta es la quinta vez que hace el Camino de Santiago y tiene intención de repetir. 'Siempre lo he hecho solo porque me gusta caminar y pensar en mis cosas y porque lo tomo como una experiencia casi espiritual que me apetece vivir en soledad', me cuenta.

Veo muchos peregrinos, de muchos sitios, de muchas formas: familias, grupos de amigos, gente sola, parejas, mayores, jóvenes, adolescentes... Cargan con sus mochilas y con el cansancio acumulado, aunque eso de estar ya en Santiago les ilumina la cara. Empieza a llover y la gente aprieta el paso.

En el kilómetro cero, en medio de la plaza del Obradoiro, me encuentro a Bea, Tamara y Juanlu, tres amigos de Alicante que hoy terminan su particular Camino de Santiago. Están contentos y sonríen mientras miran para la catedral. Salieron de Ponferrada hace diez días y ahora que han vivido la experiencia se arrepienten de no haber empezado el recorrido antes: 'Ha sido alucinante', dicen los tres. Van cargados con sus mochilas, sacos de dormir y aislantes. Unas buenas botas de montaña han evitado que sus pies sufrieran mucho y apenas han tenido ampollas. 'A mí ayer me salió una que sí me ha molestado, pero bueno, ha sido ya al final', dice Bea.

Antes de empezar el Camino, los tres salían a andar todos los domingos para prepararse, pero al parecer no hay punto de comparación, en el Camino se aguanta lo que sea. 'Cuando un domingo andaba 20 kilómetros acababa que me moría, pero aquí he aguantado eso y más, se hace más agradable, más fácil', cuenta Bea. 'El Camino es el que de verdad te va preparando', piensa Juanlu. Los tres hablan apresurados, se les nota la alegría de haber llegado a su destino y no paran de abrazarse y hacerse fotos.

'Conoces a muchísima gente de todo tipo, no importa que uno de nosotros se quedara atrás porque siempre estaba con alguien que habíamos conocido', explican. La verdad es que cuentan historias de todo tipo, que si un matrimonio canadiense que viene todos los años a hacer el Camino, que si un belga con ganas de encontrarse a sí mismo, que si unos tipos que venían andando desde Roma...

Llega la hora de la misa del peregrino, pero ellos irán mañana, 'así ya dicen nuestros nombres'. Y es que cada día, se nombra en la misa la procedencia de los peregrinos que llegan a Santiago: 'Dos personas de no sé dónde, cinco de más allá'.

Acompaño a Bea, Tamara y Juanlu a la oficina del peregrino para recoger su Compostelana, el documento que acredita que han hecho el Camino, que se da a todo peregrino que presente los sellos de todos los lugares por donde ha pasado. A pocos metros de la puerta, Juanlu reconoce a lo lejos a un amigo 'del Camino' y los tres corren alborotados para saludarle y reunirse con él. Me voy yo a cotillear por la oficina y veo que hay una cola enorme para recoger la Compostelana. Tres amigas bajan contentas pero cansadísimas: 'Ay qué bien, qué felicidad, ahora nos vamos corriendo a descansar'.

Por la noche, quedo con mi querida Patri Smith, que pasa el verano en Santiago. Me lleva a beber Estrella Galicia y a comer una empanada de atún riquísima. Y tarta de Santiago, claro. En el bar al que vamos veo las paredes de piedra llenas de céntimos de euro. Hay hasta un billete de cinco euros con algo escrito, pero en lo alto, a buen recaudo. Me dice la Smith que es una tradición de aquí, que la gente lo pone y pide un deseo. Llega al bar un hombre vestido de peregrino, con su capa y su sombrero, y Patri Smith me chiva que es un tipo que siempre viste así y que vive de contar historias a los turistas. Ah, y que debajo de su sombrero tiene una legión de piojos, algo que Patri Smith hubiera preferido no averiguar nunca.

 

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