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Últimos retoques en el Reina Sofía

El director del museo, Manuel Borja-Villel, abre las puertas a este periódico de las salas que muestranla nueva visión de la colección permanente, que se ofrecen al público desde el próximo 28 de mayo

PEIO H. RIAÑO

A un mes vista para la apertura definitiva de las casi 40 salas dedicadas a recoger la selección de la colección del Museo Nacional Centro Nacional Reina Sofía (MNCARS), un equipo de 15 personas ultima los detalles del espacio en la cuarta planta del edificio Sabatini, dedicado a mostrar el arte español de los años 50 y su relación con el ámbito internacional.

Mientras se acondiciona la sala en el Nouvel donde irá toda la batalla de obras que resume las tendencias artísticas desde los 70 hasta nuestros días, el director del museo, Manuel Borja-Villel, guía a Público por los contenidos de estas salas que estarán listas para el público, asegura, el próximo 28 de mayo.

Nos recibe cargado de grandes esperanzas y titulares para su visión de cómo debe mostrarse la historia del arte: 'Esto deja al Reina Sofía a la altura de los grandes. Con la nueva distribución, no tenemos nada que envidiar a la Tate'. Las razones de este salto cualitativo, según el director, se deben a la inversión en obra nueva, de la cual no se atreve a dar una cifra exacta de las obras que aparecen en el recorrido, pero sí aproximada: 'La mayoría'.

El aprovechamiento de los recursos es la otra razón de la progresión: 'Es como si a un deportista que tiene músculos preparados para un ejercicio aeróbico le pides un esfuerzo anaeróbico', resume. Aclara que con la colección del Reina Sofía que se ha encontrado, y que le ha dado tiempo a mejorar, es preferible hacer sprints o, como a él le gusta llamar, 'micronarraciones', por lo breve e intenso del relato desarrollado en las estancias.

La trayectoria de Borja-Villel advertía de que la división de esta colección partiría de un no a la fecha caprichosa y excluyente: 'Las barreras en el arte son imposibles, porque todo fluye', dice. Así como la memoria no es lineal, la historia del arte tampoco debería ordenarse por fechas o géneros. Así como los grandes museos nacieron a finales del siglo XVIII con enormes galerías en sus tripas que lograban la sensación de profundidad cronológica, los nuevos museos están llamados a compartimentarse más y más, a llenarse de pequeñas estancias en las que alojar breves narraciones donde se aclaren los contactos entre disciplinas como la danza y la pintura o el cine y la escultura o la fotografía. Es el caso del apartado presidido por Los pájaros muertos (1912), de Pica-sso, a la que acompañan la película de Buster Keaton Una semana (1920), y unas máscaras y esculturas primitivas para aunar el espíritu cubista en el arranque de las vanguardias.

'Hacemos un museo desde la actualidad', dice Borja-Villel al pasar entre los plásticos que acompañan a los montadores que trabajan en la cuarta planta. El director del Reina Sofía se refiere a la posibilidad de revisar el pasado con la libertad de unir, tramar y enlazar movimientos, artistas y géneros hasta dejarlo todo atado y bien atado, en una visión que se escape de la lectura tradicional de la historia del arte. La historia del arte como 'un globo que cuanto más se hincha, más cosas entran y más dudas genera', explica. Sin embargo, la nueva narración abre todos esos debates y dudas, al tiempo que cierra inmediatamente cualquier conjetura.

Así, ha decidido colocar en dos de las primeras salas contiguas de la cuarta planta los experimentos del surrealismo de Dau al Set, el primer Saura y las experiencias plásticas que se vieron en las bienales de Venecia de 1953 y 1958, todas ellas obras claves de la transición del surrealismo de posguerra hacia el informalismo. Y pared con pared, 'el anacronismo constante en el arte español: la vuelta al orden realista y académico una y otra vez'. Borja-Villel se refiere a las obras de Antonio López y Carmen Laffón, junto a otros ejemplos figurativos, que se reúnen en esta pequeña sala y que tanto contrasta con las principales líneas de creación internacional.

