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Los Juegos de Río: récords olímpicos, logros sociales y caos brasileño

Los primeros Juegos de Sudámerica han superado la barrera del deporte para dar voz a las minorías. Las mujeres han reivindicado su lugar en la historia olímpica, los atletas homosexuales han salido del armario más que en cualquier otra edición y, con las medallas en mano, las voces de los más pobres también se han hecho escuchar.

La judoca brasileña Rafaela Silva, con su medalla de oro. REUTERS/Nacho Doce

RÍO DE JANEIRO (BRASIL).- Los Juegos de Río han batido tanto récords sociales como olímpicos. Fueron los primeros que se celebraban en el continente sudamericano y no podían llegar en un peor momento para el país. Cuando Río de Janeiro ganó la candidatura, Brasil vivía un boom económico, pero la celebración del evento cayó en plena crisis. Una ciudad donde habían decretado apenas un mes antes un estado de calamidad, con huelgas en las calles, descontento social y un colapso en la seguridad pública. A pocas semanas de la inauguración algunas instalaciones deportivas no estaban listas y las obras del metro que comunicaban con el Parque Olímpico se terminaron tan solo tres días antes de la gran fiesta de Maracaná.

Pero a pesar de todos los inconvenientes, de las prisas de última hora –tan típicas de los cariocas-, los Juegos han superado las expectativas de los aficionados y sin pretenderlo han sacado a la luz las desigualdades del país, los conflictos políticos en curso y, sobre todo, han dado voz a algunos de los colectivos más oprimidos en Brasil: las mujeres y los homosexuales.

El primer récord fue el femenino. Los Juegos de Río se recordarán por ser los que tuvieron mayor participación de mujeres de la historia, un 45% de los atletas eran chicas, casi a las puertas de la paridad deportiva. El primero de los ídolos llegó del fútbol, con Marta, la capitana. Las destrezas de la delantera enamoraron a los brasileños cansados de ver hasta el momento el juego mediocre de la selección masculina. Los gritos de “Marta es mejor que Neymar” se escuharon en todos los estadios y rompieron una lanza contra los comentarios de periodistas como Milton Neves que definía en Twitter el fútbol femenino como "un gordo comiendo una ensalada; sin ninguna gracia”. Los éxitos de las chicas se vieron también en el merchandising. Durante la primera semana, ni siquiera existía la camiseta de la selección con el número 10 de Marta, y a los pocos días eran una de las más vendidas. Aunque al final Canadá les arrebató el bronce, las chicas se despidieron con un buen sabor de boca: “Espero que nos sigan apoyando como hasta ahora, hemos conseguido que nos tengan en cuenta”, decía el nuevo símbolo del balón brasileño, que, por cierto, detesta las comparaciones con Neymar.

Otra mujer que batió récords y que puso los puntos sobre las íes fue la gimnasta americana Simone Biles, que conquistó tres oros en las Olimpiadas. Al igual que con Marta, las comparaciones con los grandes atletas masculinos no se hicieron esperar, pero la joven de 19 años fue clara: “No soy la próxima Usain Bolt o Michael Phelps, soy la primera Simone Biles”. El sexismo a la hora de analizar los Juegos también se puso en cuestión con una de las grandes fotos del evento entre las jugadoras de voley playa de Alemania y de Egipto. Las primeras con bikini deportivo y las segundas con burkini, una modalidad con la que salen completamente tapadas. Más allá de la polémica relacionada con el choque cultural, diversos colectivos feministas de Brasil quisieron hacer una denuncia: “Comentan sobre nosotras si llevamos poca ropa o si vamos tapadas, pero siempre hay un control sobre nuestro cuerpo”.

Los colectivos LGTB también batieron récords por ser los Juegos con mayor número de atletas declarados homosexuales. En un país donde se mata a un gay cada 28 horas, el papel que protagonizaron estos deportistas cobra más relevancia. La entrada de la voluntaria Marjorie Enya al campo de rugby para pedirle matrimonio a su novia, la jugadora brasileña Isadora Cerullo, fue una de las imágenes que llamaron la atención sobre el colectivo. A los pocos días la judoca brasileña Rafaela Silva publicaba una foto con su novia en la piscina y se reconocía delante del país como lesbiana. Los transexuales también ocuparon un espacio importante en la ceremonia de inauguración. La delegación de Brasil se abrió camino con la top model transexual TeaL, y al menos otros cinco transexuales llevaron las bicicletas de otras delegaciones para llamar la atención del propio país anfitrión, el lugar del mundo donde matan a más transexuales.

Dos personas bailan en la favela de la Maré con Maracaná de fondo el día de la inauguración. REUTERS/Ricardo Moraes

Dos personas bailan en la favela de la Maré con Maracaná de fondo durante la inauguración. REUTERS/Ricardo Moraes

Las voces de las favelas, quienes más han sufrido la consecuencia de los Juegos, se consiguieron escuchar cuando llegaron al podio. Fue el caso del primer oro que consiguió Brasil de la mano de la judoca Rafaela Silva. Esta atleta nacida y criada en Ciudad de Dios hasta los 12 años se convirtió en la portada de todos los periódicos y rápidamente la identificaron como la “cara de Brasil” por ser negra y nacida en una de las comunidades más conocidas de Río de Janeiro. La judoca aprovechó los focos para denunciar que las personas más humildes no habían podido ir a ver las competiciones debido al elevado precio de las entradas.

