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Las siete vidas de la fotografia

El hallazgo del archivo de un fotógrafo amateur, Vicente Nieto Canedo, desvela imágenes de la Guerra Civil y participa en la labor colectiva por la memoria histórica

ESTER CATOIRA

A partir de 1955, el nombre del fotógrafo aparecía en todas partes. Había ganado premios, participado en exposiciones colectivas y firmado numerosos artículos del boletín mensual para los socios con el que la Real Sociedad Fotográfica (RSF) daba cuenta puntual de sus actividades. En 1963, sin embargo, desapareció sin dejar rastro. Al final, Francisco Vicent Galdón, miembro de la Asociación Nacional e Internacional de Críticos de Arte, decidió llamarle por teléfono. Le pidió ver sus fotografías. Quedaron. Y al final le dijo: 'Oye, ¿por qué no hacemos una exposición?'.

La realizada en 2002 en la Agrupación Fotográfica de Guadalajara a iniciativa de Galdón fue la primera individual de Vicente Nieto Canedo, el más veterano de una estirpe de fotógrafos amateur que germinó al calor de la RSF de Madrid a mediados de los años cincuenta del siglo pasado. Su última exposición la cuarta, después de que la RSF se decidiera por fin a saldar la deuda contraída con su legado en 2005 y 2006 tuvo lugar el pasado mes de febrero en Ponferrada, su ciudad natal, organizada por el Instituto de Estudios Bercianos en colaboración con Pedro Taracena, Vicente Tofiño ambos miembros de la RSF y Marcos López. Vicente estaba exultante: '¡El orgullo que siento al haber hecho una exposición en mi tierra, a los 96 años!'. Nacido en 1913 en el número 14 de la Plaza de la Encina, donde su padre tenía un estanco, hacía más de cinco décadas que no pisaba sus calles.

'Los documentos de la Guerra Civil lo tenían todo en su contra'

Con 15 años viajó a Madrid, donde se instaló en casa de su hermana mayor y su cuñado. Una visita furtiva a los almacenes Sepu se saldó con la adquisición, por la pequeña fortuna de 13 pesetas, de una Kodak Baby Brownie de baquelita que tenía por visor un minúsculo recuadro de hojalata. Fue ella quien le acompañó, años más tarde, a la retaguardia durante la Guerra Civil. Él era taquígrafo. En Santa María de la Alameda, a 71 kilómetros de Madrid, la modesta Brownie se convirtió en su orgullo y en la principal atracción de sus compañeros de brigada. Su sobrina era la encargada de hacer de enlace entre la zona y la capital, consiguiendo, quién sabe cómo en esa época de escasez, copias que se repartían entre ellos como los triunfos de una baraja.

Que su archivo de negativos se conserve es un milagro. Como apunta el fotógrafo Valentín Vallhonrat, los documentos de esa época 'lo tenían todo en su contra: la sensibilidad social, cultural, económica y en la posguerra, sobre todo, la sensibilidad política'. Vallhonrat conoce bien el tema. Junto a Rafael Levenfeld lleva años esforzándose en la recuperación de diferentes colecciones y legados, reunidos en el Fondo Fotográfico de la Universidad de Navarra inaugurado en 1990 como Legado Ortiz-Echagüe para el que ambos ejercen como asesores técnicos.

Vicente Nieto Canedo pensaba que sus imágenes no tenían valor

Vallronrat y Levenfeld son también los responsables del rescate del archivo más impresionante de los últimos años: el del fotógrafo de prensa Luis Ramón Marín (1844-1944), cuya familia primero su mujer y después su hija conservó 18.000 negativos, 15.000 de ellos placas de cristal, sobre los cuales pudo llevarse a cabo un modélico trabajo de limpieza, recuperación, estudio y posterior análisis que volvió a poner en circulación la identidad artística y personal del fotógrafo.

Del archivo de Vicente Nieto Canedo se ocupa actualmente el fotógrafo leonés Amando Casado, a la espera de su futura custodia por parte de una institución que se encargue de su correcta conservación y catalogación. Hace unos años, Casado descubrió también, y por casualidad, la obra de otro fotógrafo amateur: Bernardo Alonso Villarejo (Bembibre, 1906-1998), un enamorado del claroscuro cuyo fondo consta de unos 3.000 negativos realizados fundamentalmente entre 1952 y 1959, ahora en manos del Instituto Leonés de Cultura.

El azar y el entusiasmo de fotógrafos o colectivos de fotógrafos ha sido, según el comisario Alejandro Castellote, 'el motor de buena parte de la recuperación del legado de fotógrafos anónimos u olvidados, sobre todo a partir de los años setenta'. Los archivos de la Guerra Civil suelen ser los más delicados. Muchos se han perdido, víctimas también ellos de los bombardeos, el miedo a las represalias o el descuido de sus herederos. Y por el escaso valor que las instituciones han dado a la fotografía. Castellote sitúa el cambio de mentalidad en los años noventa: 'Ya en los setenta se registran algunas iniciativas, pero es a finales del siglo XX y en lo que llevamos de siglo XXI, cuando el respeto por nuestro patrimonio fotográfico se ha ido haciendo más evidente'. Un cambio que él atribuye al mayor desarrollo de nuestra sociedad.