Otra demostración de disparidad que ha montado en el recorrido por estos urgentes años 50 en los que sucede la construcción de la modernidad y su propia imposibilidad, con Artaud como el corazón intelectual de tanto desconcierto, es el encuentro de las experiencias de posguerra de Bacon, del primer Tàpies, Esteban Vicente y José Guerrero en Norteamérica, y Rothko, con el neorrealismo fotográfico español, capitaneado por Francesc Català-Roca y Ramón Masats, entre otros.

Esta sala es una de las grandes apuestas por la fotografía y el cine, porque se incluye una proyección de El pisito, la película de Berlanga y Azcona y uno de los grandes aciertos, gracias a un impresionante mural fotográfico con las imágenes de Català-Roca (aunque no se hayan respetado las estrictas normas para colgar las copias de sus obras que el fotógrafo dejó).

Si Stéphane Mallarmé figura como el guía de los movimientos artísticos de las vanguardias, en la planta segunda, con la llegada de los años 50 y el desengaño social tras la Segunda Guerra Mundial serán las palabras del ensayista, poeta, dramaturgo y novelista Antonin Artaud las que respiren en la cuarta planta del Reina Sofía. 'Con Artaud, el lenguaje por sí solo puede cambiarlo todo. Es la entrada de lo existencial, la llegada del otro, el gran desplazado y la piel', resume Manuel Borja-Villel, que para los dos está preparando un espacio especial.

Lo cierto es que el Feng Shui que está aplicando el nuevo director a los viejos espacios le resta la solera hospitalaria que arrastra el edificio y sus entrañas. Más luz natural, menos rodapié, más arquitectura, más blanco, menos confuso 'Aquí voy a abrir otra ventana', dice Borja-Villel en la sala que precede a un espacio oscuro dedicado a varias proyecciones de una incorporación hipnótica e insólita, la del iluminado director de cine experimental José Val del Omar.

La visita en este piso se remata con varios momentos insignes: Jorge Oteiza y una sala entera dedicada al escultor con piezas históricas de época, para el que el director también se deshace en halagos: 'Si hubiera nacido en EEUU'. Una sala reina con Saura, Tàpies, Millares, gigantes, descomunales, imponentes y cercanos, y un final con despedida de Miró y Picasso, en referencia al inevitable cambio de paradigma: 'Después de Pica-sso, ya no se puede volver a pintar como antes'.

Polémico e insólito

En la planta cuarta, se recogen los años 50 y es aquí donde de una manera más evidente aclara el discurso: todas las partes se corresponden entre sí y cada una con el todo para lograr una narración de los acontecimientos artísticos al margen del manual académico. El encadenamiento sucesivo de leyendas subordinadas unas a otras, que hablan del triunfo de la modernidad por todo lo grande (los lienzos de Saura, Millares o Tàpies) y del final de la misma (con los de Joan Miró y Pablo Picasso) a lo largo de las experiencias de posguerra, darán que hablar incluso entre alguno de los artistas vivos hoy en día que figuran en estas salas del museo Reina Sofía.¿Estará de acuerdo Antonio López en que se le considere un ejemplo anacrónico de la vuelta constante a lo académico de la pintura española?

Reivindicar a Oteiza 

El escultor vasco fue uno de los grandes artistas españoles reconocidos en el contexto internacional, junto a los también aquí representados Palazuelo, Arroyo, Esteban Vicente o José Guerrero.  Según Manuel Borja-Villel, el caso de Oteiza es único: “Ni es realismo, ni es informalismo, Oteiza está próximo al constructivismo” y, por lo tanto, en una trayectoria muy avanzada a cualquiera de las corrientes plásticas que sucedían entonces en nuestras fronteras. El director del museo asegura que las piezas que acompañan esta visión detallada de su trabajo son excepcionales y han llegado gracias a la política de préstamos con otras instituciones que han reforzado la colección.
Oteiza es uno de los artistas que, como asegura, dan “entidad, intención e identidad” a este nuevo planteamiento de colección.

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