El primer medallista olímpico del boxeo brasileño, Robson Conceição, también nacido en favela, aprovechó para criticar el proyecto de Ley que está en el Congreso donde se pide bajar de 18 a 16 años la edad de imputabilidad penal: “No me parece justo que se castigue a los menores, hay que crear más proyectos sociales que les den la oportunidad de practicar deportes, así es como lo conseguimos Rafaela Silva y yo”.

La crisis política del país que tiene a Dilma Rousseff apartada por un polémico proceso de impeachment también se hizo sentir en las gradas con diversos gritos contra el presidente interino, Michel Temer. En el primer fin de semana, las fuerzas de seguridad expulsaron a diversos aficionados que llevaban carteles o camisetas en los que se leía “Fuera Temer”. Las denuncias de censura rápidamente se hicieron escuchar y los brasileños con mucho humor crearon juegos de palabras para decir lo mismo pero sin las palabras vetadas.

De piscinas verdes y largas filas

La organización del evento fue como la selección de fútbol masculina anfitriona: mejoró con los días. Si el primer fin de semana se caracterizó por filas eternas que provocaron que 40.000 personas perdieran sus entradas por el elevado tiempo de espera, al final de las competiciones todo fluía normalmente. Los problemas de transporte iniciales también acabaron solucionándose y los aficionados aprendieron a ver que las distancias eran largas y que de menos de hora y media entre una zona olímpica y otra no se iban a poder librar.

“No hemos tenido que esperar nada, los autobuses salían cada segundo y el metro también. Me ha parecido que estaba muy bien organizado, mucho mejor de lo que esperaba”, dice la socióloga Esther Solano, que estuvo 11 días con su familia yendo a diversas modalidades. Las infraestructuras también superaron la prueba y tan sólo las piscinas dieron un susto cuando en pocos días pasaron del azul cristalino al agua verde. El repentino cambio de color se produjo por la falta de un producto que mejoraba la alcalinidad del agua, pero no perjudicaba su calidad. Los nadadores y saltadores no le dieron importancia pero la foto de la piscina verde ya es uno de los recuerdos de estos Juegos.

Policías brasileños durante un partido de rugby en los Juegos Olímpicos. REUTERS/Phil Noble

Policías brasileños durante un partido de rugby en los Juegos Olímpicos. REUTERS/Phil Noble

La otra imagen que se vio casi a diario, especialmente los primeros diez días, fueron las gradas vacías. Partidos de fútbol, baloncesto, voley e incluso atletismo –uno de los reyes de las Olimpiadas- no consiguieron ni de cerca llenar el aforo. El elevado precio de las competiciones, en las que las más baratas suponían el 20% de un salario mínimo –lo que ganan el 40% de los brasileños-, y las más caras casi lo duplicaban, hicieron que, al igual que en la Copa del Mundo de 2014, el público fuera blanco y de clase media alta, la minoría del país. Las entradas gratuitas que había reservado el Comité Olímpico Internacional (COI) para diversos proyectos sociales de jóvenes no llegaron a tiempo y apenas se vieron estudiantes en las competiciones.

La ciudad estuvo invadida por militares en cada esquina y no tuvo grandes problemas de seguridad. La primera semana, unos disparos alcanzaron un autobús de periodistas, pero no hubo heridos graves. La peor parte se la llevó un policía militar que murió asesinado por facciones del tráfico de drogas al perderse en una calle de la favela de la Maré. Al día siguiente los militares entraron en la comunidad y los vecinos sintieron la represión policial como venganza.

Pero ni los turistas extranjeros ni los brasileños percibieron esos problemas. El 87% de los aficionados internacionales aprobaron con nota estos Juegos, según una encuesta de Datafolha. Entre los nacionales la aprobación fue del 93%. “Yo creo que Río de Janeiro ha dado un gran ejemplo y todo ha salido muy bien”, le cuenta a Público Miriam Capablo, una voluntaria de Barcelona que también se quedará en los Paralímpicos.

Rio'16 también se recordará por ser el año en que el mago de Phelps se despidió definitivamente –con él nunca se sabe- de las piscinas, y en el que Usain Bolt se jubiló con su tercer triplete de oro olímpico en las manos. A última hora, Río de Janeiro consiguió superar el examen olímpico y el fútbol brasileño su pánico en Maracaná, donde ganó a los alemanes en una tanda de penaltis que le devolvieron la dignidad a Neymar.

Esta semana, Brasil se enfrenta al impeachment de la presidenta Rousseff, a un probable cambio de gobierno y de rumbo político. Río de Janeiro ya no tendrá ayudas de última hora para pagar el salario de sus policías, ni de sus profesores, ni de sus administrativos. El resultado del examen al que se enfrenta ahora el país es incierto y poco alentador.

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