Muchas recuperaciones son iniciativas personales

'Conforme las sociedades maduran adquieren también un nivel cultural más alto, lo que conduce a valorar la propia historia y el concepto de patrimonio. El patrimonio fotográfico, en concreto, nos ofrece una narración no verbal de nosotros mismos, de cómo éramos o de cómo eran las ciudades, los escenarios en los que vivíamos', sostiene. Es decir: de cómo somos.

Desde su conciencia del enorme agujero negro que media entre el siglo XIX y los años cuarenta-cincuenta del XX, Vallhonrat no es tan optimista. 'Que nadie se haya planteado qué ha pasado con los autores indica el nivel de investigación y en parte también la sensibilidad hacia la foto que existe en España. Es decir, poca'. Según indica, 'muchas fotografías de ese periodo se han utilizado para ilustrar las descripciones de la realidad de historiadores, políticos de todo el mundo'. Su interés, en cambio, 'es recuperarla en tanto que documento fotográfico desvinculado del texto'.

El conservador del Museu Nacional dArt de Catalunya, David Balsells, advierte además del peligro de que los grandes archivos sean manipulados por sus herederos o por sus actuales propietarios: 'Con el paso del tiempo, hay quien puede sentirse tentado de cambiar los formatos, las texturas, y convertir así la imagen en otro objeto que no sea el original. La vida de la foto añade es muy intrincada'.

Tanto si se trata de un archivo iconográfico sus fondos no son arte, sino sólo documento, como los conservados en la Biblioteca Nacional o el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid como de un archivo de autor, o autores, lo más importante es la conservación de los negativos, siempre bajo la amenaza del cubo de la basura. 'Gracias a la conservación es posible la consulta. Luego, con el tiempo, lo natural es desarrollar una política que haga visible su contenido', señala Alejandro Castellote.

Las fotos ofrecen una narración no verbal de nosotros mismos

El proceso tiene en sí múltiples niveles, todos válidos. Cada recuperación es crucial: 'Una pequeña exposición, el rescate de un proyecto por parte de una agrupación, la escritura de un artículo acerca del tema es tan importante como que todo eso lo lleve a cabo un gran gestor cultural que lo ponga en un nivel de discurso enorme'. En esto Vallhonrat desconfía de la tiranía del espectáculo de masas: 'Una exposición no es la recuperación de un archivo, sino la proyección de una estructura conceptual. Para mí, lo fundamental es la recuperación funcional'. Esto es: limpiar los negativos, ordenarlos conforme a su funcionalidad original y que el archivo pueda recorrerse. Un proceso muy costoso y más aún cuando en España se nos ha acumulado tanto trabajo.

Al final, está el fotógrafo. 'El caso de Marín, por ejemplo, no supone sólo la aparición de un archivo, sino la aparición de un autor', aclara Vallhonrat. Tanto para él como para Alejandro Castellote, tan autores son los fotógrafos profesionales como los anónimos o no profesionales. Ambos comparten las mismas inquietudes: 'La formulación personal de un discurso, el esfuerzo por generar un reflejo de la realidad y la construcción de un lenguaje'. Castellote, por su parte, se declara un firme partidario de 'la fotografía privada, amateur. No sólo documenta un periodo histórico del cual no existe mucha información, sino que, al no estar sometida a intereses y sí a la memoria familiar, muestra un rostro muy distinto al de las imágenes oficiales'.

Es el caso de Vicente Nieto Canedo, quien, sin pretenderlo, da una impecable definición del espíritu del archivo: 'Yo creía que mis fotos no tenían importancia, que no valían. Y ya ves. Era cuestión de revelarlas, de recogerlas, de ponerlas juntas'.

Sus primeras fotos eran trozos de película rescatadas de la basura y reveladas al sol sobre papel sensible.
Su primera cámara fue una Kodak Baby Brownie de baquelita sin ningún tipo de ajuste: sólo permitía apretar el disparador. Al principio, ni siquiera sabía lo que era un trípode. Cuando lo necesitaba, apoyaba la cámara en el respaldo de una silla.
En marzo de 1955 ingresó en la Real Sociedad Fotográfica de Madrid al obtener el primer accésit en el primer Concurso de Noveles. Se enteró de la existencia de la Real Sociedad Fotográfica (RSF) a través de la revista ‘Arte Fotográfico’.
De 1956 a 1963 se encargó del Boletín mensual, encubriendo sus muchas colaboraciones bajo cinco o seis seudónimos.
Muchas de sus fotografías de los años cincuenta y sesenta las realizó en las excursiones organizadas por la RSF a pueblos cercanos a la capital, como Pedro Bernardo.
Fundó el colectivo La Colmena con Rafael Sanz Lobato, Sigfrido de Guzmán y Serapio Carreño, entre otros.
En 1963 abandonó definitivamente la fotografía. Hasta su exposición en 2002, su obra estuvo guardada en cajas de cartón.

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