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El futbolista que vive en un paréntesis

'Público' comparte un día con el madridista De la Red, de baja por un síncope de esfuerzo

HUGO JIMÉNEZ

Son las nueve de una fría mañana de febrero. Biberón en mano, Rubén de la Red (23 años) se dispone a ejercer de padre. Atender a Oliver, su bebé de ocho meses, es la primera tarea del día y una inmejorable terapia para sobrellevar el reposo absoluto que está obligado a guardar el jugador del Real Madrid desde el 30 de octubre, cuando se desplomó sobre el césped del Stadium Gal de Irún durante un partido de Copa. 'Me levanto más temprano que cuando voy a Valdebebas [lugar de entrenamiento del equipo blanco]. Y eso que a mí me gusta llegar pronto para desayunar tranquilamente con los compañeros', cuenta orgulloso. De la Red da el relevo a su mujer, encargada de levantarse por la noche.

Saciado el hijo, es el turno de papá: vaso de leche y tostada. Aunque los médicos no le han diseñado ninguna dieta especial, el centrocampista, consciente de los riesgos de una alimentación excesiva, se cuida. Mientras espera el diagnóstico causal de lo que en principio se describió como síncope de esfuerzo, todas sus comidas son bastante ligeras.

Oliver es el rey de la casa. Todo gira alrededor del primogénito. De la Red pasa las mañanas jugando con su pequeño en el salón. Al igual que Pumuky, duende de dibujos animados y origen del apodo con el que los más cercanos denominan al futbolista, éste se maneja entre peluches, se deshace en mimos y es un experto en el manejo del reproductor de DVD.

Pocoyó, protagonista de una famosa serie española de animación infantil, no se apea de la tele. Y De la Red no tararea el último éxito pop. Se pasa el día canturreando las canciones del Cantajuegos, un grupo cuyos vídeos arrasan en los hogares con niños pequeños. 'A Oliver le gustan, pero como todavía es muy pequeño para cantarlas, al que se le pegan es a mí'.

En casa de la familia De la Red la televisión sólo emite dibujos animados o vídeos de aprendizaje para niños. Si acaso, alguna tarde se cuela Pasapalabra, el concurso de Tele 5 que presenta Cristián Gálvez, amigo de Rubén. Y, por supuesto, todos los partidos del Real Madrid.

El único ejercicio que hace Rubén es pasear en compañía de Maggie, una bulldog francesa de tres años. Dos o tres veces al día dueño y perra dan largas caminatas por los jardines cercanos a su piso de Boadilla del Monte, municipio del noroeste de Madrid en el que viven.

De la Red no suele seguir la actualidad deportiva. No lee periódicos ni escucha la radio. Si se entera de lo que sucede es por sus compañeros, sobre todo los canteranos, con los que mantiene una excelente relación, entre otras cosas porque se preocupan de forma constante por su evolución.

Algunos días, antes de comer, De la Red realiza diferentes gestiones: bancos, compra en el supermercado o visitas concertadas con los servicios médicos del club. De regreso a casa, primero come Oliver y, una vez acostado en su cuna, comparte el almuerzo con su mujer.

El centrocampista madrileño no es muy dado a echarse la siesta. De ahí que después de comer prefiera aprovechar para sumergirse en internet. Mayoritariamente se dedica a contestar a los muchos mensajes que recibe cada semana recibe en su correo. Como es lógico, en los últimos cuatro meses abundan los ánimos. 'A través de mi página web (www.rubendelared.com) estoy en contacto con los aficionados, a los que siempre procuro contestar personalmente'.

De la Red también aprovecha para organizarse ante las muchas peticiones que le llegan invitándole a diferentes actos. Le gusta especialmente implicarse en proyectos sociales y colabora con varias ONGs. Así, entre sus proyectos inmediatos está una campaña contra la fibrosis quística (grave enfermedad degenerativa que afecta a los pulmones).

A media tarde suena el timbre de casa. Es habitual que De la Red reciba alguna visita de su gente. Familiares y amigos acuden a darle conversación y cariño. Con Oliver en brazos y la perrita a sus pies, Rubén ejerce de agradecido anfitrión.

Si hay confianza y rivalidad, De la Red enchufa la tele, enciende la Play y reta a todo el que se atreve a discutirle su maestría en los vídeojuegos de fútbol. Se calza las botas virtuales, salta al césped cibernético y maneja la pelota de mentira con idéntica soltura con la que conduce el balón auténtico sobre la hierba fresca. Regatea, pasa y te golea. Luego, descalzo, vuelve a mecer a Oliver.

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